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Actualizado: 25 nov 2020 / 04:00 h.
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  • Imagen de archivo de un colegio concertado. / EFE
    Imagen de archivo de un colegio concertado. / EFE

Cuando yo era niño y púber, como mis padres no tenían suficiente poder adquisitivo para pagarme un colegio privado, lo hizo mi padrino porque ya se sabe que el que no tiene padrino no se bautiza y yo lo tenía y además valenciano y valiente. Podría haber ido a uno público pero así lo decidió mi familia: de niño, en Las Salesianas de la calle San Vicente y sobre los 8 años a Los Maristas de la calle Jesús del Gran Poder, en un edificio que en paz descanse porque mira que era hermoso su patio de estilo neomudéjar de paredes rojas. La piqueta se lo llevó, que San Marcelino Champagnat -anda que no rezamos nada para que de Beato pasara a santo- lo tenga en su gloria.

A la entrada de ese colegio Marista de la calle Jesús del Gran Poder, a la vista de todos y de todas, había un cuadro de honor con las fotos de los alumnos -allí no había niñas, sobra decirlo- que a juicio de profesores -hermanos maristas y seglares laicos- lo merecieran. Me costó, pero llegué a figurar en ese cuadro, ahora sería discriminación, elitismo, desigualdad, ¿verdad? No recuerdo que entonces se hablara de eso sino de que unos tomaran ejemplo de quienes llegaban a figurar en ese cuadro.

He aquí la paradoja: en aquellos tiempos, donde el trabajo estaba más al alcance de muchos, donde no había los contratos basura actuales, donde gobernaba España un régimen dictatorial, paternalista, autárquico, los Maristas estaban más en el mundo que el propio régimen porque nos preparaban mejor para competir, para ser fuertes y al mismo tiempo para ayudar al que lo necesitara. Nunca canté el Cara al Sol ni nada parecido al comenzar y terminar la jornada escolar. Sí, por supuesto, formábamos en el patio y a la entrada matinal se izaba la bandera española y al final del día se recogía, pero sin cantos fascistas, los Maristas son de origen francés y, al igual que en la Escuela Francesa que estaba cerca de la Giralda, intentaban no sucumbir a las consignas franquistas, no explicaban la Cruzada contra el rojo, eran autoritarios y algunos profesores bastante déspotas, pero exigían y nos preparaban para las reválidas de las que nos examinábamos -con bastante miedo- en el instituto San Isidoro. Ahora los han salpicado algunos casos de escándalos por pederastia, una desgracia que condeno sin paliativos, pero me alegro de que me hayan formado ellos porque cuando llegué a la universidad tenía una cultura de la que hoy carecen la mayoría de los jóvenes, sin duda.

Cuando veo en La 2 ese programa histórico de concursantes, Saber y ganar, con su incombustible presentador Jordi Hurtado, y llega la prueba de la calculadora humana, donde hay que acertar sobre la marcha con operaciones de sumas, restas y multiplicaciones, recuerdo que con 12 años ya desarrollábamos en las clases maristas ejercicios similares y el profesor colocaba al principio a los que acertaban y al final a los que no lo hacían. Otra humillación, según la filosofía actual del mírame y no me toques. Aquella prueba despertaba terror en mí que tengo un cerebro puramente “de letras”. Recuerdo que estaba de los últimos al principio, pero al final terminé de los primeros. ¿No está tan de moda la superación personal? Pues aquello lo era. Y estar en el cuadro de honor era otra conquista a base de esfuerzo por cumplir con unos valores: buenas calificaciones, conducta y aplicación. Y es que en la vida tienen que existir normas y las normas las colocan en la mesa quienes más saben. Se debe consultar y explicar a los que deben cumplirlas, pero alguien tiene que llevar el timón del barco y por supuesto ese alguien puede equivocarse y se le deben pedir explicaciones entonces. Lo que no se puede es educar al margen del mundo completamente salvaje del siglo XXI con el rollo falso de la igualdad y además invirtiendo la fórmula: los menores no persiguen el aprobado de sus padres y profesores sino que es al revés. Qué estupendo para un gobierno y unos padres que deseen dormir la siesta en lugar de educar y enseñar.

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