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Actualizado: 24 sep 2022 / 22:18 h.
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  • Niños, niñas y niñes o la ministra sobre el alambre

Irene Montero es una ministra que dedica buena parte de sus esfuerzos a batir récords de todo tipo. No creo que exista nadie capaz de quedar mal con todos, con los de su derecha y con los de su izquierda, con heterosexuales y transexuales, con feministas o negacionistas de la violencia de género. Es impresionante cómo transita la realidad sobre un cable, sin red de protección y sin que parezca que la cosa tenga solución.

Desde luego, alguien que insiste en utilizar un lenguaje inclusivo; que va contra toda la semántica conocida, contra la sintaxis que soporta el idioma más precioso del mundo; ya debería ser motivo de cese inmediato. Niños, niñas y niñes, ¡qué cosa tan fea, tan artificial, tan absurda y tan prescindible! Esta bobada no aporta nada a la sociedad salvo desorden y estupidez. Y, desde luego, esta mujer debería cuidar sus intervenciones públicas porque cada frase que dice se convierte, de forma inmediata, en un grupo de palabras de destrucción masiva.

Me voy a permitir un inciso para contarles algo que acabo de vivir y que creo puede servir como ilustración de lo que diré más tarde. Me he encontrado con unas imágenes en televisión en las que se puede ver un centro de reclutamiento ruso en el Cáucaso. Una mujer grita que los hombres deben luchar por su país, defender la madre patria. Y los hombres contestan. Según una cadena de televisión, esa contestación viene a ser que nadie ha atacado la patria y que les llamen el día que eso pase, que son ellos los que han invadido otro país. En otra cadena afirman que la mujer dice a los hombres que tienen que pelear por el futuro y ellos contestan que cómo pueden hacer eso si no tienen ni siquiera presente. Todo esto es inquietante. ¿Qué han dicho en realidad? ¿Debemos creer en lo que nos dicen los periodistas? ¿Cómo es posible que esto pase sin que lleguen las consecuencias? Ahora, sigo...

En España, se ha producido un enorme alboroto alrededor de la última intervención de Irene Montero que se ha hecho viral. Se le acusa de fomentar la pedofilia invitando a los menores a tener relaciones sexuales con adultos. Para ser justo, diré que la intención de la ministra no parece que sea esa ni mucho menos. Esta mujer arrastra enormes carencias y grandes lagunas, es sectaria y todo lo que ustedes quieran añadir, pero no creo que se le pueda acusar de algo tan grave. Lo que pasa es que su discurso es corto, simple, histriónico en exceso y vacío. Y podría parecer que, esta ocasión, esa invitación a la pederastia está implícita, pero no. Es casi mezquino retorcer las frases para que la intención o la literalidad de lo dicho nos haga pensar en algo tan tremendo. Esta vez lo mezquino es buscar tres pies a un gato que tiene los cuatro en su sitio.

Lo que dijo Irene Montero es esto (transcripción literal): «Los niños, las niñas, les niñes, de este país tienen derecho, tienen derecho a conocer su propio cuerpo, a saber que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren, si ellos no quieren, y que eso es una forma de violencia; tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quienes les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento. Y eso son derechos que tienen reconocidos’. (21 de septiembre de 2022).

Veamos. Un niño o una niña que no tenga 16 años no puede dar su consentimiento. La ley lo impide. Por tanto, la ministra se está refiriendo a personas de más de 16 años, es decir, niños de 16 o 17 años. Por otra parte, Montero habla del derecho a conocer, esto es, a una educación sexual sana que impida que un niño, por ejemplo, no sea capaz de distinguir un abuso de otra cosa. Es bueno saber que la ministra contestaba una pregunta sobre asuntos que tienen que ver con niños de 16 o 17 años; Montero hablaba del derecho a la educación sexual y no del derecho a tener relaciones sexuales; la intención de Montero era noble y no la que es motivo de acusación.

Podríamos llegar más lejos con lo dicho de forma literal aunque sería farragoso e inútil. Una cosa está clara y es que la ministra es incapaz de controlar sus tonos, la elección del lenguaje adecuado y de mantener la calma si le aprietan mínimamente. Un mal discurso deja las carencias al aire del que lo dicta. Y está claro que comenzar un discurso diciendo ‘los niños, las niñas, les niñes’ ya anuncia alguna hecatombe porque el sentido común es enemigo de la gilipollez. Pero no se puede utilizar de forma torticera una interpretación agarrada por los pelos de lo que dice otro.

Esto es un no parar.