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Actualizado: 27 abr 2023 / 12:28 h.
  • La comparativa de ambos trajes muestra la evidencia. Fotos: archivo y Arjona-Pagés
    La comparativa de ambos trajes muestra la evidencia. Fotos: archivo y Arjona-Pagés

La memoria del cronista quería adivinar en los cordoncillos y los azabaches del traje de Morante y en ese color –entre jacaranda y violeta- la misma ornamentación del que escogió Gallito el 30 de septiembre de 1915 –era el tercer festejo de la feria de San Miguel de aquella temporada remota- para estoquear en solitario una corrida de Santacoloma que ponía el colofón a una campaña en la que llegó a actuar en seis de las once corridas programadas en la plaza de la Maestranza. Y así era, las redes y los estantes virtuales de Google confirmaron la certeza: el diestro de La Puebla había calcado las trazas de ese vestido histórico para hacer el paseíllo en Sevilla la tarde de este 26 de abril que ya figura en los anales del propio coso maestrante.

Seis, como Gallito en 1915, son también las tardes que ha asumido Morante en el abono de la temporada sevillana de 2023. Ya lo había hecho en 2022, una campaña en la que honró la memoria de José Gómez Ortega asumiendo el reto de lidiar hasta cien corridas de toros en el que, en aquel momento, creíamos el mejor año de su vida. Pero hay que viajar un siglo largo, hasta esa tarde otoñal de 1915, para evocar otras circunstancias que producen otros paralelismos, otras circunstancias asombrosas. José obtuvo esa día la primera oreja que se concedía en la plaza de la Maestranza; José Antonio ha cortado el primer rabo que se concede a un matador en el siglo XXI, 52 años después del último entregado a Paco Ruiz Miguel con la miurada del 71. Ambos –José Antonio y José- vestían un traje idéntico...

Joselito ya había alternado en los dos espectáculos anteriores de aquella lejana feria de San Miguel -los días 28 y 29 de septiembre- con Juan Belmonte y su hermano Rafael estoqueando sendos encierros de Miura y Murube con los que brilló a un nivel extraordinario. Pero aquel día había asumido el reto de despachar en solitario una corrida del conde de Santa Coloma. El compromiso del menor de los Gallo se saldó con un nuevo triunfo. Las crónicas de la época que hablan de “quites grandiosos”, “monumentales pares de banderillas”, “inenarrable faena de muleta...” ¿Les suena? Pero más allá de la apoteosis, la gesta gallista suponía la ruptura de un uso inmemorial: la prohibición de cortar orejas en la plaza de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, que removió los cimientos del purismo y, de paso, las iras de los partidarios del propio Juan Belmonte.

De ‘Cantinero’ a ‘Ligerito’ y un vestido de Morante
El torero Morante de la Puebla da la vuelta al ruedo tras cortar dos orejas y rabo a su segundo toro en la décima corrida de abono de la Feria de Abril. EFE/ Julio Muñoz

Cambia la historia

Si Morante cortó el rabo a un toro negro, llamado ‘Ligerito’, cuarto de la tarde y marcado con el hierro de Domingo Hernández, Joselito se llevó ese primer trofeo del toro ‘Cantinero’, quinto de la tarde, marcado con el mencionado hierro condal; de pelo negro pero también listón, lucero y girón, magras carnes y no demasiada leña en la cabeza. La oreja fue concedida por el recordado concejal Antonio Filpo Rojas -que llegaría a ser hermano mayor de San Bernardo y pregonero de la Semana Santa de 1949- ganándose las iras de la crítica, la afición más encopetada y los sectores más rancios de la ciudad sin saber que la nueva costumbre había llegado para quedarse. Los descendientes de Filpo Rojas conservaron hasta no hace muchos años –hoy forman parte de la colección de Juan Barco- la cabeza de aquel animal e incluso el vestido violeta y azabache que vistió Joselito en fecha tan emblemática, el mismo que ha reproducido Morante acompañado de esa montera decimonónica de enormes machos y morillas sueltas, para hacer historia en el coso del Baratillo.

Nuevos usos y costumbres

La concesión de orejas había sido un raro privilegio en los tiempos remotos del toreo. Servía de sanguinolento recibo del regalo del animal al matador en tardes de triunfo excepcional. Con la oreja en la mano, podía reclamar su toro en el desolladero para consumir o comercializar sus carnes. Pero la llegada de José y Juan había comenzado a revolucionar muchas costumbres y entre ellas se encontraba la concesión de esos despojos que ya se entregaban sin ningún rubor en otras escenarios. Y la de Sevilla, a pesar de los guardianes de sus esencias, no iba a permanecer ajena a esa marea imparable. Pero aquella primera oreja cortada por Joselito implicaba otras rupturas.

Hay que recordar un hecho fundamental que refuerza el sentido de transgresión que había tenido la concesión de ese primer trofeo. No sólo se estaba acabando con una tradición secular que había sido aceptada hasta entonces sino que se estaba pulverizando un recentísimo acuerdo que también alertaba que algo estaba cambiando en el toreo y que, de alguna manera, trataba de proteger al coso sevillano de la presunta contaminación que llegaba del exterior.

Ese acuerdo había sido firmado por el alcalde accidental, Fernando González Ibarra, junto a otros próceres entre los que se encontraba el conde de Gomara, concejal y maestrante, además del crítico y notario José María del Rey, padre del célebre Selipe que, entre otros medios, firmaría sus crónicas taurinas en El Correo de Andalucía. El documento también fue rubricado por los diestros Emilio Torres ‘Bombita’ y Joaquín Hernández ‘Parrao’. En él se hacía una declaración solemne de no conceder orejas en la plaza de la Maestranza, tal y como se hizo trasladar al gobernardor civil que dio el visto bueno para que dicha medida fuera incorporada al reglamento particular del coso del Baratillo.

La cosa quedaría en papel mojado. A la oreja de José sólo podía seguirle la que cortó Belmonte en la inmediata Feria de Abril. Sólo un día después se entregaba la tercera a Vicente Pastor y exactamente un año después, el 30 de septiembre de 1916, era Rafael el Gallo el primero que desorejaba por partida doble a un ejemplar de Gamero Cívico. Ojo al dato: si Joselito había sido el primero en inaugurar este particular marcador, Belmonte fue el primero en cortar un rabo el 1 de mayo de 1919. El juego era entre colosos, un elenco en el que ya hay que incluir a Morante de la Puebla que ha pulverizado cualquier previsión en una feria de excelencias que ya camina por su último tramo.

La historia siempre se repite. Y aunque no es muy sabido en el palco latía algún acuerdo tácito -más o menos reservado- para evitar la concesión de rabos en la Maestranza. La afición y el tino de José Luque Teruel –digno hijo de su padre- se impuso a cualquier componenda uniendo su historia a la de Antonio Filpo Rojas, el presidente que rompió la norma para conceder la primera oreja a Gallito, vestido de violeta y azabache. Entre ‘Cantinero’, el toro de Santacoloma, y ‘Ligerito’, el nobilísimo ejemplar de Domingo Hernández, median 108 años, la misma gloria y un vestido idéntico.