Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 19 abr 2018 / 00:07 h.
  • El diestro José Garrido, durante el segundo en la corrida décima de abono celebrada en la plaza de toros de la Maestranza de Sevilla. / Efe
    El diestro José Garrido, durante el segundo en la corrida décima de abono celebrada en la plaza de toros de la Maestranza de Sevilla. / Efe

Tres horas de casi nada son como esos exámenes de diez folios que el profe de turno sancionaba con un cero rotundo. La comparación es válida para narrar lo que pasó hoy miércoles en la plaza de la Maestranza. Se había programado un cartel de mero relleno que cantaba su nula química desde que se aunció en los fríos de febrero. Posiblemente se pretendía aprovechar la inercia de la jornada festiva para tratar de apuntalar en la taquilla una combinación de toreros que parecía sacada del más bizarro agosto madrileño.

Pero el personal, visto lo visto, no traga con estas componendas que restan más que suman en la oferta ferial. La lamentable entrada que registraron los tendidos en la yema de los días grandes enseñaron los alambres de una tarde que dio la razón a los que entregaron la entrada o los que prefirieron gozar de la esplendorosa tarde en el Real de los Gordales.

Habrá quién diga que la oreja de circunstancias que cortó Garrido podría servir para maquillar el interminable tostón. Pero hay que contestar que los cabales se frotaban los ojos después ver asomar ese pañuelo en el palquillo de la autoridad. Posiblemente se puede considerar un mero premio global a la voluntariosa tarde del joven matador extremeño al que hay que reconocer, eso sí, que vino dispuesto a sudar la camiseta en la misma plaza en la que tomó la alternativa no hace tanto.

Pero una cosa es querer; otra poder y otra, mucho más distinta, convencer. Garrido tuvo delante un tercero de excelente condición al que toreó mucho y algunas veces hasta bien. El animal había amagado con rajarse en los primeros tercios pero el diestro pacense adivinó su calidad en la brega. Hay que destacar el galleo; las chicuelinas sacando del caballo al primer lance... pero tampoco se puede tapar que se esperaba más, muchísimo más, de un torero con ínfulas de figura que tuvo delante un toro para consagrarse.

El animal se le vino como un rayo en la muleta y la faena, que amontonó pases de todas las marcas sólo salió del tono medio en los buenos naturales que mejoraron el trazo y el sabor de su buen toreo diestro. ¿Estuvo Garrido a la altura del animal? Esa misma pregunta quedó sin contestar el año pasado a pesar de la oreja que cortó de un importante torrestrella. La cuestión siguió coleando, a pesar del trofeo que se pidió y se quedó sin conceder. Mucho más desconcertante fue la oreja que concedió doña Anabel para premiar la entregada, sincera y atropellada faena que resolvió la embestida rebrincada del último de la tarde. Ese sexto, lidiado entre tinieblas, tuvo una virtud que ganó a su fondo rajado: la movilidad. Le sirvió a Garrido para argumentar una faena porfiona en la que hubo de todo: muletazos a pies juntos y espatarrados; molinetes de rodillas y una encomiable voluntad de agradar que debieron ser suficientes avales para que el palco, algo bizcochón, se acabara estirando.

Cuando Garrido, encantando de la vida, paseaba esa oreja se estaban rozando las tres horas de un espectáculo que nunca fue tal. Pero hay que resaltar, en honor a la verdad, que la familia Fraile echó un encierro entipado y cargado de posibilidades que puso al descubierto las goteras de la terna. Dejamos en el limbo la encomiable entrega de Garrido pero abandonamos en el abismo las desilucionantes, aburridas y lamentables actuaciones de Bautista y Simón. Vinieron a Sevilla vestidos de artistas de manual pero se perdieron en cuatro interminables faenas que no estuvieron, ni de lejos, a la altura de las posibilidades que les brindaron sus respectivos lotes de toros. Y tampoco fueron pocas.

Bautista, vestido por Cristian Lacroix, amontonó pases y más pases con un primero noble y soso y volvió a sumar muletazos con un sobrero noble y de tremenda alzada que nos enseñó que son muchos los llamados y muy pocos los elegidos. Pero es que Simón, al que se le suponen pretensiones de torero de ferias, aburrió hasta a sus primos con un segundo más que potable. El diestro de Barajas realizó un auténtico homenaje a la vulgaridad que completó con la lidia del quinto, un sobrero llamado Niñito que recordó otro toro de igual gracia que se llevó todos los premios hace algunos años. Ojo: Dios aprieta pero no ahoga: hoy vuelve El Juli a la Maestranza.

Ficha del festejo:

Ganado: Se lidiaron seis toros de El Pilar, correctamente presentados. Dos de ellos, los lidiados en cuarto y quinto lugar, lo hicieron como sobreros de la misma ganadería. La corrida tuvo un común fondo noble materializado en distintos registros: el soso primero; el potable segundo; el excelente por pronto, humillado y colaborador tercero; el noble y quizás remiso cuarto; el buen quinto y el más brusco sexto.

Matadores: Juan Bautista, de fuego y azabache, silencio en ambos.

Alberto López Simón, de berenjena y azabache, silencio en ambos.

José Garrido, de espuma de mar y oro, vuelta al ruedo tras leve petición y aviso y oreja.

Incidencias: La plaza registró un tercio de entrada en tarde espléndida. El espectáculo, que no fue tal, rozó las tres horas de duración. Dentro de las cuadrillas hay que destacar a Antonio Chacón con los palos.