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Actualizado: 28 nov 2022 / 12:23 h.
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  • El problema de la Sanidad es la educación

Hacía tiempo que no pasaba por un hospital, pero hace un par de semanas tuve que acudir al Macarena por un problema grave en un hombro que me tuvo con un cabestrillo unas semanas.

Mi visita al hospital duró siete horas. En ese tiempo pasé por consulta dos veces, me pincharon otras dos y me realizaron una radiografía. Demasiado poco para tanto tiempo, pero no me quejo. Entiendo que lo que me ocurría, aunque para mí fuese muy doloroso, no era lo suficientemente urgente como para que me tratasen de inmediato.

Durante el tiempo de espera pude ver cómo pasaban antes que yo gente que había llegado más tarde, pues esas personas habían sufrido accidentes de tráfico, abuelos que habían tenido caídas e iban en silla de rueda o en camilla... en definitiva, gente que estaba peor que yo. Obviamente uno no se queja y espera lo que haga falta porque entiende estas situaciones.

No vamos a descubrir nada nuevo si decimos que los sanitarios están desbordados, pero esta situación se debe, en buena medida, a una falta de educación enorme por parte de muchos de los acompañantes de los pacientes.

Durante mis horas en la sala de espera pude ver el egoísmo del ser humano en su máxima expresión.

¿No les da coraje la persona que se pone a vuestro lado y chilla mientras habla por el móvil? Pues imagínense en una sala de espera llena de gente. Sí, parece que no sólo se tenía que enterar la personas que estaba al otro lado del teléfono de lo que le había pasado a su criatura; tenía que compartirlo con todos los que allí estábamos. Esto no ocurrió una vez, fue una constante.

Siguiendo con el móvil también estaban los que querían compartir con todos los presentes lo que estaban viendo en Youtube o en redes sociales. ¿Para qué quiero cuenta en Tik Tok si puedo ir al hospital y enterarme de los líos de Alba Carrillo?

Era tanto el jolgorio que se montaba en la sala de espera, que un sanitario tenía que salir cada dos por tres a pedir silencio y recordar a los presentes que se encontraban en un hospital.

Aunque lo peor no era el tema de la contaminación acústica. Lo más llamativo es que la gente entraba en las consultas de los galenos interrumpiendo constantemente para preguntar cuándo les tocaba a ellos y que era de vergüenza la lentitud con la que atendían.

Esta actitud de los acompañantes hace que el profesional tenga que pararse en mitad de una consulta y perder un tiempo precioso que podría reducir el tiempo de espera.

Lo más curioso es que todos los que se quejaban venían por problemas menores que se solventaron con una venda e ibuprofeno cada ocho horas.

Como estudio antropológico, las salas de espera de un hospital son un nicho maravilloso, aunque preferiría no hacer ninguno más.

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