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Actualizado: 30 jul 2021 / 17:14 h.
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  • Ponga tapa de vacunas, ración de certificados y otra ronda de antígenos

En puertas del segundo agosto covid, es necesario mirarnos en España como una botella medio llena y también medio vacía. Es meritorio llegar al comienzo del gran mes de la movilidad turística con el 55% de la población vacunada. Pero no resulta suficiente para tumbar de modo contundente los contagios del virus. Y ya sabemos por experiencia que cuando se prodigan por doquier la cohabitación pública y la confraternización privada, semanas después la pandemia muestra con más intensidad su cara dramática en los centros de salud, en los hospitales y en los tanatorios.

También cabe congratularnos de ser un país con menos porcentaje de habitantes insumisos para vacunarse. Que no es solo una responsabilidad individual para protegerse uno mismo y para amparar mejor a tus seres queridos, sino que es también un deber cívico para combatir esta crisis sanitaria y socioeconómica. En este tema, la sociedad española promedia, en todos sus estratos, más sensatez que otras dos influyentes en numerosos aspectos de la vida: la francesa y la norteamericana. Lástima que esa botella medio llena quede neutralizada por el desapego que aún tienen muchos españoles respecto a cumplir de modo constante las normas cuando no las sienten como amenaza a su conveniencia particular. Bastaría una tónica de perseverancia para padecer muchos menos miles de contagiados y centenares menos de fallecidos. Es lamentable que se susciten cotidianamente tantas situaciones de riesgo fácilmente evitables. Esa es la consecuencia de la escasa cultura de salud pública, funesta inercia que aboca a fiarlo todo a ponernos en manos de los sanitarios.

Donde constato peor cosecha de botellas es en la falta de nueva legislación nacional para una crisis pandémica de larga duración, con rango de aplicación indiscutible y homogénea en todo el país. Que además serviría para sustentar la respuesta a la siguiente pandemia que provenga desde cualquier confín del planeta vírico. El colmo de las paradojas: España se caracteriza por la sobreabundancia de leyes y reglamentaciones, con infinidad de contradicciones porque muchas normativas no quedan derogadas y dan pie a enredar aún más la maraña del atasco en el sistema judicial, y ahora que nos enfrentamos a un problema mayúsculo cuyo balance de víctimas mortales es al menos de 81.400, desde el Gobierno se ha optado por debilitar el mando único, por neutralizar la razón de ser parlamentaria, y por dar alas a que cada comunidad autónoma haga de su capa un sayo sin tener certidumbre sobre si tendrá beneplácito o desautorización por parte del tribunal superior de ámbito regional. La suma de situaciones contrapuestas es del tebeo. El balance siempre es negativo cuando España deviene en reino de taifas. Para que se entienda aún mejor con mentalidad de agosto: ¿Usted se imagina que hubiera que cambiar de código de circulación para transitar de veraneo en coche por la cordillera pirenaica, o de Aranjuez a Toledo, o de Guecho a Laredo, o de Sevilla a Mérida?

El nuevo umbral del caos está en decidir o no si se obliga a tener y presentar certificado de vacunación o prueba médica de estar libre de virus para entrar en bares, restaurantes, hoteles, teatros, cines, recintos deportivos y cualquier otro tipo de establecimiento de hostelería o de ocio. Por ejemplo, en Italia entra en vigor el 5 de agosto. Por supuesto, en todo el país a la vez. Y nadie puede poner en duda que es un país muy turístico, y que a los italianos les gustan las 'trattorias', las discotecas, los recitales de ópera y los estadios de fútbol. Pero, a estas alturas de la pandemia, cuando de sobra sabemos que el virus solo se propaga de persona a persona en función del grado de proximidad e interacción de las personas, cómo vamos a seguir incurriendo en el error de supeditar la hospitalidad segura en el interior de un establecimiento al azar de funcionar 'como toda la vida'. ¿Alguien se imagina hoy en día que no fuera obligatorio pasar controles de seguridad en los aeropuertos tanto a las personas como a los equipajes? ¿Quién se haría eco en serio de las quejas de quienes dijeran que esos despliegues humanos y tecnológicos, y las molestias que a veces causan, son una rémora para la economía de una empresa o de un territorio?

Para el verano de 2020, cuando no había vacunas y solo podíamos ponernos a resguardo del coronavirus mediante mascarillas, geles hidroalcohólicos y distanciamiento físico, hubo proliferación de estrategias de marketing para crear y exhibir etiquetas de 'destino turístico seguro', 'establecimiento seguro' y similares, que en realidad carecían de homologación sanitaria, eran solo buenismo y necesidad de evitar el vacío ruinoso. Doce meses después, a mi juicio el paradigma ha de ser extender a todo tipo de lugares públicos las etiquetas que de verdad protegen a propios y extraños: los certificados de vacunación, los certificados de test rápidos. De entrada, que sea cual sea el medio de transporte (coche, tren, barco, y no solo avión como hasta ahora) solo se pueda entrar en España con certificado covid o con test negativo realizado durante las 48 horas previas a la llegada. Y, de igual modo, que tanto los españoles como los extranjeros tengan que exhibir ese tipo de certificación para ser admitidos en establecimientos donde es inevitable la proximidad entre empleados y clientes, o entre éstos entre sí. Y quien no esté aún vacunado, o no le dé la gana ir a la farmacia para comprar un test de antígenos y hacérselo, que se dé media vuelta y se dedique a otra cosa al aire libre o en su domicilio. Más adelante tendrá mil y una oportunidades de entrar en cualquier lugar. Eso no es una conculcación de libertades. Es un principio básico de salud pública en el que el interés general ha de prevalecer. No se acaba el mundo por esperar un mes o dos a alternar copa en mano. Solo se acaba el mundo para quienes fallecen porque entre todos no hicimos lo suficiente.

Este es el menú que debería prescribirse para el agosto español. Por la cuenta que nos trae. De entrante, mascarillas. Para abrir boca, una ronda de test de antígenos. Como especialidad de la casa, tapas de vacunas. Y después, una ración de certificados. El resto, que cada cual lo aliñe a su gusto.