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Actualizado: 15 dic 2019 / 08:53 h.
  • David Caballero Pradas, en una incubadora de empresas sociales en Yangon (Myanmar, la antigua Birmania). / EL CORREO
    David Caballero Pradas, en una incubadora de empresas sociales en Yangon (Myanmar, la antigua Birmania). / EL CORREO

“Más que un salto al vacío, es un sueño hecho realidad: viajar por el mundo, aprender de innovación y de educación, ayudar a otros emprendedores sociales. Y estamos invirtiendo en ello, sufragándolo con nuestros ahorros. Lo veo como una inversión que dará sus frutos”. David Caballero Pradas sabe que en el panorama profesional es muy infrecuente lo que ha hecho para ser coherente con su sueño. El pasado mes de marzo renunció en Stevenage (Reino Unido) a su puesto de director de estrategia de desarrollo y colaboraciones externas de la división de terapia celular oncológica en GSK (GlaxoSmithKline), una de las empresas más importantes de la industria farmacéutica. Su pareja, Luz Olid, que nació en Antequera (Málaga) 20 días antes que él durante el año 1990 en El Rubio (Sevilla), y a quien conoció cuando ambos eran estudiantes de Biotecnología en la Universidad Pablo de Olavide, también ha renunciado a su empleo en una empresa de biomedicina radicada en Cambridge. Cuando se publica esta entrevista, llevan nueve meses de itinerancia por Asia, y David me responde a través de videollamada desde Puerto Galera, en la isla filipina de Mindoro, adonde les ha conducido su búsqueda de buenas prácticas en emprendimiento y/o educación.

¿Cuáles son sus orígenes?

Soy de El Rubio, un pueblo muy pequeño de la provincia de Sevilla. Mi familia es bastante humilde, como tantas andaluzas que se han ganado la vida en el campo, sobre todo en la recolección de aceitunas en fincas sevillanas, y trasladándose a la provincia de Huelva para la campaña de recogida de fresas. Mi padre, que ya falleció a causa de un infarto, en sus últimos años trabajó como camionero. Mi madre, que está retirada por enfermedad, también se dedicó mucho a cuidar ancianos y a limpiar casas. Tengo una hermana, Sonia, siete años menor que yo, la admiro mucho. Trabaja dando clases de español en el Instituto Cervantes en Amman, la capital de Jordania. Hizo la carrera de Lenguas Modernas, con especialización en inglés y en árabe, y para ello se formó en España, en Reino Unido y en Jordania.

¿Desde niño se interesó por la ciencia y la medicina?

Viví en El Rubio hasta los 17 años, estudié en el único colegio del pueblo, que ahora se llama Colegio Carmen Borrego. El bachillerato lo hice en el Instituto Orippo, en Estepa. Siempre he sido muy curioso y he querido aprender de todo lo que se ponía por delante. Los profesores tenían que pararme porque hacía demasiadas preguntas e interrumpía las clases. Yo quería ser científico para estar al filo entre lo que se conoce y lo que se desconoce, y con mi trabajo seguir avanzando en conocer más y más. En 2008, buscando la carrera más multidisciplinar posible, elegí hacer Biotecnología en la Universidad Pablo de Olavide. Para mí, era una mezcla entre biología, química, matemáticas, física, informática... Eso es lo que me fascinó.

¿Su espíritu buscador se sintió realizado en la vida universitaria?

En la universidad se aprende mucho dentro y fuera de las clases. Yo quería también aplicar los conocimientos y con otros jóvenes monté durante dos años un grupo de investigación sobre biología sintética. Estábamos estudiando la memoria biológica que fuese capaz de almacenar información dentro de las bacterias. Buscamos tener financiación propia, ganamos en 2010 y 2011 premios en el certamen International Genetically Engineered Machine (IGEM) que organiza el MIT desde Boston. Experiencias que me abrieron la mente al emprendimiento, a no fascinarme solo por la ciencia teórica sino también ponerla en práctica.

Explíquelo.

Empezamos siendo un equipo de siete personas (tres profesores y cuatro estudiantes) y el segundo año lo agrandamos a diecisiete integrantes. Además de investigar, montamos un programa de divulgación científica y fuimos a numerosos institutos de Educación Secundaria en Andalucía para explicar qué es la biología sintética y cómo se pueden utilizar los principios de ingeniería aplicados a la genética. E iniciamos el primer blog en español sobre biología sintética, se llamaba Tornillos y Genes.

¿Cómo era la interacción con profesores y estudiantes?

Fantástica. Es el encanto de crear proyectos en los que diseñas tu propio itinerario de aprendizaje, y unirte a personas que están motivadas para hacer juntos ese camino. Es la diferencia con lo que habitualmente se hace en la escuela: obligarte a trabajar en algo que no eliges y con gente que no has elegido. Fue muy reconfortante ver que se montó en la Olavide otro grupo de biología sintética porque les habíamos servido de inspiración.

¿Intentó montar alguna empresa desde el campus?

Tras una estancia para investigación de cinco meses en EEUU, en la Universidad de New Mexico, regresé a Sevilla más motivado para emprender desde la Olavide, donde está el Centro Andaluz de Biología del Desarrollo. Nos juntamos un profesor de ingeniería genética, Manuel Muñoz, y dos alumnos, Álvaro Muñoz y yo, con la idea de avanzar en tecnologías para sintetizar el ADN y aplicarlo. Buscamos financiación para hacer la prueba de concepto, presentamos la idea de negocio, pero fue solo una tentativa, no llegamos a constituir la empresa. Y me convencí de que necesitaba aprender más sobre cómo organizar un proyecto de ciencia y tecnología para que sea negocio.

¿Cómo dio el salto a Cambridge?

Buscaba un máster internacional diseñado para enseñar emprendimiento a científicos, y vi que el mejor era el de Cambridge, organizado conjuntamente entre su instituto de biología y química y su escuela de negocios. Conseguí ser seleccionado y logré una beca de La Caixa para irme allí en 2013 y 2014. Y mi novia Luz entró a trabajar en una cercana empresa biotecnológica. Para mí, ese máster fue una estupenda apertura a muchas áreas de la aplicación del conocimiento científico que no conocía.

¿Por ejemplo?

En Sevilla aprendí diez veces más conocimientos, pero demasiado situado en la teoría. En Cambridge, absolutamente todo estaba conectado con una aplicación real. Por ejemplo: si queremos desarrollar un nuevo fármaco, pues qué plan vamos a seguir, cuánto tiempo va a ocuparnos, qué precios han de tener según qué países. O cómo nos aseguramos de que las enfermedades se diagnostican suficientemente temprano. Mientras hacía el máster, empecé a relacionarme con empresas, haciendo prácticas y buscando cuál podía ser para mí el siguiente paso. Y encontré una oportunidad muy buena presentándome, y siendo elegido, para hacer durante dos años dentro de la farmacéutica GSK (GlaxoSmithKline) un programa de desarrollo de liderazgo.

¿En qué consistió?

Ser capaz de dirigir equipos para emprender proyectos dentro de una empresa. Rotando por diversas empresas y departamentos de un grupo multinacional tan potente, en varias sedes en Reino Unido y Bélgica. Unos meses en marketing, otros meses analizando tecnologías de biomedicina, un año en finanzas y gestión de proyectos en vacunas, y cómo gestionar la integración de una empresa que había adquirido GSK en ese área. Fue un periodo de crecimiento profesional muy rápido porque estaba en interacción con personas de distintos campos del conocimiento. Y lo pude poner en práctica en un nuevo grupo de investigación en el área de terapias personalizadas para el cáncer, con sede en Stevenage, al norte de Londres. Estoy muy agradecido a Cedrik Britten, al frente de todo el área de investigación oncológica, por confiar en mí.

¿Cuál era su función?

Ya tenían un líder para el equipo, entré de los tres o cuatro primeros y he estado con ellos durante tres años, contribuyendo a que el equipo creciera hasta sumar 40 personas. He estado trabajando para hacer el plan estratégico a cinco años, estableciendo las colaboraciones iniciales con grupos académicos que están desarrollando las tecnologías más punteras en EEUU, en Italia, en Alemania, etc. Y analizando el proyecto tanto internamente como en comparación con lo que se hacía en el resto del mundo, para guiar la estrategia, estando siempre al día de cualquier novedad significativa. Por ejemplo, haciendo análisis tecnológicos y análisis competitivos sobre lo que hacía mi equipo en el laboratorio.

¿Cómo es esa terapia celular?

Es uno de los nuevos ámbitos de la medicina, va a revolucionar la manera en la que se trata el cáncer, aún son muy pocas las terapias probadas. Funciona extrayendo células del sistema inmune del paciente y reintroduciéndolas siendo capaces de detectar y de destruir las células cancerígenas del propio paciente. Porque nuestro sistema inmune debería matar siempre las células cancerígenas cuando aparecen. Y la mayor parte del tiempo lo están haciendo, por eso no tenemos cáncer la mayoría de las personas. Pero, en algún momento, hay una desregulación y pierden la capacidad, algunos genes, de hacerlo. Y, como son células nuestras, no las suele detectar como sí hace con algo invasivo. De eso va la terapia celular: enseñar al sistema inmune a ser capaz de identificar estas células cancerígenas, introduciendo un fragmento de ADN con información para identificar el cáncer.

¿Ese fragmento de ADN es el equivalente a dispensar un fármaco?

En estas terapias, totalmente personalizadas, no funciona la cadena tradicional de suministro por parte de las farmacéuticas, porque la materia prima con la que se empieza procede del propio paciente. Son terapias de enorme complejidad. Ha hecho falta mucha tecnología para diseñar ese fragmento de ADN, y otra mucha tecnología para introducirlo dentro de las células inmunes del paciente, y también mucha para reintroducirlo dentro del paciente.

¿Por qué confiaban tanto en usted, siendo tan joven y no teniendo previamente mucha experiencia?

Es raro que a una persona de 26 años de edad le den esa posición. Lo normal es que elijan a profesionales que tienen doctorados, muchos años de trayectoria científica y además formación de MBA para ser ejecutivo. Mi fortaleza era y es la combinación de experiencias que he ido teniendo, y las enormes ganas que le pongo para alcanzar los objetivos. Recuerdo que las primeras veces que iba a reuniones dentro o fuera de GSK, notaba que había personas que me miraban con perplejidad, con cara de pensar: '¿Qué hace aquí este muchacho? ¿Quién lo ha metido?'. Por supuesto, no sabían que procedo de un pequeño pueblo de Sevilla, ni que mis padres son jornaleros. Cuando ya me conocían tras varias semanas de trabajo, se fraguaba un respeto mutuo y entendían cuánto me implico y me esfuerzo para que las cosas salgan bien. Y cómo me rodeo de personas que también tengan ese grado máximo de motivación.

¿Cuántos aspirantes hay para becas, máster o empleos como los que logró?

En la beca de La Caixa, la proporción era de uno por cada 400 aspirantes; en el máster de la Universidad de Cambridge, uno de cada 500, y para entrar en el programa de liderazgo de GSK, uno de cada 800 candidatos.

¿Por qué decide dejar un puesto de trabajo tan cualificado para iniciar una aventura tan diferente?

Por muchas razones. Por un lado, las ganas de ver el mundo, de querer explorar y seguir aprendiendo, era algo que Luz y yo queríamos hacer desde antes de acabar la carrera en Sevilla. Estoy muy contento de la decisión que hemos tomado. Pesaba en mí la constatación de la excesiva concentración en muy pocos lugares del mundo de las principales inversiones para fomentar la innovación: San Francisco, Boston, Houston, Londres... y pocos más. Yo estaba muy satisfecho en mi trabajo, por todo lo que estaba aprendiendo y por la cultura de equipo que habíamos creado. Pero me preguntaba: ¿hay que seguir focalizando la creación de innovación solo en áreas como Silicon Valley? Empecé a interesarme por leer y descubrir qué se hace en países emergentes y en vías de desarrollo, donde las innovaciones pueden tener un impacto muy positivo para sus habitantes. Y vi que hay multitud de iniciativas interesantes de las que no somos conscientes.

¿Qué quieren lograr creando Global Innovation Path?

Por un lado, darles voz, promocionar sus casos excelentes mediante entrevistas en vídeos y escritas, ayudarles a comunicar mejor. Porque yo había aprendido lo importante que es saber comunicar un proyecto. Por otro lado, queremos mejorar la educación, es lo más importante para generar un impacto positivo en el mundo. Luz llevaba también trabajando cinco años en Reino Unido en grandes empresas biotecnológicas y farmacéuticas, y, por su vocación educativa, decidió hacer un máster con una universidad española para tener la opción de ser profesora de Secundaria en España. Pero sus contenidos y métodos le hicieron pensar: ¿no puede ser mejor la educación que podemos ofrecer? Pues quedaban fuera muchas habilidades interpersonales, y trabajar en equipo, y cómo gestionar la inteligencia emocional, etc.

¿Han dado un salto al vacío por su vocación social?

Sí. Primero dejó ella su puesto de trabajo porque tenía que hacer las prácticas del máster y después hizo voluntariado en Guatemala, en una escuela con niños de familias muy humildes. Y ha realizado su tesis sobre otros modelos educativos. Ahora, en cada país que visitamos, buscamos proyectos innovadores de educación, y documentamos en qué consisten y cómo se hacen, para compartir ese aprendizaje con maestros de cualquier parte del mundo. Por mi parte, yo quería, antes de comenzar esta nueva etapa, completar con éxito mi participación en un proyecto importante de terapia celular, con una inversión de cientos de millones de euros por parte de varias empresas. Se culminó bien, me sentí muy satisfecho por mi contribución a ese trabajo, y ya saltamos al vacío para poner en marcha Global Innovation Path, y Evolving Education, que es idea de Luz.

¿Cómo eligen los países a los que ir, las iniciativas que descubrir, los innovadores con los que relacionarse?

Buscando por internet referencias sobre emprendimiento social, escuelas innovadoras, incubadoras de empresas tecnológicas,... Antes de ir a cada país, escribimos un correo electrónico a las que nos parecen más interesantes, proponemos tener una videoconversación introductoria para saber mejor lo que hacen. Comenzamos en abril de este año en Jordania y hemos estado también en Israel, Mongolia, China, Nepal, India, Myanmar (Birmania). Tras nuestro periodo actual en Filipinas, iremos a Singapur. En cada país estamos un mes, salvo en India, donde permanecimos tres meses, porque es un subcontinente y hasta ahora es la zona con más diversidad de iniciativas en la educación y la innovación. Cuando terminemos en Singapur, iremos en febrero de 2020 a España para presentar lo que estamos descubriendo y haciendo, y para buscar alianzas que refuercen el proyecto. Puede ser muy útil para muchos educadores, por ejemplo en Andalucía. Y después nos iremos varios meses a países de Latinoamérica, para seguir ayudando con casos de buenas prácticas y seguir aprendiendo de más casos.

¿Y usted qué les enseña de sus experiencias en Reino Unido?

He montado varios modelos de cursos de formación y mentorización: gestión de proyectos, cómo convertir las ideas en desarrollo de negocio, cómo comunicarlos a posibles inversores, y cómo articular redes de colaboración con personas de otros países. Porque todo eso lo he aprendido y lo he hecho. Y es importante que los emprendedores en estos países también sepan cómo se ve desde el otro lado de la mesa, y los matices distintos con los que habla de negocio o de tecnología un norteamericano, un chino, un italiano o un francés, por ejemplo. Toda esta formación la estoy dando gratis, y los propios responsables de los lugares a los que vamos ya nos insisten en que tenemos que cobrar algo porque es muy valioso. Vale, pero siempre un precio que no se convierta en una barrera que impida su asistencia.

Para subsistir, ¿han aprendido de otros jóvenes que dan la vuelta al mundo gastando lo mínimo posible?

Los viajes y alojamientos son lo más 'low cost' que conseguimos en cada momento. A veces sentimos contrastes tan curiosos como estar residiendo en un barrio muy humilde de Amman, donde todo el vecindario vive en casas bajas, habla en árabe y viste como es costumbre en Oriente Medio, y que la mayoría de nuestras reuniones se celebren en incubadoras de empresas tecnológicas, en otro barrio de la ciudad completamente distinto, donde todos están alojados en rascacielos, van con traje, hablan inglés perfectamente, y cualquier cosa cuesta cinco veces más.

Dígame uno de los casos de emprendimiento que más le haya gustado.

Por ejemplo, en Jordania, la empresa Sannula, de innovación en dispositivos médicos, reduciendo el porcentaje de infecciones en pacientes y el factor de riesgo para enfermeros. Les he ayudado a organizar la comunicación a inversores, y les he puesto en contacto con colegas de otros países que trabajan en ese ámbito.

¿Y casos de buenas prácticas educativas?

Nos está convenciendo comprobar en diversos países cómo funciona en las escuelas que los niños y niñas tomen el control de su aprendizaje. Cuando se les da la opción de elegir materias y asignaturas, el impacto en su educación es formidable. Se comprometen con ellos mismos y con los maestros, cambia completamente su visión sobre lo que significa ir a clase. Lo hemos visto en escuelas de Israel en barrios de clase media-alta, y en la India con la labor de la ONG Butterflies para niños pobrísimos que malviven en Nueva Delhi buscando por las calles a diario comida para sobrevivir. Y en otra ciudad india, Bangalore, con una experiencia piloto de la ONG Project Defy, ha funcionado tan bien que se está implantando ahora en países africanos como Uganda.

¿De qué se trata?

En esas escuelas israelíes, el alumnado en los primeros días de semestre va a clases de diversas materias, y decide a cuáles le convence más ir. Y tienen mentores para ayudarles a tenor del itinerario formativo que eligen para su futuro. En la India, he visto cómo la ONG Butterflies llega con sus furgonetas a alguna esquina en la que hubiese espacio para que se sentasen numerosos niños de la calle, y les ofrece qué conocimiento quieren tener. Por ejemplo, muchos niños tenían curiosidad por cómo funcionan las bombillas. Se montó una clase en la que aprenden sobre la luz, aprenden de mecánica, aprenden de producción. Y hay un montón de conceptos de matemáticas, y de expresión verbal, que se pueden aprender en ese proceso.

¿La escasez potencia la inventiva?

Sí. Y es importancia fortalecer desde temprana edad la autoestima, que se sientan capaces de resolver cualquier reto. Lo he visto en Israel, cómo impulsan a las niñas, en incubadoras creadas en pleno desierto, para que aprendan a tomar las riendas de su vida y no tengan miedo a especializarse en cualquier rama tecnológica. Y lo he visto en Bangalore (India) con otra ONG, ShikshaLokam, que le da a los niños piezas y materiales muy simples (palitos, muñequitos,...) para que descubran y entiendan los conceptos que han de aprender, puede ser el magnetismo, o la capacidad de retención visual, o principios de mecánica, o de matemática. Es admirable cómo aprenden a razonar, a explicar esas reglas,...

¿Cómo pretenden colaborar después, a miles de kilómetros de distancia, con las personas y entidades que están descubriendo?

La evolución de esta experiencia, y la enorme cantidad de contactos que se están tejiendo como red, porque ya desde diversos países nos están recomendando, o dando pistas sobre otras iniciativas que no podemos dejar de conocer, nos encamina a una segunda fase. En la que ya no seremos solo nosotros dos, sino conformar un equipo de personas con los mismos objetivos, y empezar o apoyar muchos proyectos de innovación social para que sean económicamente viables y logren el impacto beneficioso que pretenden. Lo he comprobado sobre todo en Nepal, donde he conocido ejemplos formidables. Y también estoy aprendiendo que no todos los emprendimientos cumplen la misma función de desarrollo social. Queremos crear una red global de empresas con fin social, educar a la gente para trabajar en esa línea, fortalecer la comunidad internacional de ellas y alrededor de ellas, conectar con tanta gente que es muy inspiradora y está haciendo cosas similares.

¿No le desanima descubrir también la pobreza, la injusticia, la falta de libertades,...?

Los informativos a diario están dedicados casi en su totalidad a noticias negativas que nos hacen pensar que el mundo va cada vez peor. Y en estos viajes por países en vías de desarrollo, ya hemos visto mucha pobreza y muchas situaciones que no te hacen sonreír. Pero hay gente fascinante que está poniendo toda su energía y toda su convicción en hacer de nuestro mundo un sitio mejor. Y de esa gente quiero yo rodearme, y quiero contribuir a que haya más. Y que seamos más los que vertebremos modelos viables de empresa social que provean de soluciones en lo que ahora intentan resolver ONGs en agua potable, gestión de basuras, reciclaje, educación,...

¿Retornará a trabajar en la industria farmacéutica?

No lo sé, quizá en otra etapa de mi vida. Trabajar en el desarrollo de la medicina es algo fantástico, es un sector donde la mayoría de las personas se esfuerzan por convertir la ciencia en tratamientos que ayuden a los pacientes. Como en cualquier otro ámbito empresarial, porque es el modelo de vida en el que estamos inmersos, el gran objetivo es maximizar los beneficios, y lo que no aporte beneficio no tiene encaje.