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Actualizado: 01 feb 2023 / 11:13 h.
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  • ¿Pesimismo? Nunca

Cito una frase que encontré hace días en la Laudato si’ del Papa Francisco: “La humanidad posmoderna no encontró una nueva comprensión de sí misma que pueda orientarla, y esta falta de identidad se vive con angustia”.

Comparto el concepto y además creo que es una ansiedad que se traduce en elegir toda gama de ruidos para dejar de escuchar en el silencio interior la voz de la conciencia; también se traduce en dejarnos embobar por las estroboscópicas luces del consumismo para evitar posar la mirada en el paisaje del espíritu, en intentar llenar el vacío que nos produce la insatisfacción repetitiva de lo material para llenarlo de manera maquinal con más artificialidad, en sustituir lo trascendente por los dioses que el relativismo temporal ofrece a costo cero.

Esta fatiga que somete a los sapiens sin distinción de raza, edad, clase social o género, se añade a la pesada incertidumbre que provoca la barbarie de la guerra, lo inhumano de la pobreza y del hambre, la inseguridad de la crisis climática, el desgaste de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad o la incomunicación fraterna que provoca la excesiva y mal usada interconexión digital.

Una cultura basada a menudo en el descarte y el desperdicio, en el usa y tira, en la búsqueda incesante y descontrolada de impulsos emocionales, maquillada con la cosmética de la felicidad más frívola y superficial, que impulsa el avance de la idiotez y acorrala el conocimiento. Una cultura demasiado frágil para satisfacer las necesidades humanas y para satisfacer a la razón misma.

Reflejo de este transito contrito y gris son los medios de comunicación que muestran a diario la agonía de una civilización que podría estar fundada sobre el primado del ser y del saber, en la que el valor supremo fuese el de la verdad y que hoy, sin embargo, se fundamenta en un desquiciado egoísmo que envenena a parte de la sociedad con toxinas que anulan la vida y la esperanza e impiden apreciar el valor de nosotros mismos, el de los demás, y el de los recursos que se generan en nuestra “casa común”.

Cuando la sexualidad, el dinero, el poder, la técnica conquistan espacios de existencia autónoma sin encauzarlos con criterios de fraternidad, de justicia e igualdad, se arriesga de lesionar a las personas, a la sociedad o a la naturaleza, impidiendo o haciendo difícil el desarrollo integral del ser humano.

En la sustancia de nuestra civilización, en las últimas décadas, parece que sigue imperando la cultura de la nada, porque el punto doliente de la humanidad y que casi todo lo domina es el nihilismo.

Nihil es término latino que significa nada, y el sufijo ismo está por doctrina o concepción. El Nihilismo en palabras pobres es la doctrina que postula como principio de todo a la nada, ya que los valores supremos pierden validez. Nos falta la meta, como también nos faltan muchas respuestas a nuestros por qué.

¿Pesimismo ante el futuro? Nunca. La esperanza cristiana no ha desaparecido, ni desaparecerá, de ella nos nutrimos para ser la sal de la tierra. Los cristianos no pueden renunciar ni a la razón, ni al diálogo constante, ni a la fuerza de sus raíces también alimentadas por la cultura grecolatina. La esperanza es el sueño del hombre despierto. También lo dijo Aristóteles.