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Actualizado: 22 feb 2021 / 10:59 h.
  • Ricardo Suárez ha vuelto a romper la estética dominante en las cofradías alumbrando este cartel para el Vía Crucis que presidirá en la catedral el Cristo de la Corona. / @HdadCorona
    Ricardo Suárez ha vuelto a romper la estética dominante en las cofradías alumbrando este cartel para el Vía Crucis que presidirá en la catedral el Cristo de la Corona. / @HdadCorona

Sucedió hace casi cuarenta años. El cartel de la Semana Santa que editaba el Ayuntamiento se solapaba aún -los primeros 80 del siglo XX- con el que presentaba el Consejo de Cofradías. Y la edición de 1984 levantó una polvareda que hoy nos parece inaudita pero aún encontraba el necesario caldo de cultivo -muy ajado, por cierto- en la ciudad enquistada de 1984. Sevilla todavía se recogía en torno a una estrecha mesa de camilla y no había respirado el aire fresco que llegó con los andamios, las bondades y también las picardías de la Expo’92.

El autor de aquella obra era Rolando Campos, ya fallecido, que partió de la faz del Cachorro como fondo de un collage que sumaba diversas escenas, momentos de la fiesta y de la propia iconografía sevillana como la Giralda y las recurrentes azucenas. ¿Dónde estaba la transgresión? ¿Qué había pasado? ¿Qué crimen había cometido el artista? Algunos de los sectores más rancios de la ciudad llegaron a acusar a Rolando Campos de “herir la sensibilidad religiosa de los ciudadanos”. Las críticas del comercio y el propio Consejo de Cofradías fueron las más virulentas. Se había formado la mundial y un prestigioso columnista llegó a pedir desde su importante tribuna que “si quieren cambios que los inicien por donde menos puedan herir la sensibilidad de los ciudadanos”. La pregunta, 37 años después sigue siendo... ¿era para tanto?

Transgresión y cartelería cofrade
El collage firmado por Rolando Campos causó una tremenda polvareda en 1984 que hoy nos parece absurda.

El Correo de Andalucía se había hecho eco de la presentación del polémico cartel. El contundente título de la información publicada el 20 de marzo de 1984 no ofrecía demasiados márgenes para un juicio libre: “El Ayuntamiento edita un decepcionante cartel de la Semana Santa”. Tres días después, el decano de la prensa sevillana recogía los argumentos del autor en defensa de la legitimidad de su obra: “no se hace nada nuevo sin levantar polémica”, explicaba entonces Rolando Campos añadiendo que “no esperaba el revuelo que ha traído consigo la presentación del cartel aunque, como pintor que soy, me satisface”. El cartelista remachaba sus declaraciones metiéndose de lleno en el charco al afirmar que “estas manifestaciones demuestran la actitud retrógrada de esta ciudad”. El divorcio era definitivo aunque era también el certificado de la importancia que se concedía al cartel en aquel mundo que no conocía aún la inflación de imágenes de la era digital.

Imágenes prestadas

Treinta y siete años después nos parece alucinante pero los concejales del grupo popular de la época llegaron a pedir la retirada de la obra de Rolando Campos. En la polémica se unían tres factores. De un lado, se denunciaba al autor por “violentar la propiedad intelectual”. El creador había basado la inmensa mayoría de las escenas de su collage en las fotografías de los libros ‘Semana Santa en Sevilla’ y el posterior y definitivo ‘Sevilla Eterna’, auténticas antologías gráficas de Luis Arenas, que amagó con denunciar al cartelista. Rolando Campos volvió a usar el altavoz que le prestaban las páginas de El Correo de Andalucía en la edición del 29 de marzo para explicar que el cartel reflejaba “la Sevilla que a mí me interesa, la de la calle”. El pregonero gráfico evocaba una Semana Santa vivida y sentida “callejeando” y alejada de las sillas de la Carrera Oficial que había querido plasmar a través de sus “recuerdos infantiles, la saeta en la noche, el baile increíble de los varales rozando las gitanillas de los balcones...”. ¿Ése era un discurso transgresor? Campos reforzó su defensa diciendo que había buscado las imágenes en periódicos, buceando en los puestos de El Jueves... Pero su pecado, si lo tenía, había sido usar fotografías del maestro Arenas sin pedir permiso.

La hoguera también se había alimentado con la incipiente pugna política que ya había llegado a la vida municipal además de los vericuetos que rodearon el encargo de la obra. Se trataba del primer cartel editado por un gobierno municipal socialista y el encargo lo había realizado -renunciando al concurso público- el Concejal de Fiestas Mayores de aquel momento, Manuel Fernández Floranes, dado que algunos artistas de prestigio -nada nuevo bajo el sol- habían pedido dinero por adelantado para asegurar su participación en el proceso. Pero aquella no fue la única polémica del año 1984. El edil también encargó directamente el cartel de la Feria de Abril, firmado por José Ramón Sierra, que puso distancia con la iconografía al uso diseñando una composición esquemática en la que figuraban un clavel, un estoque y un fondo de lunares con aire de arte pop. La Sevilla de Frascuelo y María montó otra tremolina que se sigue se antojando increíble. La ciudad de 1984 -una fecha netamente orwelliana- no estaba preparada para esas apuestas renovadoras.

Transgresión y cartelería cofrade
Juan Miguel Sánchez firmó en 1931 el que, posiblemente, sea el mejor cartel semanasantero de todos los tiempos.

Un pasado más glorioso

En el fondo de la cuestión, más allá de los estrechos vericuetos del posible plagio de las imágenes de Arenas, se encontraba la ruptura de las sacrosantas reglas de lo sevillanamente correcto que encendió un fuego alimentado por la confrontación política, siempre presta a aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid. Pero no siempre fue así. Algunas décadas antes, Sevilla y su Semana Santa había abrazado lo mejor de las vanguardias alumbrando el que, posiblemente, podría el mejor cartel de la historia de la Semana Santa.

Hablamos de unos años fecundos intelectual y artísticamente, de esa Edad de Plata marchitada a la vez que España se polarizaba antes de que los cañones terminaran de atronar la creatividad. Estamos reivindicando el cartel de 1931, firmado por Juan Miguel Sánchez, que retrata el pequeño universo inconfundible del paso de la Esperanza de la Macarena con acento impresionista. El autor -que también ideó el palio intransferible de los Negritos, materializado algunas décadas después- concibió una auténtica explosión de luz en el palio de la Macarena aprovechando magistralmente las tintas planas a las que obligaba la tipografía de la época. El profesor Valdivieso ha explicado en alguna ocasión que se trata del que “sin duda es el mejor cartel de cuantos se han realizado a través del tiempo con el tema de la Semana Santa, que nunca volvió a superarse”. Está claro que la ciudad de 1931 que gravita en torno a la Exposición Iberoamericana era más abierta que la que acogió la definitiva explosión cofradiera a mediados de los 80.

Subimos a 1985: La timorata reacción a la experiencia del año anterior fue reeditar el cartel de las fiestas de primavera que había pintado García Ramos en 1912. Nadie quería más sustos. Pero hay que incidir en la misma idea: la Sevilla de los 80 distaba mucho aún de la que recibió, por ejemplo, el cartel del 450 aniversario de las reglas penitenciales de la Hermandad de la Hiniesta, resuelto en 2015 por Manuel Cuervo con una infrecuente fidelidad a su estilo pop y dejando de lado los titubeos acomplejados de otros artistas que le ponen frenos a su propio lenguaje cuando se trata de trabajar para las cofradías. Pero, volviendo a los 80, Sevilla estaba aún más alejada de aquella ciudad en plena efervescencia estética que dio sitio a las Vanguardias en las artes cofrades del primer cuarto del siglo XX.

Transgresión y cartelería cofrade
El diseñador Pla y Narbona realizó una apuesta original convirtiendo la caligrafía en nazarenos.

Desde 1931 a nuestros días se han sucedido centenares de carteles que difícilmente se han atrevido a romper ciertas reglas. Nos detendremos en algunos de ellos que sí lograron superar ese cerco aunque fueron recibidos con desigual fortuna. Hay un claro ejemplo de ruptura y calidad en 1965. Hablamos del poderoso y rotundo dibujo realizado por el prestigioso diseñador catalán Josep Pla y Narbona. Desconocemos el alcance oficial de su obra, que convertía la caligrafía de la Semana Santa en severos nazarenos pero su apuesta -que mantiene su vigencia- ponía en valor los parámetros del arte del momento al servicio de la Semana Santa valiendose de un pincel y dos colores básicos: el negro y el blanco.

El Consejo de Cofradías comenzó a editar cartel fotográfico propio en 1980. En esa primera etapa se suceden imágenes de absoluta corrección y frecuente calidad; también con escasa vocación transgresora que refleja perfectamente el boom de la fotografía cofrade de aquellos años, íntimamente ligada a una etapa en la que el cartel se elegía por concurso. Paralelamente, el cartel municipal de 1983 había sido encomendado a Carmen Laffón, que firmó la recordada delantera del paso de la Candelaria que hoy cuelga en las paredes del Senado de España. Nadie sabía la tormenta que se avecinaba al año siguiente, que quedó como aislado borrón o punto y aparte en espera de mejores tiempos. Pero aún habría alguna sorpresa y no pocas decepciones.

Comienzan los carteles pictóricos del Consejo

El recurrente 92 también coincide con el estreno de la faceta pictórica del cartel de la Semana Santa bajo la tutela del Consejo de Cofradías, que a partir de ese momento encargará directamente a los sucesivos autores la realización de los mismos hasta convertir el proceso de elección en un capítulo más de las vísperas anticipadas de la fiesta. La calidad de esos carteles es variada y la prueba del recuerdo es su mejor calibre. La memoria colectiva recuerda más y mejor los exponentes de los primeros años aunque la apuesta más original de esa primera etapa llegaría en 1995 de la mano de otro creador fallecido, el recordado profesor Paco Maireles, que escogió un primer plano de un cuarto del rostro de la Esperanza Macarena para realizar una obra que sí encontró la comunión de un público que ya no era el de 1984. La pupila del inmenso y único ojo retratado es el marco escogido por Maireles para ubicar la habitual iconografía hispalense además de situar en dos de las lágrimas las siluetas transparentes del Cachorro y el Gran Poder.

Transgresión y cartelería cofrade
Paco Maireles firmó el cartel de 1995, uno de los más recordados de la serie pictórica iniciada por el Consejo de Cofradías en 1992.

Avanza la década de los 90 mientras flaquea la trascendencia y la difusión del cartel, que no pasa de ser reina por un día a pesar de algunas -muy pocas- aportaciones de enorme calidad. En 1999 llegaría uno de los más discutido. Hablamos de la propuesta del profesor Antonio Agudo, una obra que mantuvo las claves de su estilo -a medio camino entre el manierismo y el minimalismo- pero no logró convencer a la Sevilla cofrade. Agudo representó un Ecce Homo que rompía con todo lo que se había hecho anteriormente en este ámbito pero pecaba de despersonalizado y frío, una nota que se achaca también al monumental Vía Crucis -con parecida grafía- que ideó para las paredes de la Basílica del Gran Poder. Sin poner en duda su calidad, el cartel de Agudo podría haber servido para anunciar la Semana Santa de cualquier parte.

Dos toques de atención en la Macarena y Santa Genoveva

Llegados a este punto, nos apartaremos de la oficialidad del cartel del Consejo, que a pesar de presentar en los años siguientes algunas -muy pocas- obras de enorme valor artístico, ha seguido empeñado en experimentar con gaseosa. Hay que detenerse en 2005. Aquel año se producen dos aportaciones que proporcionan una bocanada de aire fresco en el ancho catálogo de la cartelería hispalense. La primera de ellas es la propuesta de Ricardo Suárez para la hermandad de la Macarena. El pintor de la Puerta Real retornó a los fundamentos del arte pop dividiendo el espacio en cuatro casilleros que retrataban a la virgen de la Esperanza en distintos escorzos. Una caligrafía premeditadamente descuidada servía para orlar el centro de la obra con la leyenda Esperanza Nuestra.

Transgresión y cartelería cofrade
Ricardo Suárez ya fue capaz de innovar con este cartel encargado por la Hermandad de la Macarena en 2005.

Ese mismo 2005 se presentaría otra obra dedicada al cincuentenario fundacional de la hermandad de Santa Genoveva, que se cumplía al año siguiente. La composición de Ricardo Encabo Moratilla se alejaba radicalmente de las formas al uso en el planeta de las cofradías y refrescaba, de alguna manera, algunas de las claves estéticas del polémico collage que había inquietado a la Sevilla inmovilista de 1984. “El cartel es un collage inoconográfico cuyo último estado es una fotografía, y esta fotografía es el cartel”, explicaba el autor en la presentación.

Dos décadas después del polémico trabajo de Rolando Campos -que hoy nos parecería inofensivo- había cambiado radicalmente el panorama, tanto como para admitir algunas transgresiones posteriores que algunos lustros previos habrían supuesto la llegada anticipada del Apocalipsis según San Juan. No se trata de un cartel pero la referencia es válida: hablamos del paño de la Verónica encargado por la hermandad del Valle en 2011 a Guillermo Pérez Villalta, que no se cortó un pelo al dibujar nítidamente el sexo femenino entre las barbas del rostro de Jesucristo. Hubo cierta y lógica polvareda pero la sangre no llegó al río y aquel paño salió a las calles de Sevilla en Semana Santa y hoy engrosa la valiosa colección de la cofradía del Jueves Santo. Pérez Villalta no quedó condenado por los guardianes de las esencias y redondeó su relación con las hermandades sevillanas firmando el cartel del 50 aniversario de la coronación canónica de la Macarena. Pero ese mismo año -seguimos en 2011- se había presentado uno de los carteles más frescos de la serie oficial del Consejo, firmado por Juan Manuel Calle, que recurrió a una imagen inusual, la Virgen de Gracia y Amparo de los Javieres, para hacernos viajar en el tiempo evocando la luz y la atmósfera de aquella obra -se titulaba Luz y gracia de Sevilla- de Juan Miguel Sánchez pintada en 1931 que seguía resultando rabiosamente moderna.

Transgresión y cartelería cofrade
Maravillosa interpretación de la Esperanza Macarena en los pinceles de Carmen Laffón.

Dos años más tarde llegaba otra obra fundamental de obligada mención que debería marcar caminos a seguir. Sin romper ninguna baraja, Carmen Laffón volvió a acabar con el cuadro -nunca mejor dicho- al bordar su particular visión de la Esperanza Macarena en el cartel editado por la hermandad en 2013 que llegó a estar, interpretado con desigual fortuna en azulejos, en el atrio de la basílica. Sin cambiar de año nos encontramos con otra breve polémica levantada por la obra escogida por la cofradía de los Gitanos para saludar el XXV aniversario de la coronación de la Virgen de las Angustias. El autor, Francisco Betanzos, interpretaba con acento personal y un lenguaje a medio camino entre el art decó y el comic norteamericano a la última dolorosa de la Madrugada. Hasta ahí todo correcto. El problema -para algunos- llegó cuando las redes aventaron que se trataba de la reinterpretación de una obra anterior dedicada a la Virgen del Valle que pertenecía a una colección particular. Pero la tempestad no pasó del vaso de agua.

Transgresión y cartelería cofrade
El cartel de Manuel Cuervo para el aniversario de la Hiniesta fue recibido con una unanimidad impensable en otros tiempos.

En ese caldo de cultivo llegó el refrescante cartel de Manuel Cuervo dedicado a la Virgen de la Hiniesta. Algunos se enredaron entonces con los cuchillos que traspasan el corazón de la Dolorosa del Domingo de Ramos -ojo, que encontramos igualitos en cuadros antiquísimos- pero el artista se encontró una rarísima y casi completa unanimidad del capillismo militante que dejó respirar tranquilos a muchos hermanos de la cofradía de San Julián. Cuervo volvería a emplear la misma grafía para otros carteles, especialmente los que preparó para la Hermandad de la Macarena en la Semana Santa de 2019.

Dos años después ha llegado la oportunidad de contemplar la propuesta de Ricardo Suárez. El pintor sevillano ya se había distinguido en su momento por demandar –y conseguir posteriormente- una gratificación económica para el cartelista del consejo. En esta ocasión ha sido requerido por la Hermandad del Cristo de la Corona para anunciar el Vía Crucis de las cofradías de este atípico primer lunes de cuaresma. Su cartel, tan distinto, es historia reciente pero podemos formular una pregunta final: ¿Qué habría pasado si Ricardo Suárez hubiera presentado esos nazarenos ‘warholianos’ en 1984? Mejor no pensarlo siquiera...