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Actualizado: 06 nov 2022 / 09:43 h.
  • La novela no escrita aún sobre ‘el hijo perdío’ de Juaniquín
    Fotos: Juan Antonio Jiménez
  • La novela no escrita aún sobre ‘el hijo perdío’ de Juaniquín
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  • La novela no escrita aún sobre ‘el hijo perdío’ de Juaniquín

Teniendo en cuenta que uno de los premiados de ayer en El Cuervo de Sevilla fue el cineasta lebrijano Benito Zambrano, lo mismo surge la película antes que la novela, pero la historia, con sus flecos todavía por amarrar, está ahí: la del hijo del célebre cantaor Juaniquín, el creador de hasta cuatro soleares al que visitaban en las primeras décadas del pasado siglo los artistas más profesionales, que veían en su choza de El Cuervo la fuente del conocimiento. Juaniquín no grabó jamás un cante, pero consiguió expulsar de su choza a los fascistas cuando lo oyeron quebrarse con una soleá que ya lo había roto a él por dentro: “Yo tengo un hijo perdío, / y si Dios no lo remedia / yo voy a perder el sentío”. Se la cantó a quienes sospecharon, con razón y odio, que el hijo seguía vivo...

La interpretó ayer José María Cala, el de La Banda Morisca, en el transcurso de una obra teatral en un acto de la compañía lebrijana Replikante Teatro, bajo la dirección de Bene Cordero, que precisamente reproducía la vida y las hazañas de aquel hijo perdío que tuvo dos nombres, uno antes de ser fusilado, Casto Moreno Vargas, y otro después de sobrevivir misteriosamente al tiro, José, apodado El Mojiconero (por los mojicones, churros o calentitos que hacía junto a su mujer). Casto y José fueron la misma persona con identidades diferentes para sobrevivir, es decir, el hijo de aquel cantaor de la choza y que protagonizó ayer la breve obra teatral que abrió el XII Encuentro de los Ateneos Andaluces en la sede de uno de ellos, el Ateneo Arbonaida de El Cuervo que ahora cumple una década “de compromiso, le pese a quien le pese”, como dijo el presidente de la Federación, Juan Gaitán, antes de que cerraran la gala las coplas carnavalescas y el Himno de Andalucía de Milián Oneto y Jesús Lavilla.

Aunque la obra en un solo acto contó casi todo lo que se sabe de José El Mojiconero, la historia real de este gitano anarquista daría para mucho más, es decir, que el drama en un acto podría convertirse en tres. Benito Zambrano, uno de los designados ayer como Ateneísta de Honor, aseguró que no tenía noción de su existencia, pero se quedó con la copla, que le duele por identificación de la tierra natal de ambos, o sea, esta campiña lebrijana en la que también el hoy cineasta recolectó algodón y practicó otras penosas labores del campo hasta que la Providencia quiso llevárselo a San Juan de los Baños (Cuba) para devolvérnoslo luego con aquella película que le devolvió, a su vez, la dignidad al cine andaluz, Solas... El breve guion de la obra teatral de ayer se lo habían puesto en bandeja a los actores los ateneístas de El Cuervo que, a su vez, se sirvieron de la memoria de un alumno de El Mojiconero, Ramón Vargas, que todavía recordaba... Porque El Mojiconero, antes de salvarse del fusilamiento aquel, había fundado el primer Ateneo de El Cuervo, Amigos del Progreso, y había enseñado a leer y a escribir a muchos niños y jornaleros pobres de las cortijadas de la zona. Huyendo, de noche en noche y de risco y en risco, llegó a Ronda, por cuya serranía tampoco alcanzó la paz, hasta que decidió volver, no a El Cuervo, sino a Los Palacios, para casarse de nuevo, y tener otros hijos, con otro nombre, protegido en el anonimato que lo llevó a morir bien entrada la década de los 80... preguntándose, por cierto, “si había merecido la pena...”.

Un territorio novelesco

La actuación que abrió ayer la gala de la Federación de Ateneos Andaluces, en el teatro cuerveño de El Molino, le abrió el apetito de leyenda a los premiados, empezando por un contador de historias maravilloso como es Zambrano, que rememoró luego, en su intervención, aquellos años de aprendizaje en el vídeo comunitario y el descubrimiento de una maleta de su hermano mayor llena de libros... Cuando el ahora exitoso director de cine se vio de nuevo en su pueblo, “con 33 años y en paro”, su madre le preguntó por qué no había seguido en Canal Sur, donde llegó a trabajar de operador de cámara. “Le dije a mi madre que me aburría grabar al hombre del tiempo”, rememoró ayer Zambrano, que también se acordó luego de sus años de fotógrafo en este periódico, El Correo de Andalucía, entre 1989 y 1991. Ha llovido, sí, pero el arma más poderosa de los creadores sigue siendo la memoria, y Zambrano la tiene intacta aún, de cuando toda su familia, numerosísima, vivía en una casa pequeña y de cuando iban todos en un Seiscientos a la lejana Chipiona...

El mismo territorio –del antiguo Lago Ligustino, al fin y al cabo- es el que rememoró también otro de los Ateneístas de Honor, Miguel Delibes de Castro -el primogénito del genial novelista-, que llegó a Doñana, “a aquella banda del río”, dijo, cuando todavía no había posibilidad de contar con luz eléctrica, y antes de ser nombrado director de la Estación Biológica del parque nacional. La máxima autoridad en el lince ibérico recordó ayer en El Cuervo sus largas noches bajo las estrellas, con los solos destellos de lo que le decían que era Las Cabezas, la lejana capital hispalense y, al otro extremo, el faro de Chipiona...

El biólogo Delibes, en un ejercicio de austeridad que sin embargo no ahorraba palabras, recordó a su padre en el sentido de avisador de catástrofes cuando insistió en que solo el 2% de los animales que quedan en el mundo son salvajes. Humilde hasta el extremo, o sea, hasta la total elegancia, el coautor de La tierra herida (que escribió con su padre), reconoció que nada de lo que puedan contar los científicos acerca de Doñana puede superar el comienzo de la novela del jerezano José Manuel Caballero Bonald sobre la misma, Ágata ojo de gato. “Llegaron desde más allá de los últimos montes y levantaron una hornachuela de brezo y arcilla en la ciénaga medio desecada por la sedimentación de los arrastres fluviales. Jamás entendió nadie por qué inconcebibles razones bajaron aquellos dos errabundos –o extraviados– colonos desde sus nativas costas normandas hasta unos paulares ribereños donde, si lograban escapar del paludismo o la pestilencia, sólo iban a poder malvivir de la difícil caza del gamo en el breñal o de la venenosa pesca del congrio en los caños pútridos. El caserío más próximo caía al otro lado de lo que fue laguna (y ya marisma) de Argónida, y era de gentes que acudían por temporadas al sanguinario arrimo de los mimbrales, mientras que más al sur, hacia los contrarios rumbos del delta primitivo, bullía la secta de las almadrabas, el mundo suntuoso y enigmático al que sólo se podía ingresar a través de navegaciones fraudulentas o pactos ilegítimos con los patrones de los atuneros”.

También Delibes se fue ayer de El Cuervo con la imaginación tocada por El Mojiconero, un personaje que tocó la fibra del resto de premiados, como el comparsista y cantautor Antonio Martínez Ares, otro reivindicador de libertades; la escritora Ana Rossetti, que recordó a las poetas andalusíes; o la cantaora de la tierra Inés Bacán, que en su breve pero jondo discurso entretejió las relaciones entre las personas inteligentes y las personas sensibles, que son las que les gustan a ella, las mismas que le gustaban al Mojiconero, que todos los invitados tuvieron luego en la boca, incluso la viuda de José Saramago, Pilar del Río, a la sazón presidenta de la fundación que lleva el nombre del Nobel portugués y que recibió el premio Ateneo de Honor.

El sueño de que El Mojiconero protagonice un relato mayor, una vez que se investigue sobre su figura y su legado, es el que paladea el Ateneo que lleva el nombre, en diminutivo, de “patria”. Lo explicó ayer el investigador Antonio Manuel, vicepresidente de la Federación de Ateneos andaluces junto a Gonzalo Amarillo, a saber, que “Arbonaida” –el nombre del Ateneo de El Cuervo- es una palabra andalusí (“albulaida”) que, en rigor, es el diminutivo de “balad”, que significa “mi tierra”, “mi país”, o sea “mi patria o mi matria chica”... Esta matria chica por la que vagó sin rumbo El Mojiconero durante aquellos años terribles que hoy pueden concentrarse en una seguiriya de Inés Bacán, en un poema de Ana Rossetti, en un cuplé de Martínez Ares o en una reflexión sobre la tierra misma, herida siempre, de Delibes, pero, sobre todo, en un largometraje de Benito Zambrano, que ayer se fue de El Cuervo canturreando por soleá sin que nadie se percatara: “Yo tengo un hijo perdío / y si Dios no lo remedia / yo voy a perder el sentío”. En Andalucía, tres versos bastan para concentrar una vida. O varias. Pero para contarla al resto del mundo hace falta más metraje.