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Actualizado: 03 feb 2023 / 08:32 h.
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  • La clase política española o cómo cotizar diez minutos y ser feliz

Imaginen un Gobierno de la nación compuesto por profesionales de gran prestigio en todos y cada uno de los campos que se quisieran gestionar y mejorar. Imaginen que todos tuvieran la posibilidad de salir del Gobierno para volver a sus empresas, laboratorios o despachos. Sigan imaginando. Sería maravilloso que estuvieran al mando mientras fueran útiles para la sociedad, para la economía y la convivencia. Imaginen que esos políticos se fueran sin grandes problemas y no se agarraran al sillón como si les fuera la vida en ella. Pues bien, dejen de soñar porque lo que tenemos es otra cosa y debemos colocar los pies en el suelo para poder afrontar el problema.

Con la llegada de la democracia, la clase política franquista desapareció. Solo quedaron un puñado de políticos que fueron tachados de traidores y esas cosas aunque hicieron su trabajo más que bien. Poco a poco, esos que se quedaron fueron desapareciendo y lo que tenemos ahora es una clase política profesionalizada hasta límites impensables, una clase política que suma (entre todos sus miembros) quince minutos de cotización a la Seguridad Social, una clase política ramplona que se ha formado en la sección de jóvenes del partido y ha ido progresando hasta ostentar cargos en ayuntamientos y, más tarde, comunidades autónomas o política nacional.

¿Qué puede saber un sujeto de la realidad si está a años luz de cualquier problema que afecta a los ciudadanos? ¿Cómo un ministro de cultura o de igualdad o de economía puede entender algo si no ha trabajado en la vida y no sabe qué es un contrato, los problemas de la mujer en las empresas o lo que puede asfixiar a una pequeña o mediana empresa? ¿Cómo puede entender un político lo que arriesga un empresario si no ha arriesgado nada en su vida?

Los políticos lo son porque es su profesión. Y eso no debería ser un problema en sí mismo salvo que solo supieran hacer eso, política. Y el problema que tenemos en España es ese y, por desgracia, la solución es desconocida, casi imposible.

Solo se me ocurre algo peor: llegar a la política sin oficio ni beneficio y sin haber pasado media vida en el partido. Y en España eso también lo estamos experimentando. Estamos apañados.