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Actualizado: 04 sep 2020 / 20:51 h.
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  • Los bulos son muchos y el daño que pueden ocasionar es enorme

Vivimos en un mundo en el que la información es desmesurada, aplastante, imposible de digerir. Nunca antes el ser humano tuvo un acceso tan fácil a todo tipo de información. Tampoco a tanto conocimiento acumulado en Internet. Y eso, paradójicamente, es ya un problema. Si, por ejemplo, elegimos mal la página web para informarnos o si confundimos información con conocimiento, es posible que una ventaja tan enorme como resulta el uso de la herramienta más poderosa de la Historia se convierta en un auténtico desastre. Y aparecen, entre otras cosas, los bulos de forma descontrolada y lesiva para la sociedad.

El gran problema es que vivimos con una carencia de tiempo y de conocimientos muy preocupantes. Ni sabemos demasiado de muchos asuntos (siempre fue así, sabemos lo que sabemos y nada más porque el saber es un campo inasible), ni podemos parar a reflexionar sobre asuntos importantes porque el tiempo es escaso. Los sistemas de estudios de países como España en los que las leyes de educación han sido siempre moneda de cambio electoral han facilitado que el nivel de preparación sea, además, muy deficiente y que se acumulen títulos por parte de los alumnos y no una preparación exquisita. Esto provoca que valoremos la gran cantidad de información que nos llega considerando la fuente como elemento fundamental, si otros comparten esa misma información y la dan por buena o no, y si se ajusta a lo que creíamos previamente. Por eso siempre que recibimos un mensaje de audio en Whatsapp el que quien habla dice ser un médico jefe de servicio, curiosamente le conoce alguien de nuestros contactos y por eso lo han enviado, y escuchamos un mensaje que nos sirve puesto que habla de cuestiones preocupantes y advierte de, por ejemplo, hecatombes. Así suelen ser los bulos y así suelen funcionar.

Vivimos en un mundo en el que la información falsa puede generar un conflicto puesto que no se trata de un mensaje que un sujeto envía a sus amigos y termina llegando a millones de personas. Hablamos de bots (aféresis de robots) que envían miles de mensajes cada poco tiempo e inundan las redes sociales. Si a miles de mensajes le añades una preocupante falta de criterio para valorar la información que se acrecienta por esa necesidad de refuerzo social (si lo piensan otros me uno y pertenezco a un grupo) y a que tendemos a creer saber más de lo que sabemos en realidad, los bulos pueden alcanzar difusiones disparatadas y los temas a los que se refieren pueden ser de extrema gravedad. Los filtros se derrumban y miles de personas pueden decidir que las vacunas son nocivas y que sus hijos no se las pondrán.

Regular este asunto es muy difícil, es muy delicado. Roza la censura y la libertad de expresión. Pero, también, existe el derecho a recibir información veraz y habrá que resolverlo de alguna forma. De momento, la difusión de los bulos no constituyen un delito. De hecho, la Fiscalía archivaba hoy mismo la denuncia de Podemos por los bulos contra el Gobierno al considerarlos «libertad de expresión».

Algo tendrán que hacer los Gobiernos de los países modernos. Conviene recordar que existen dudas acerca de si el resultado del referéndum del Brexit no se vio alterado por esta causa, igual que la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de América. El tema es grave.

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