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Actualizado: 07 sep 2020 / 16:36 h.
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  • Efectivos de la UME entran en una residencia andaluza. / EFE
    Efectivos de la UME entran en una residencia andaluza. / EFE

Poco a poco, en esta segunda oleada de la pandemia, el SARS-CoV-2 se va abriendo paso en las residencias de mayores. Otra vez. Parece que no hemos aprendido nada, parece que no hayan muerto miles de ancianos a causa de la pandemia.

Cada día, conocemos casos de brotes en los que decenas de ancianos en distintas residencias se contagian. Y hay que recordar que el virus no llega solo. ¿No existen protocolos que puedan impedir estas tragedias? ¿No hay forma de evitar que una persona enferma, con síntomas o sin ellos, entre en una residencia geriátrica cualquiera?

Resulta inexplicable cómo puede estar sucediendo esto otra vez. Y, además, resulta doloroso que las muertes que se van produciendo a causa de la Covid-19 y que afectan, en su gran mayoría, a los abuelos, ya no sean ni siquiera noticia. Parece que al morir menos personas la cosa no debe ocupar un lugar de privilegio en las portadas de los periódicos.

Nos enfrentamos, de nuevo, a una tragedia que consiste en una muerte a solas, en la imposibilidad de despedirse de un ser querido, de la indefensión de miles de ancianos que ven cómo una enfermedad les espera irremediablemente y que nadie sabe qué hacer para evitarlo.

Ya está sucediendo. Y algo hay que hacer. El vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 del Gobierno de España, Pablo Iglesias, debería decir algo, debería ponerse en contacto con las distintas Comunidades Autónomas y marcar la pauta que librase a nuestros ancianos de una muerte triste y en soledad. No estaría mal que lo hiciese de una vez.

Todos estamos aquí gracias a nuestros mayores, a sus esfuerzos. No podemos olvidar algo tan fundamental si queremos conservar intacta nuestra condición.

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