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Actualizado: 10 jun 2020 / 22:42 h.
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  • El presidente de la Fundación Cajasol, Antonio Pulido (der.), y el presidente de la Confederación de Empresarios de Sevilla (CES), Miguel Rus. / El Correo
    El presidente de la Fundación Cajasol, Antonio Pulido (der.), y el presidente de la Confederación de Empresarios de Sevilla (CES), Miguel Rus. / El Correo

Durante la etapa de confinamiento, desde los balcones y ventanas de los hogares españoles, se ha aplaudido como muestra de agradecimiento a todo el personal sanitario, a los transportistas, a las cajeras y cajeros de los supermercados, a los miembros de las distintas policías, de la Guardia Civil y del Ejército español o a las personas que tanto esfuerzo han realizado intentando tener las calles de nuestras ciudades limpias como nunca. Y ese ha sido un gesto magnífico, un gesto justo con los protagonistas.

Sin embargo, un colectivo ha sido olvidado aun habiendo sido esencial durante toda la pandemia. Ha sido olvidado ese grupo de hombres y mujeres que se juegan su patrimonio cada día con el único objetivo de generar riqueza para el país y puestos de trabajo para los españoles; ha sido olvidado un conjunto de personas que parecen obligados a pedir perdón si ganan o pierden dinero, si triunfan o fracasan, si donan o no lo hacen; ha sido olvidado el conjunto de empresarios que sostienen el tejido productivo del país. No son pocos los que ha querido mantener la posición firme esperando momentos mejores, los que han tenido en cuenta la seguridad de sus empleados por encima de cualquier otra cosa, los que han seguido apostando con más riesgo que nunca lo que tienen de valor. No han sido pocos los que han evitado los ERTES masivos y han sabido pensar en el bien común en lugar de cargar gastos al Estado.

Por supuesto, no todos los empresarios has estado a la altura de las circunstancias. Tampoco lo han estado todos los sanitarios o todos los militares. Pero, en términos generales, los que han resistido lo han hecho sin arrugarse y merecen una muestra de agradecimiento por ello.

No deja de ser anómalo que los empresarios tengan que justificar cada uno de sus movimientos, que sean señalados como si fueran la cara menos amable de los conflictos sea cual sea su naturaleza; no deja de ser injusto que los empresarios tengan la obligación de pedir perdón por cada cosa que hacen. Y no deja de ser absurdo que, tampoco, se pueda hablar bien en público de este colectivo. Parece haberse convertido en un tabú.

El tejido empresarial más poderoso de la economía española es el que forman las miles de pequeñas y medianas empresas. Tanto los empresarios como sus empleados son capaces de conseguir que cada mañana el país se mueva para producir bienestar a la sociedad en su conjunto. Es, por tanto, un colectivo necesario y esencial para el futuro de España.

Es merecido un homenaje para todos ellos.

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