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Actualizado: 31 jul 2021 / 04:00 h.
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  • Los presidentes de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso (i); de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo (c), y de Melilla, Eduardo de Castro, a su llegada a la XXIV Conferencia de Presidentes. EFE /JMGARCIA
    Los presidentes de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso (i); de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo (c), y de Melilla, Eduardo de Castro, a su llegada a la XXIV Conferencia de Presidentes. EFE /JMGARCIA

La reunión o conferencia de presidentes autonómicos con el presidente de España trae de nuevo a la palestra algunos aspectos que considero claves para el futuro de un país gravemente amenazado por la descomposición y no hay que tomarse esto a la ligera porque el momento es clave y muy serio. El presidente de España está demostrando que le atraerá lo que llama la igualdad y la no discriminación, pero desde luego en materia autonómica no aplica el mismo rasero.

La presidenta Ayuso monta en cólera y rechaza las negociaciones de Pedro Sánchez con el separatismo catalán y recela de lo que en materia separatista vendrá después porque es que eso va a ser así como no entremos en razones. No veo otra salida al separatismo catalán -rechazando totalmente ese separatismo- que no sea un estado federal o confederal donde, menos las leyes o principios básicos de una sociedad occidental articulada en la UE, el resto sea competencia exclusiva o casi exclusiva de cada estado español, de eso los expertos podrán aportar todas las ideas didácticas necesarias.

A pesar de esta transformación de fondo, no es lo peor del asunto, lo peor es que luego vendrán otras zonas de la península a pedir lo mismo y ya no serán sólo los vascos sino también Baleares, Valencia y, por qué no, Andalucía que se está empezando a hartar de tanto agravio comparativo y tanto agravio en general como su cultura, su habla, su carácter, han sufrido en los últimos años. Y no olvidemos a Madrid, aunque esto sería ya la puntilla a un modelo de Estado y la guerra civil de nuevo -hay varias formas de guerras civiles-, para qué vamos a andar con rodeos, hay que ponerse en lo peor, piensa mal y acertarás es un dicho y un camino que nos previene para no cometer más barbaridades que además son idioteces, recuérdese que el idiota no usa la razón y España se ha llenado de idiotas que se han venido sembrando desde los años 80 del siglo pasado.

Valencia está siendo víctima de un populismo nacionalista que puede calar más aún en una población dividida entre quienes desean ser ellos y quienes parece que anhelar convertirse en la Cataluña del sur. Y en Baleares el asunto está aún más avanzado. Cuando sales de la estación de Sants en Barcelona lo primero que ves es la Plaça dels Països Catalans, es decir, Cataluña, Valencia y Baleares. Cada uno desea ir por su lado, de lo contrario, tendrían que unificar o normalizar una legua que no lo está y además unificar también una historia donde Cataluña querría para sí el máximo protagonismo. Si por desgracia esto sucediera y a esta dinámica se uniera Euskadi, tendríamos, en efecto, varias Españas, la historia que yo estudié y la que se estudia ahora habría que tirarla a la basura y ya no sabríamos ni qué señas de identidad nos distinguen del resto de los países de la UE y del mundo.

Sin duda, sería un panorama deprimente que nos reduciría a un expaís envuelto en una especie de caos cultural y espiritual que puede ser aún peor que el otro caos que lo acompañaría: el socioeconómico. Da la impresión de que este mundo narcisista que desde hace decenios nos vende a través de sus medios de comunicación en general la sociedad globalizada, ha calado en políticos sin personalidad ni visión precisamente global que creen que una forma propia de hablar merece un país o un estado desligado del resto del territorio con el que se compartió y se comparte la Historia.

Ahora bien, el desafío está ahí, igual que no sé adónde quiere llegar Sánchez y quiero verlo con mis propios ojos para reaccionar como ciudadano, tampoco sé el plan que tienen Ayuso, Casado o Abascal para mi país llamado España, es que sólo destruyen, no construyen, destruyen los indultos, destruyen las negociaciones, sin decir nunca a cambio nada, porque la situación posee unas raíces hondas y complejas que las voy a resumir con unas ideas muy básicas.

Al margen de nuestra historia anterior a la Edad Media, donde ya existía esa Hispania o “país de conejos” como se llamaba a la España romana, el quid de la cuestión -sin olvidar el siglo XIX- está en todo lo que pasó en una Edad Media larguísima y muy peculiar entre todos los países de Europa a los que les estuvimos deteniendo el avance islámico 800 años para que ellos desarrollaran mejor su feudalismo y su pre-capitalismo.

La Edad Media española empieza en el 711 con la invasión islámica y termina casi en época de Edad Moderna, en 1492 con la caída de Granada, un auténtico quebradero de cabeza para los que tuvimos que estudiarla en la universidad. En ese espacio de tiempo tan amplio sucedieron muchas cosas en la península ibérica, muchísimas, que no hemos sabido encauzar ni en el siglo XVIII, ni en el XIX ni en el XX ni en lo que va de XXI. Este hecho es el que imposibilita que exista una solución superficial para el problema de España. Desde luego, me gustaría que España hallara su identidad en su diversidad, lo que no creo es que ni Sánchez ni Ayuso ni Casado y mucho menos Abascal sean las personas adecuadas para encontrar una solución. Hacen falta estadistas de alto standing. ¿Dónde están? Porque ya podemos afirmar rotundamente que la situación, sin duda, es bastante más grave que la que vivimos en la transición, tras la muerte de Franco en 1975.

Para colmo, aunque sigo con la curiosidad de cómo piensa Sánchez resolver este galimatías, el inquilino de la Moncloa echa gasolina al fuego. El presidente vasco llega a una reunión de presidentes con todo el pescado vendido a su favor. Y el presidente catalán para qué va a ir si sabe que puede hacer por ahora lo que quiera, entre bambalinas, con Moncloa. En principio, un panorama desolador.

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