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Actualizado: 29 nov 2022 / 07:50 h.
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  • ¿Matamos a los machistas?

De niño nunca escuché la palabra machista en Palomares del Río. Solo macho, que significa otra cosa. Jamás vi a mi madre en una taberna ni para comprar refrescos o el vino fresquito de la comida. El hombre de la casa era mi abuelo materno, Popá Manuél, un hombre de campo, rudo, nada tierno pero honrado a carta cabal. Mi madre fue una mujer valiente capaz de hacer su propia su vida, criando a tres niños que le dejó mi padre, muerto a la edad de 33 años, de leucemia. Momá Pepa nos decía que se le hacía la sangre agua. Supongo que mi abuelo era un machista, porque nació en el siglo XIX, el mismo año que Tomás Pavón. Pero jamás dijo en casa “aquí mandan mis cojones”, que era la frase típica de los machos de la época, aunque nunca le di demasiada importancia. Seguramente me crié en un ambiente machista. Mi madre lo era, pensaba que el hombre era el amo y que la mujer estaba para complacerlo. Esto ya me gustaba menos, la verdad. Así que es más que probable que yo sea también algo machista o que tenga un ramalazo. Supongo que es algo que los hombres tenemos en las tripas o en los genes, como las mujeres tienen otras cosas. Si es así, les digo que me avergüenzo y pido disculpas si alguna vez una actitud machista por mi parte ha podido lastimar a alguna mujer. He estado casado veintitrés años, en dos tacadas, y no recuerdo que ninguna de las dos me lo tirara nunca a la cara de mala manera. No se puede evitar ser machista, tener ese sentimiento en las tripas, pero sí se puede corregir como se pulen otros defectos. Detesto el machismo y llevo toda mi vida defendiendo los derechos de las mujeres, sin ser un feminista, digamos, militante. También detesto el feminismo salvaje, el que va contra el hombre como se caza a un animal en el monte, sin piedad. Creo en la reeducación de los hombres y antes de crear un matadero de machistas, que vamos camino de eso, sería necesario promover la rehabilitación pero no desde el odio, sino desde la paciencia y el amor. Millones de hombres de España, de mi generación, tuvimos la educación que tuvimos y lo que no nos inculcan de niño, crece de mala forma y luego cuesta la misma vida corregirlo. Es como los dientes que crecen torcidos: con cierta edad, son ya un caso perdido, aunque el dentista te venda un corrector dental a precio de oro para que puedas ir a buscar novia al programa de Carlos Sobera. El machismo no se elimina cazando al machista como a una rata, sino con paciencia y mucha educación. No tiene que ser una guerra entre feministas y machistas, porque ya hemos tenido demasiadas en nuestro país y parece que no escarmentamos. Somos guerrilleros y tozudos, pero algunos queremos aprender.

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