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Actualizado: 25 mar 2021 / 18:43 h.
  • «...pero Ella siempre se queda»

Mucho y bueno se ha escrito sobre la Esperanza Macarena. Desde los versos marcadamente costumbristas de un joven Fernando Villalón («Cuando yo toree en Madrid, / te compraré una corona / y un manto de carmesí / que no puedan seis personas / meterlo en tu camarín»), a los textos que le dedicaron Lorca, Manuel Machado, los hermanos Álvarez Quintero, Antonio Rodríguez Buzón y el ineludible Joaquín Caro Romero, de cuyo Pregón del año 2000 tomamos prestado el título.

Al margen de su calidad literaria, todos han sabido imprimir en sus líneas una admiración y una devoción sin igual, de ahí que resulte dificilísimo situarse frente al folio en blanco y aportar algo original a lo ya publicado. No obstante, al ser la Macarena una fuente inagotable de inspiración, no son pocos los escritores que cada año abundan en su gallarda majestad, su belleza inabarcable, la calidez de su mirada o el amor que desprende por sus hijos; todas ellas, virtudes que no nos cansamos de leer y que muy probablemente se repetirán siempre.

Y la Macarena se vistió de luto parte de esa premisa —la de loar a una imagen de la que se han hecho eco las mejores plumas del siglo XX y parte del XXI—, pero consigue ir mucho más allá. A la querencia particular de su autor por la Virgen —Guillermo Sánchez es vecino de los ‘callejones’ y la voz de las retransmisiones de la salida y entrada de la cofradía en Canal Sur Televisión—, sus innumerables vivencias junto a Ella y el entusiasmo que desprende siempre que la nombra, hay que sumar su capacidad para comunicar, su rigor haciendo periodismo y un estilo que lo convierte en una de las voces más personales de los medios; de ahí que cada trabajo suyo sea digno de tenerse en cuenta. Y este en concreto, recién llegado a las librerías, va camino de convertirse en un clásico (en menos de una semana ha agotado su primera edición). No en vano, Y la Macarena se vistió de luto, sin ser un invento revolucionario ni una tesis que nos mueva a mirar con otros a la imagen mariana (e incluso a la propia hermandad), posee la capacidad de fascinarnos en cada párrafo y cada capítulo, como esas comedias de Lope de Vega y Shakespeare que, aun siendo refundiciones de temas ya utilizados en el medievo, eran aplaudidas como algo nuevo.

Deconstruyendo leyendas

Solo por leer el prólogo de Manuel Jesús Roldán, una peculiar «Caja de Pandora» en la que caben dioses, figuras literarias, juegos de palabras y sobre todo erudición, merece la pena hacerse con un ejemplar. «Ideal quijotesco» llama el profesor a la obra, y no le falta razón, pues en los tiempos que corren, sentarse a escribir sobre cofradías es poco menos que un ejercicio romántico, y no digamos ya editar, distribuir y vender. En este sentido, la labor de David González, Gonzalo Gragera, y todos los agentes que, de alguna u otra manera, forman parte de la familia de El Paseo Editorial, merecen como poco el Premio Demófilo.

«...pero Ella siempre se queda»

¿Y qué podemos encontrar en este trabajo de cubierta oscura y alma de color verde cuyo mayor reclamo es el perfil de «la gracia, la alegría y la sonrisa de nuestra alma», que escribiese Romero Murube? Pues un rosario de relatos, crónicas, hechos, anécdotas y chascarrillos, expuestos de manera elegante, pero sobre todo pasados por el tamiz del buen periodismo. Un buen ejemplo lo hallamos en la historia legendaria del reloj del hospital de las Cinco Llagas, uno de los mitos más arraigados en la tradición macarena, que Guillermo Sánchez «deconstruye» con inteligencia y buen gusto —en este apartado recurre al investigador Rafael Jiménez Sampedro— para ofrecernos un retrato de lo más verosímil. Ocurre lo mismo con la leyenda del vaso, la cual hemos escuchado infinidad de veces de boca de nuestros padres y abuelos; valiéndose de su instinto y de una buena labor en las hemerotecas, el autor nos sumerge en los hechos reales acaecidos en 1892 —esta vez con la «colaboración» del añorado Juan Carrero—, para tratar de arrojar luz sobre el sonado incidente.

De Bécquer a Paco Robles

Más allá de estas historias que tanto han alimentado nuestra imaginación, Y la Macarena se vistió de luto consigue dar una vuelta de tuerca a cuantas biografías se han escrito sobre la imagen y la hermandad que la acoge, poniendo el foco en asuntos conocidos por algunos aunque poco explorados, como las cinco lágrimas que salpican su rostro —¿fueron un «arreglo» o una «nueva colocación» de Emilio Pizarro?—; los antecedentes de los Armaos —el episodio del capitán Manzano no tiene desperdicio—; la confección del manto de malla o «camaronero», o la evolución de las túnicas de los nazarenos —cuenta Sánchez que el precio de la túnica diseñada por Rodríguez Ojeda en 1888 costaba cuatro veces más que el alquiler mensual de una vivienda obrera—.

Uno de los detalles más hermosos de la obra es la introducción de textos de otros autores, los cuales han sido seleccionados en base a su calidad u originalidad, estando presentes nombres como Gustavo Adolfo Bécquer, Benito Más y Prats, Vicente Blasco Ibáñez, Santiago Montoto, Muñoz y Pabón o Juan Ferragut. Estos se suman al ramillete de citas con el que Guillermo Sánchez jalona sus textos, pudiendo hallarse desde testimonios recientes, como el de Paco Robles en el programa Casa Hermandad, a sentencias ancestrales, caso de Chaves Nogales, Luis Palomo o Muñoz Seca.

«...pero Ella siempre se queda»

Ni que decir tiene que la obra, presentada el pasado martes en la Fundación Cajasol, dedica una parte importante al suceso que refleja el título, la muerte del «Rey de los toreros», poniéndonos en antecedentes con la gloria alcanzada por Joselito en los ruedos, su fascinación por la Virgen y sus aportaciones a la hermandad, así como sus planes de boda con Guadalupe de Pablo Romero —quien falleció en 1983, tras más de sesenta años enlutada—. Episodios que se completan con la crónica de la cogida en Talavera de la Reina, las solemnes exequias en Sevilla o ese momento inédito de la Macarena vistiendo de luto. También hay espacio para la saeta —desde la pureza de Centeno a la magia de la Niña de los Peines—; para el genio de Rodríguez Ojeda —quien reinventó la cofradía y en cierto modo la Semana Santa—; e incluso para la ocultación de la Esperanza en el domicilio de una limpiadora. Y todo ello ilustrado por una impresionante colección de fotografías procedentes de la fototeca de la hermandad, así como del archivo del profesor Palomero y otros mencionados en los pies de foto, que harán las delicias de macarenos y cofrades.