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Actualizado: 22 abr 2022 / 10:24 h.
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  • Foto: Jesús Barrera
    Foto: Jesús Barrera

Sí. Tal como lo leen. La Semana Santa ha muerto. O le damos pronto el responso o la agonía seguirá haciéndonos sufrir cada vez más. Sobre todo, a las generaciones que comenzamos a peinar alguna cana que otra. Permítanme la osadía los Alberto García Reyes, Antonio Burgos, Navarro Antolín o Ybarra Pacheco, pero he vivido ya varias (36) para poder opinar sobre la fiesta más grande de esta tierra nuestra maltratada llamada Sevilla. Porque con ellos va también el asunto.

Murió justo el año en el que volvió la vida. Murió justo al ver cómo las calles fueron conquistadas por los ciudadanos que volvieron a acompañar a sus titulares con formas que la Sevilla más rancia no tolera, pero que poco ha hecho durante tantos años más que quejarse derramando ríos de tinta en columnas de periódicos que sólo leen románticos vetustos. Hace tres años, en abril de 2019, escribía la columna La chabacanería en Semana Santa, por la que mis compañeros de El Correo de Andalucía me felicitaron por superar el cuarto de millón de visitas. En él, decía esto:

“Estamos cayendo en una Semana Santa low cost donde no soportamos una bulla y a la mínima provocamos crispación a propios y extraños. ¿Por qué? Porque lo queremos todo ahora, ya, sin esperas. Por no hablar del estado en el que muchos ven las cofradías en las calles”.

Vino una pandemia. Miles de muertos. Y el ingenuo de nuestro presidente, Pedro Sánchez, dijo que “saldríamos mejores”. Nos vendieron un mantra que incluso nos creímos los adultos, mientras ignorábamos a los más pequeños y jóvenes, sin saber qué vendría después. He aquí el resultado: el de siempre, ni mejores, ni peores, diferentes. Y el párrafo, tras lo visto en nuestras calles estos días pasados mantiene su actualidad más rabiosa.

Los canicofrades

Uno de los debates entre compañeros periodistas y opinadores que sientan cátedra e imponen la Sevilla suya, es el de la multitud de jóvenes que ven pasos cubata en una mano y móvil en otra, poniendo el grito en el cielo por la falta de respeto ante el discurrir de las cofradías. Tienen ustedes razón. Es una desfachatez, pero poco o nada hicieron cuando, décadas atrás, prefirieron centrarse en las luchas internas de las hermandades, del Consejo o de las sillas en la Carrera Oficial mientras los padres de esos jóvenes se hinchaban de cubalibres y/o manchaítos en el bar de turno con el medallón dorado sobre pechos-lobo un Domingo de Ramos. En los carritos estaban los jóvenes de hoy, de los que nos quejamos. Dando ejemplo andaban los que hoy se rasgan las vestiduras.

El canicofrade ya existía. Es el mismo que hoy silba todas las marchas al lado tuya, planta su silla impidiendo el paso a mayores o personas con problema de movilidad o levanta su muralla china con los carritos de canicofrades del futuro. Es el mismo que en el 2000, 2005, 2009 ó 2017 montó las carreritas de turno sembrando el pánico en la ciudad y que, por obra y gracia del Espíritu Santo, se saldó con silencio gubernamental y ningún fallecido. Y ahora, esos canicofrades ya formalizados por el devenir y el paso de los años, las facturas y la hipoteca se echan las manos a la cabeza por cómo se ha devaluado nuestra Semana Santa cuando ellos jamás respetaron.

¡Que viva la juventud!

Todo ha cambiado. Y sigue cambiando a pasos agigantados. Dejemos las etiquetas. Los grupos jóvenes de las hermandades están revitalizando, a su manera, nuestra Semana Santa. A su manera, ni mejor ni peor que antes. Sin ellos no se explica el boom del costalero, por ejemplo, a pesar de que muchos colegios públicos (y alguno privado) sigue negándole la mayor a nuestras tradiciones impidiendo que se monten cofradías, no vaya a ser que el AMPA, que tiene más poder hoy día que un director de instituto, vea en las cruces y las dolorosas un ataque contra la laicidad del Estado que te controla. Pero feliz Ramadán, Halloween y San Patricio, oigan.

Decía que el joven tiene que equivocarse. Y acertar mucho. Y el adulto debe estar para ayudar, no para imponer. Muchas hermandades lo están entendiendo a la perfección. El joven tiene que ir ganando protagonismo, desde la trabajadera hasta tomar responsabilidad en los grupos de caridad. Ellos son los que aportan savia nueva. Vale, muchos son folclóricos, otros rancios. Pero, ¿y qué mas da? Miren cómo cada vez más bandas y agrupaciones musicales suben el nivel de calidad por jóvenes que las revitalizan. O las priostías. O el gusto por la historia. O el cada vez mayor peso de las mujeres -que ya va siendo hora-. Esas son noticias que no salen en la prensa. El problema es que por San Gregorio andan en otros menesteres, en lugar de darle a la muchachada el sitio que desde las hermandades ya están brindándoles.

Resucitó

En definitiva, la Semana Santa ha muerto... para volver a nacer. Atrás deben quedar comparaciones odiosas con décadas antediluvianas que tanto daño nos están haciendo. No podemos seguir yendo en coches de caballos cuando los Tesla son el futuro. Lo rancio, en muchas ocasiones, apesta a inmovilismo y a egoísmo. Una cosa son los valores, el respeto y la tradición, que tienen que nacer en la familia, y otra bien distinta es no querer avanzar por miedo a perder ese estatus chovinista que te da el recordar tus batallitas setenteras de pensamiento único y “aquí mandan mis bemoles”. Renovarse o morir sin perder el rumbo: caridad, formación y culto a los titulares. Por cinco siglos más, mínimo, de Semana Santa en Sevilla.

PD: Enhorabuena a El Correo de Andalucía por apostar por La Recogía del bueno de Juanmi Vega. Frescura y juventud para darle un giro a las retransmisiones televisivas de Semana Santa.