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Actualizado: 23 feb 2021 / 07:22 h.
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  • Celebrar la democracia debería ser cosa de todos

El golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 fracasó gracias a la determinación de Juan Carlos I y a la unidad democrática de todos los partidos que, poco antes, habían comenzado una aventura que ha significado el periodo más próspero de España en todos los sentidos.

La situación era muy delicada. La crisis económica era severa, el terrorismo de ETA llenaba de plomo y metralla las calles de las ciudades y pueblos, el partido que gobernaba se descomponía a marchas forzadas y la sensación de la ciudadanía era de cansancio y derrota. Pero el golpe de Estado fracasó porque España, sobre todo, necesitaba libertad y progreso. Con el Rey Juan Carlos I a la cabeza se pudo con un movimiento chapucero y sumergido en testosterona que protagonizaron militares de otra época que no se enteraban de lo que estaba sucediendo a su alrededor.

Por eso no se puede comprender la negativa de algunas formaciones a asistir a los actos conmemorativos de esa derrota del terror y la violencia. Por eso no se puede comprender bien que algunos políticos utilicen incluso algo así para colocarse en posiciones enfrentadas al resto de formaciones políticas que ven el mundo actual como producto de un no tajante a la falta de libertades.

La transición, con toda probabilidad, acabó ese día para que comenzase la democracia plena. Y estamos obligados a reconocer los méritos a los protagonistas independientemente de si luego, esas mismas personas, han cometido errores de bulto.