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Actualizado: 26 ene 2022 / 04:00 h.
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  • De la Expo’92 de Sevilla a la Expo’27 de Málaga

A la española, apurando los plazos hasta el último día, la candidatura de Málaga a la Exposición Internacional de 2027 quedará presentada a tiempo. El Gobierno de España, con respaldo institucional desde todas las administraciones públicas y partidos políticos mayoritarios, ha aprobado en el Consejo de Ministros de ayer martes día 25 la creación de la Comisión Nacional para organizar dicho proyecto encabezado por el Ayuntamiento malacitano. Este viernes día 28, a las cinco en punto de la tarde, expira el plazo para enviar la documentación al Bureau International des Expositions (BIE), con sede en París, la entidad que desde 1928 regula el proceso de admisión y elección para validar la realización de grandes muestras por parte de ciudades y países con ejes temáticos basados en la innovación, en los retos de nuestra civilización y propiciando la confraternización cultural, social y política. Las tres ciudades cuyos países han presentado ya su candidatura son Bloomington (Estados Unidos), Phuket (Tailandia) y Belgrado (Serbia), que la tramitó ayer. Málaga competirá durante un año con ellas para convencer de su idoneidad al Secretariado y al Comité Ejecutivo del BIE y, sobre todo, a los representantes de los 170 estados que son miembros de dicha organización. Cada uno tendrá un voto para elegir a cuál le conceden la Expo 2027. Sin duda, la capital costasoleña tiene opciones para ser la preferida. Pero ha de evitarse cualquier tentación de suficiencia y de elucubrar que se puede ganar el partido sin bajar del autobús. Porque desde 1984 no se organiza ninguna en Estados Unidos, y la última concedida a España fue mucho más reciente: Zaragoza 2008.

Lo mejor de la candidatura malagueña, cuyo lema es 'La Era Urbana: hacia la ciudad sostenible', consiste en entender que un proyecto de evento efímero, en este caso de tres meses de celebración según establecen las normas del BIE, no ha de concebirse como la palanca de modernización en la que echar el resto y depositar las esperanzas de futuro para la población de un territorio. Eso sería un craso error. Nunca lo efímero soluciona lo permanente. Un proyecto de este tipo ha de ser la guinda, no el pastel. Es útil si refuerza una estrategia vertebradora puesta en marcha desde décadas anteriores, que se cimenta con la labor del día a día. Y la era de Málaga como ciudad que evoluciona y se postula como destino para residir y trabajar en desarrollos tecnológicos, aún más que como litoral para estar unos días de ocio o vacaciones, es la auténtica y más plausible exposición de argumentos y motivos para plantearse una iniciativa que a posteriori redondee su urbanismo y sus equipamientos al servicio de esa dinámica emprendedora y de captación de inversiones.

El pasado mes de noviembre, en la sede central de la Comisión Europea en Bruselas, Málaga quedaba en segundo lugar, empatada con Dublín, y tras la ciudad alemana de Dortmund, que resultó ganadora, en la final de la convocatoria anual mediante la que se otorga el premio de Capital Europea de la Innovación para significar logros. No es un galardón a beneficio de promesas. Participar de modo convincente en esa concurrencia resultaba inimaginable cuando Málaga era nacional e internacionalmente solo conocida y valorada por su capacidad para atraer turismo, tanto el de mansiones como el de sombrilla. Ahora presume de tener emprendedores como Bernardo Quintero, capaz de convencer a Google para elegir Málaga como ciudad donde crear su centro europeo de innovación en ciberseguridad. Y de una madurez en la colaboración público-privada entre organismos, empresas y universidades, que está propiciando la articulación del Instituto Ricardo Valle de Innovación. Apunten este nombre. Es la iniciativa más clarividente de ese tipo en Andalucía, y emulando el soberbio ejemplo del Fraunhofer alemán, para acrecentar con liderazgo empresarial las industrias tecnológicas que son los motores del empleo y de la prosperidad en los países más avanzados. La implicación de empresas de sectores tradicionales como Mayoral (ropa), Sando (infraestructuras) y Myramar (promoción inmobiliaria), junto con otras como Premo, fabricante de componentes electrónicos, corrobora la tendencia hacia un cambio de modelo productivo, y reorientar la primacía del ecosistema socioeconómico a la competitividad de escala global y en las soluciones más demandadas.

Sería formidable que en el 2023 Málaga gane la votación y organice en 2027 la Exposición Internacional que tiene en mente. Está cantado: se hablará entonces de la nueva Generación del 27. La foto de familia de los talentos andaluces y del resto de España que, sin complejos, y por méritos propios, están participando en la resolución de los desafíos de nuestro pequeño gran mundo de consumos insostenibles, metrópolis hacinadas, desequilibrios climáticos, virus pandémicos y pobrezas cronificadas. Y Sevilla es un importante valor añadido que reforzará la consistencia de la candidatura malagueña a ojos de analistas y competidores. Sobre todo por tres fortalezas: la envergadura de su ecosistema en la producción tecnológica, industrial y científica relacionada con energías renovables, gestión medioambiental y sector aeronáutico-aeroespacial; el éxito de organización, de participación internacional y de número de visitantes de la Exposición Universal de Sevilla 1992, hasta el punto de relanzar este formato de 'expos' que estaba en desuso; y la venidera celebración, del 27 al 30 de septiembre de 2022, del Congreso Mundial de Parques Científicos y Tecnológicos, en el que más de mil representantes de las mejores áreas de innovación de los cinco continentes van a comprobar que la isla de la Cartuja es, como Parque Científico y Tecnológico Cartuja, el mejor ejemplo hasta la fecha a nivel mundial de reaprovechamiento de un recinto y de un alto porcentaje de los equipamientos creados para una 'expo'. Con más de 500 empresas y entidades, con más de 24.000 trabajadores y con una generación de ingresos que supera los 3.000 millones de euros al año. Para que luego digan periodistas y políticos indocumentados, sobre todo desde Madrid y Barcelona, que los andaluces solo saben crear bares en las ciudades y chiringuitos en las playas.

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