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Actualizado: 14 abr 2021 / 15:14 h.
  • Andalucía Viva
    Andalucía Viva

En España cobrar sin trabajar es un sueño, pero real. De ahí la felicidad que da verla en el saldo bancario. La jubilación más común es a los 67 años. O a los 65, cuando se cotizaron 38 años y 6 meses. Hasta 2013 jubilarse entrañaba tener los 65 hasta alcanzar los 67 años -a partir del 2027-.

La jubilación anticipada, desde los 55 y 60 años, la disfrutan docentes tras cotizar un mínimo de 35 años o profesionales con especial riesgo o, vulnerabilidad (bomberos, policías, militares, mineros, marinos, jornaleros...). Encontramos miles y miles de jubilados por una patología o discapacidad incapacitante para trabajar. Hasta aquí leemos la letra gorda de la jubilación con anticipo. La prejubilación se explica con eufemismos, pues no se quiere ilustrar. Parece un iceberg del que sólo vemos una parte.

Justificar la prejubilación, es decir, quedarse en casa y cobrar décadas o lustros antes que la mayoría de quienes trabajan necesita ayuda. Las buenas palabras son crisis, ajuste laboral, ERE, reorganización, optimización, externalización; o se usan anglicismos que explican lo incomprensible: outsourcing, senior assistants, external co-working, counseling....

La prejubilación tiene historia en España. Usaba un vocablo, cesante. Se aplicó al funcionario privado, por decisión de sus jefes, de empleo y cargo conservando todo o parte del sueldo. Los cambios de gobierno durante el siglo XIX situaban así a los adeptos de caciques que acuñaron el clientelismo. No importaba si quien sustituía al ‘cesante’ era idóneo o carecía de título para el cargo. Un Estatuto de 1918 recogía inamovilidad de los funcionarios para lograr la independencia de la Función Pública.

El término cesante llegó a aplicarse a cuerpos enteros cuando arribó la IIª República (1931-39) desmontando estertores de la corte alfonsina y cuadros de la Unión Patriótica de General Primo de Rivera. La prejubilación se extendió a mandos militares afectos al viejo régimen. La misma pauta siguió el régimen de Franco (1939-1975) para jubilar, antes del retiro reglamentario, a militares, funcionarios y políticos no afectos al partido único (Movimiento) o heterodoxos con la Dictadura. Papá-estado paga la nómina, con lo cual no hubo excesivas quejas de los afectados.

Prejubilados en democracia

Desde que es vigente la Constitución de 1978 quien cobra jubilación años antes de tiempo es un ejército con tropa creciente. De un lado se repite que la caja de las pensiones no la nutrirán suficientes cotizantes; de otro, se aligeran plantillas con la socorrida prejubilación. Tapa las vergüenzas.

Militares, policías y guardias civiles se prejubilan desde los cuarenta años de edad, no de servicio, con la nómina casi intacta, manteniendo la oficialidad, arma y hasta vivienda gratis con más eufemismos: reserva activa, disponible forzoso, segunda actividad y extrañas excedencias que precisan padrinazgo. En nombre de la ‘paz social’, la que vació el asfalto de guerrilla urbana prejubiló en antiguas empresas del extinto INI o estatales hasta a intrusos o amiguetes de los liquidadores.

Qué decir de cuencas mineras, siderúrgicas, SEAT, etc... La prejubilación curó mucha silicosis. Aquel festival por quién se prejubilaba antes tuvo el cénit en Asturias, León, Río Tinto o Tharsis. donde hubo prejubilados recién contratados. Hasta un dirigente del Partido Comunista, Gerardo Iglesias, se retiró de la lucha. Todo un ejemplo de perseverancia.

Las empresas privadas acudieron al panal de rica miel de la prejubilación para librarse de curtidos profesionales o quienes no sumaban al reparto de dividendos. Bancos, aseguradoras, industrias y grandes empresas acudieron a los ERE. La proactividad, empatía y sinergias de amiguetes, colar intrusos y hasta prejubilar a quien trabajó desde el nacimiento en la empresa –este fue el caso de un ex Consejero de Empleo andaluz- manosearon el término ERE que sentenció a dos expresidentes andaluces.

Nuevamente, la ‘paz social’ se esgrimió en la literatura del socialismo andaluz cuando detentaban el poder (1978-2019). Así se maridaba con los ERE. Y de paso, insólito en cualquier rincón del mundo, se subvencionó exageradamente a patronal y sindicatos para la paz sin una previa guerra.

Odio al despido

Si hay una palabra que evitan a toda costa los ‘operadores laborales’ es despido. Consuma lo peor del trabajo humano. Es el cáncer-tabú que no se nombra porque trae malfario. Y para lograr el objetivo se usan muchos más eufemismos, entre ellos la prejubilación. Otros son baja incentivada, cese pactado, externalización.

La banca y aseguradoras, que tienen relativa imagen social por lo que nos cobran y ni pagan, son expertas en negar el despido. Caixabank lleva años, desde que absorbió Banca Cívica que pulió al Monte y Caja San Fernando publicitando consensos para librarse de la plantilla por la galopante digitalización del sector que cerró sucursales.

Heineken (antigua Cruzcampo) lleva librándose de plantilla desde que los Osborne vendieron la cervecera a Güinness y ésta a la multinacional holandesa. La pandemia dejó de vender menos cerveza que el porcentaje de trabajadores ‘prejubilados’. Pero se oculta un dato, también en la banca y otras macroempresas. Los prejubilados tienen ya pocos meses más de los 50 años. Es decir, cobran sin trabajar 17 años antes que el resto de trabajadores y autónomos. Surge una pregunta: ¿Quién paga esas facturas?.

Quien suscribe es lego en Derecho, economía y fiscalidad, pero tienen entendido que los prejubilados son indemnizados como despedidos por lo general y mantiene nómina hasta que la seguridad social se haga cargo de la jubilación a la edad reglamentada. Parte de esa nómina la pagan prestaciones por desempleo, subvenciones públicas y pagos de quien despide.

En todo caso se habla de agravios evidentes y privilegios de difícil metabolización para el resto de trabajadores y autónomos. Máxime cuando reina la precariedad, el mileurismo es un éxito y se ha perdido casi una generación de licenciados e investigadores que trabaja en mejores condiciones en el extranjero.

¿Competencia desleal del prejubilado?

En contextos de afectos, amistad y cercanía la prejubilación es una lotería que da la felicidad por no madrugar, perder tiempo en ir y volver al trabajo y convivir, y soportar, con jefes, compañeros y subordinados. El entorno personal y familiar tiene cerca a quien en horario laboral estaba ausente del hogar. Pero el paso del tiempo genera realidades con más agravios.

Las reglas del mercado priman, tristemente, el precio a la calidad. El éxito chino fue, es y será copiar y fabricar más barato sobre mínimos. Entre profesionales libres, pymes y empresas el cáncer tiene varios nombres: competencia desleal, economía sumergida, intrusismo, mono y oligopolio..

En el sector del asesoramiento, ingeniería y consultoría son legión prejubilados bancarios, funcionariales y de empresas competidoras. La rentable emancipación se basa en abaratar precios y costes porque ya tienen nómina. Las armas competitivas son distintas. Imaginen cuál gana.

Militares, guardias civiles y policías prejubilados décadas y lustros antes que sus compatriotas quitan trabajo y tiran precios, para no andar con rodeos, a expertos en seguridad, detectives privados, gestores, asesores, peritos... Para el empeño se añaden sus agendas de contactos con antiguos compañeros, armas reglamentarias e insignias oficiales que hacen ver a cualquiera que están en activo. Esto confunde bastante al bienintencionado.

En los juzgados sevillanos se registran incomparecencias, recusaciones e impugnaciones de peritos y testigos profesionales que carecen de la imperativa autorización de compatibilidad funcionarial. O no están jubilados, es decir son clase pasiva a efectos tributarios, aunque la edad que consta en el NIF sea previa a los 67 años. En ese empeño trasgresor hay médicos, ingenieros, arquitectos, profesores universitarios, policías, guardias civiles, militares que al cabo practican la competencia desleal.

El prejubilado, además, agravia más a los que esperan a que les toque ser pensionista a la edad reglamentaria. Según estudios y análisis cobra, el prejubilado, un 37% más de pensión que quien alcanza la edad legal.