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Actualizado: 18 mar 2023 / 04:00 h.
  • Mariano Sánchez Soler.
    Mariano Sánchez Soler.

La foto que nos retrata la transición nos llega amable. Desde la autocracia franquista hasta la Constitución del 1978, más el bipartidismo PSOE-PP (1982-2018) en el poder todo parece ejemplar. Pero hay un relato criminal impune o no suficientemente investigado por los recursos estatales.

Mariano Sánchez Soler (Alicante, 1954), además de ser profeta en la millor terreta del mon, según un premio que recibió, recorrió España durante décadas. Activó entonces el acreditado olfato de reportero de sucesos como digno heredero del inolvidable Manuel Chaves Nogales.

Este licenciado en periodismo, doctor en historia y profesor universitario es un laureado escritor (obtuvo el Rodolfo Walsh, Francisco Gª Pavón, Crítica Literaria, L’H Confidencial, Bruma y Castelló Negre, más Black Mountain). Su pluma escribió mucha novela negra (Carne Fresca, Festín de Tiburones, Lejos de Orán, Brújula de Ceilán, Para matar y Nuestra propia sangre).

Considerado un investigador nato ha compartido, en varios trabajos documentados, la fortuna oculta de los Franco y sus adláteres más las tramas ultramontanas franquistas. Actualmente, imparte Master Class en la Universidad alicantina, de narrativa y guion audiovisual.

Su dilatada trayectoria como periodista para varias publicaciones (El Periódico y las extintas revistas Tiempo e Interviú) la ha resumido en un magnífico volumen, Hojarasca de cadáveres (Alrevés, Barcelona 2023). Los relatos de sucesos que más impactaron al escritor los rememora vívidamente. Su editora añade del autor que ‘ha buscado la dimensión global de cada crimen’.

Por la obra desfilan casos ‘negros’ que, para Sánchez Soler, son relevantes por las portadas, investigaciones y reportajes que merecieron. Serían los que más impactaron a un autor que no jubila su talento. Ni se rinde ante las adversidades que su trayectoria vital le deparó. La inolvidable Margarita Landi o Juan Rada hicieron lo propio compilando sus casos más nutritivos.

La crónica negra del posfranquismo según Mariano Sánchez Soler
Portada de ‘Una hojarasca de cadáveres’.

Los ‘casos’ que palpitan

Un interesante ‘prólogo de descargo’ desentraña lo más inerte del cuerpo humano con palabras precisas. Descubre a los ojos lectores la muerte asesina, la causada por la mente y mano humana. Donde los cadáveres hablan con lenguaje causal. Se sube el telón del libro con Yolanda González. Asesinada en 1980 por un ultra –Emilio Helllín- que ahora perita en juzgados discos duros, el crimen pone aún los pelos de punta. Más con las palabras de un escritor que sabe ordenar los recuerdos profesionales.

El ‘caso Urquijo’ que encarceló y ‘suicidó’ a Rafael Escobedo atrapa más crónica para el autor. Los flecos del sumario no insinúan al asesino ‘solo o en compañía de otros’ que se precie. Las incógnitas de este asunto tan manoseado por verdades e infinitas fábulas las aclara Sánchez. Léanlas.

La mal llamada ‘Dulce Neus’, que orquestó una sanguinaria violencia de genero al revés, centra otro capítulo del libro. Al cabo nos recuerda aquel caso hasta dónde llega la maldad humana y es capaz de salpicar a la prole de la asesina. El relato de maltrato no coló, ni que no implicara a sus hijos en un crimen que resultó calculado al milímetro por la codicia.

Asonadas residuales tras el 23F de 1981, policías y espías ultras focalizan el asesinato de un Comisario –Antonio Cortina- en un Madrid de blanco y negro. Este suceso lo titula acertadamente el autor como ‘cortina de humo’. Unos latinoamericanos se implicaron en un oficial ‘asesinato e incendio provocado’. Las interrogantes y misterios persisten sobre este sumario.

Un crimen, con puñaladas a go-gó, en la calle Tribulete madrileña encierra otra historia de la peor factura imaginable. Más muertes violentas destapan a una banda de atracadores conectados con policías corruptos. Cuando salta a las páginas del libro el nombre de Santiago Corella y su apodo, El Nani, resucita uno de los ‘desaparecidos’ más buscados en interrogatorios infructuosos.

Aquel caso sentó en el banquillo a una mafia policial que no encontró el cadáver del atracador ‘por encargo’. En una película sobre esta triste historia (Matar al Nani, Roberto Bodegas, 1988) se preguntaban aquellos garbanzos negros policiales cuándo les ‘llegará la hora de forrarnos’.

Varios asesinatos más, algunos remueven los cimientos del estado de Derecho, y de distinto resultado merecen más palabras del autor de Hojarasca de cadáveres. Nos referimos al que se centra en el cadáver ultrajado de María Teresa Mestre, el gángster Vaccarazzi, el producido entre rejas carcelarias del preso apodado ‘Pucho’ y el que llevó a la tumba, por razones xenófobas, a la dominicana Lucrecia Pérez un viernes 13. Aquí resucitan los trazos más ultras de una democracia que algunas mentes, con uniforme y pistola incluido, no metabolizaron.

La extraña muerte del bróker Baltasar Egea y familia, cuyos cadáveres aparecieron en una lujosa villa de las afueras madrileñas (La Moraleja) nos recuerda que los intereses más inconfesables y la maldad del dinero alérgico al fisco pivotan sobre verdades que la Justicia tardó en valorar.

Un certero tajo en 1998 cortó el cuello a Eduardo José González Arenas. Apodado Eddie y Príncipe Alain tenía líos de todo tipo con jovenes que frecuentaban Ibiza. Fue líder de la secta Edelweiss y condenado en 1991 a 168 años de cárcel por pederastia, aunque sólo pasó en prisión 6 años. Las palabras de Sánchez Soler sobre el caso son tan precisas que la reconstrucción del asesinato añade relatos y evidencias sobre lo publicado. No damos más detalles porque la intriga y la capacidad de espanto marida distintos lugares del mundo.

El asesinato impune de Paquito Reyes

El caso Torreblanca es el más sevillano de los casos (el VII) que relata Sánchez Soler en su última obra. Tres jesuitas fueron detenidos durante 1984 a los pocos días de aparecer el cadáver del niño de 4 años calcinado, maniatado y –probablemente- abusado por un pederasta.

La evidencias policiales y forenses no sirvieron al instructor judicial para imputar a nadie de un crimen execrable y próximo a los 40 años de impunidad. El sacerdote e ingeniero Christian Briales Shaw qepd fue el único que retuvo el interrogatorio judicial en base a sus contradicciones. Pero su libertad, obviamente, corroboró su evidente y acendrada inocencia.

La libertad, también, de sus colegas representó un triunfo de la Sevilla más rancia, la misma que se malmetió en el caso Arny más de una década después. La lupa policial no descansó sobre ingentes indicios probatorios, sucediendo extraños movimientos que ojalá respondan algún día a ¿Quién mató a Paquito?.

Años después del asesinato se decretó el archivo judicial tras pasar el sumario por bastantes ojos judiciales y donde la abogacía del caso sólo estaba para alertar las sotanas sevillanas.

El ‘caso Torreblanca’ que relata Mariano Sánchez en su última obra incluye dos artículos publicadas por este periódico decano de servidor que suscribe fechados el 8 de julio de 1990 (Crónica de un crimen archivado) y el 31 de marzo de 1991 (La primera en la frente).

Las evidencias que reveló la policía científica antes del archivo judicial del caso y saber las fuentes que usó quien suscribe movieron al jesuita Briales a volar desde Canarias a Sevilla. Escondido tras un casco integral de moto calló, aunque intimidaba en su espacio laboral a tan modesto escribidor, cuando se le repetía pregunta: ¿Quién mató a Paquito?. Nadie responde.