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Actualizado: 17 dic 2022 / 04:58 h.
  • Maquiavelo vive, Alfonso Guerra resiste

Repetimos. El padre (qepd) de quien suscribe repetía que ‘la vida no tiene premio ni castigo, sólo consecuencias’. En el caso de Alfonso Guerra (Sevilla, 1940) recogería las cosechas que sembró en su intensa vida política. Quien, en los 60s, fue actor y profesor-perito en la Universidad Laboral (hoy UPO) se resiste a ser un jarrón chino que estorba al PSOE de 2022.

En octubre de 1982, desde una ventana del Hotel Palace madrileño y junto a González, Alfonso Guerra levantó el puño que sostuvo su omnímodo poder en las filas socialistas durante lustros. En 1974 arrasaron al viejo PSOE de Llopis (apartado en 1972) y Rubial. Aquella irrupción democrática mandó al rincón histórico al primero y nominó una Fundación al segundo.

Desde que dominaron el aparato del PSOE, el tándem González-Guerra se repartió los papeles y algo más. La primera decepción fue no derrotar a la UCD de Suárez a la segunda, en 1979. Otra adversidad fue no laminar el voto comunista que sí sufrió en trincheras, cunetas y cárceles al franquismo. La crónica oficial, no obstante, obvió que Suárez era un tahúr y que Carrillo era camarada progresista, pero cuando estaba en el féretro.

Las hipocresías y mentiras siguieron con el tema de la OTAN. De entrada, fue ‘No’; de referéndum un ‘sí’ pírrico. Y de los 800.000 empleos prometidos al pueblo español heredamos contratos-basura, becarios y prácticas infinitas. O se inventó la administración paralela que engorda gastos y las cuentas bancarias de corruptos.

Estaba de ‘oyente’

Guerra, según dijo, mató a Montesquieu y su alegato independizando los poderes. Y nunca enterró a Nicolás Maquiavelo (1467-1527). Es más, metabolizó una doctrina que copiamos del diccionario: ‘Modo de proceder caracterizado por la astucia, hipocresía y perfidia para conseguir lo que se desea’. Más sintético: ‘al fin no le importan los medios’. Y así le lució el pelo que aún conserva Guerra.

El sevillano aprendió mucho del teatro que dirigió y representó de joven. Tampoco paró de untarse barniz machadiano. Su ruido no cesa desde entonces. Trona como las caretas de madera del teatro clásico griego para multiplicar su mensaje. De ahí traducimos a personas: per sonos. Ahí está el quid de Guerra: su ego no soporta el ninguneo ajeno que el practicó.

Nadie entendería cómo un intelectual, escritor de pro, actor, político hondo y hábil tertuliano-conferenciante no sepa que hacía su hermanísimo Juan en la Plaza de España hispalense. Y sin embargo controlara, por ejemplo, hasta la ropa íntima de las amantes de opositores, o de lo que cocía el PCE en sus cocinas soviéticas, rival del PSOE más anticomunista.

Tampoco sabemos por qué dimitió Guerra en 1991. ¿Llevará al secreto a la tumba?. Jorge Semprún (1923-2011), Ministro-Escritor y superviviente del Holocausto, acotó al personaje que fuera Vicepresidente de González (1982-1991): ‘....siempre me ha parecido insoportable. Lleno de suficiencia, de megalomanía, de intelectualismo kitsch, de donjuanismo andaluz de la más vulgar especie. Hacía el papel de ‘hombre de Estado’ estudioso y severo. Confundía el Consejo de Ministros con alguna de las compañías de teatro universitario que había dirigido en su loca juventud...’.

Guerra, en empeños tan sublimes, repite que es alérgico a las primarias en los partidos, esencia de la democracia interna. O inadmite en este Correo ante Blanca Fernández-Viagas que ‘el Gobierno no tenía responsabilidad de eso’ sobre lo del GAL. La memoria le falla, Mr. Guerra. Barrionuevo-Vera-Sancristóbal y otros estuvieron encarcelados por ‘una desgracia’ que robó millones de fondos reservados y mató a inocentes como ‘crimen de Estado’.

El oyente de-toda-la-vida en 2022 no reconoce al PSOE que creyó forjar Guerra. ¿La historia lo etiquetaría como el Julián Besteiro finisecular o el nuevo Largo Caballero de revolución?. Nos tememos le recuerde como el presentador mitinero de descamisados ante quienes le insistían: ‘Arfonzo, dales caña’ cuando se presentaba como el demonio de la derechona.

Paradojas que persiguen

La talla de Guerra se eleva de la poltrona a la estatua que aplauden sus fieles o desciende hasta el infierno. En #Infraganti se insinuaba si a su hermanísimo Juan, en lo álgido de su ‘caso’ le birlaron del maletero de un Mercedes lo que comprometía a la financiación del PSOE por hábiles patas negras policiales.

Sea como sea, a Alfonso Guerra le puede quererse. No patea Latinoamérica conferenciando o coleccionando nacionalidades (es colombiano y dominicano), ni está en foros VIPs pagados con platino como González. Guerra juega, y continuamente, al vaivén, a la ironía y a la incoherencia.

Lo mismo publica un libro de fidelidad constitucional, que conferencia ante terratenientes o avala un evento de bufete que defiende a trasgresores. O veranea en Cabo Roche y vive en Santa Clara, ex barrio de jefes militares yanquis, sin abandonar la prebenda de diputado más escolta a los 75 años.

Pocos entienden al Guerra de ahora. En Ferraz (cuartel del aparato del PSOE) le pitan y lo borraron de su protocolo de invitados. En Sevilla añora su mano González para celebrar 40 años del acceso al poder tras lograr 202 diputados en 1982. No invitarle al acto junto a la Susana Díaz, ahora senadora sin el voto popular, sumisa y tertuliana todóloga, constata la chapuza del PSOE actual, el que no reconoce Guerra. Y el que tiene al octogenario Felipe rendido a Sánchez. Ver para creer.

Pero si ningunean al ex vicetodo, debe recordarse que hizo lo propio en su autobiografía por entregas con los más encendidos ‘guerristas’. Algunos, como Alfonso Lazo, le re-abrazaron al recibirle, agárrense, como Académico de Buenas Letras. Ver, con chaqué y pajarita, al ex obrero del partido que no se mueve en las fotos chirría mucho.

Diego A. Manrique refresca al personal quién es Guerra en un tuit de 28.I.2019. Lo definía como ‘....esencia íntima de pícaro sevillano. De repente, contra toda la evidencia, te juraba que jamás quiso ser político: «prefería la docencia». Según se calentaba, ay, se atribuía todo, desde el nacimiento del rock andaluz a la caída del muro de Berlín...’.

El Guerra ubicuo desconocemos si merodea lo rancio, como acuñó Julio Muñoz Gijón Ni se presentará para ser Hermano Mayor de alguna cofradía, o postulará al Club Pineda. O pedirá el voto para Vox o el PP (A su compañero dimisionario Corcuera le queda poco) de la derechona que más insultó con verbo de mercadillo. En Ferraz, tras la ceja de la vanguardia planetaria, lo sostenible, trasversal y proactivo habrá quien está seguro que Guerra no se jubila de darles dolores de cabeza. Genio y figura.

Después de masajear, con paradojas, el legado del Presidente Adolfo Suárez, al que dirigió los dardos más envenenados, o ponderar la talla de Carrillo nos lo esperamos todo. Incluso quienes aún creen que su Excelencia Don Alfonso Guerra resucitará al Largo Caballero más encendido de oratoria pro partido-socialista-obrero-español que fundó Pablo Iglesias.

El personaje, Guerra, no se rinde. Hace honor al apellido. Es leyenda viva para hagiógrafos y detractores. Aparece y desaparece en atriles, películas, reportajes o libros. Y a nadie deja indiferente. Lo repetimos, Maquiavelo habría resucitado en Sevilla, tras enterrar Arfonzo a Montesquieu, quien formuló la división de poderes (judicial, legislativo y gubernamental). Pero el poder y el ego superlativo son incompatibles con eso.