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Actualizado: 31 ago 2021 / 12:22 h.
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  • Teresa Ribera. / EFE
    Teresa Ribera. / EFE

La ecuación que tiene el Gobierno de España sobre la mesa es difícil de resolver. Y eso no es lo peor ya que la gran tragedia se vive en los hogares españoles o en las economías de las empresas que no saben cómo afrontar el futuro más inmediato.

El Índice de precios de Consumo (IPC) se ha disparado y su tasa interanual alcanza el 3,3 por ciento. Este es el peor dato de los últimos diez años y conviene recordar que para mantener en unos parámetros seguros la macroeconomía, el IPC debe estar controlado.

Por otra parte, los trabajadores han logrado elevar sus sueldos alrededor del 1,5 por ciento, lo que significa que el poder adquisitivo de la clase media española se ve alterado de forma brusca y peligrosa. La cesta de la compra comienza a ser una carga difícil de soportar ya que los precios de productos básicos suben sin pausa. El aceite o las patatas se compran un 20 por ciento más caro que a principio de año. Y eso es solo un ejemplo.

Además, el precio del combustible es un 41 por ciento más elevado que hace un año y este es un dato que afecta de forma definitiva el curso de la economía.

Estamos ante una escalada de precios verdaderamente preocupante y que no tiene arreglo inmediato si atendemos a las explicaciones que ofrece el Gobierno.

Lo que también resulta evidente es que el precio disparatado de la energía eléctrica y del gas (tal y como ocurre con el combustible) afectan a todos los demás elementos de esta ecuación que se puede convertir en una bomba de relojería para el Gobierno de Pedro Sánchez. Las familias tienen muy en cuenta todos los gastos mensuales para decidir su voto en las urnas y, si Sánchez no lo remedia, la hecatombe del PSOE en las próximas elecciones está asegurada.

La ministra socialista, Teresa Ribera, durante su comparecencia de ayer en el Congreso de los Diputados, no fue capaz de aportar ni una sola solución. Cargó contra sus socios de Gobierno y poco más. Y, mientras, los españoles con la calculadora en la mano intentando resolver su propia ecuación, la que impone un Gobierno que parece incapaz de resolver el problema.

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