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Actualizado: 28 jun 2020 / 13:42 h.
  • Vigilar lo que nos rodea y actuar con responsabilidad, una tarea pendiente. Foto: Goodyear
    Vigilar lo que nos rodea y actuar con responsabilidad, una tarea pendiente. Foto: Goodyear

Conducir es convivir. El área de convivencia está asfaltada, bien delimitada y las reglas de juego son, a simple vista, más sencillas que en otros ámbitos de la propia vida. Basta con cumplir una serie de normas que vienen recogidas en un librito de autoescuela que se aprende con unas cuantas tardes de estudio y unos cuantos test de acierto y error. Si se quiere aprende más y mejor sobre esas reglas de juego, hay 172 páginas en el Reglamento General de Circulación a disposición de cualquiera que desee ser exquisitamente respetuoso con los que se crucen en su camino mientras conduce.

Pudiera parecer que todas estas normas, que no están escritas con el lenguaje críptico de los juristas, serían fáciles de entender y asumir casi por cualquier adulto con dos dedos de frente para aprobar un examen de conducir. Pero, lastimosamente, aprobar ese examen sólo garantiza una mínima parte de las exigencias que impone la responsabilidad de llevar un vehículo a motor que puede convertirse fácilmente en un arma, voluntaria o involuntariamente. Bastaría para aprobar con reprimir frente al examinador toda esa agresividad, chulería y resignación vital acumulada que aprovecharemos para descargar contra el primero que se cruce en el camino tan pronto como nos entreguen nuestro flamante carnet de conducir. De otra manera, uno no se explica tantos aprobados cuando ve lo que ve en nuestras ciudades y carreteras.

He dicho al principio que volvemos a la normalidad en las carreteras. Ni 'Nueva Normalidad' ni 'Vieja Normalidad'. Más bien, 'Maldita Normalidad'. Porque vuelve el listo de los cojones que no respeta la distancia de seguridad que el conductor ordenado mantiene con el coche de delante para tener margen de frenado en caso de retención. Es salir de la ciudad en hora punta hacia la playa y comenzar con el desfile de listos de los cojones que hacen zigzag entre los dos carriles de la autovía para ver si avanzan en media hora unas cuantas posiciones en la caravana. Y para ello hacen uso, precisamente, del espacio que dejan algunos conductores con el coche que les precede para así evitar circular a trompicones a causa del efecto acordeón.

Pero es que lo mismo ocurre en las incorporaciones. Tres meses de confinamiento no ayudan a mejorar sus cualidades a los malos conductores, que han regresado al asfalto para seguir considerando que ellos, cuando están en un carril de aceleración con una señal de ceda el paso pintada en el suelo, tienen derecho a incorporarse como les sale de los... iba a decir intermitentes, pero es raro que los usen. Las incorporaciones se hacen mirando con antelación al tráfico, acelerando fuerte hasta alcanzar una velocidad acorde a la del resto de coches de la vía y no estorbando, ni obligando a frenar a los que vienen, ni tampoco echándoles a otro carril. Ellos tienen el deber de facilitar la incorporación en la medida de lo posible, pero no la obligación de ceder el paso. Si no hay sitio, no se cabe o no se está seguro, se frena al principio del carril (el principio no es el final, donde se acaba, eh), se espera a que haya hueco y se acelera como si no hubiese un mañana. Así de paso se le limpia la carbonilla al escape y se evita una avería.

Por supuesto, también vuelve el listo de los cojones que sigue pensando, tres meses después de haber cogido el coche por última vez, que las rotondas siguen siendo un adorno urbano de forma circular, a cuya circunferencia hay que trazar la tangente. Aquellos que piensan, y que además se sienten reforzados por su experiencia al volante (la experiencia de llevar años cometiendo el mismo error con la suerte de no haber sufrido un accidente con culpa), que las rotondas se hacen entrando por el carril que más les gusta, cruzando hacia el carril interior y volviendo a salir cuando les conviene, atravesando los carriles del exterior como si nadie de los que circulase por ellos tuviese la prioridad.

Vamos a recordarlo una vez más para que ni listos ni tontos se queden con la duda: en las rotondas se circula igual que en línea recta, por el carril derecho. En este caso, el carril derecho es el exterior y por tanto, el que tiene prioridad de circulación. Los carriles interiores (uno, dos o los que haya), son para adelantar, y no tienen prioridad, por lo que para salir de la rotonda desde un carril interno, el conductor tiene que ceder el paso a quien circule por su exterior, que puede seguir girando dentro de la rotonda hasta la salida que le convenga.