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Actualizado: 16 may 2022 / 12:19 h.
  • Maravillosa y evocadora imagen del ‘cartucho de pescao’ de Morante de la Puebla el pasado 6 de mayo. Foto: M.G.S.
    Maravillosa y evocadora imagen del ‘cartucho de pescao’ de Morante de la Puebla el pasado 6 de mayo. Foto: M.G.S.

Ha pasado más de una semana del largo clarinazo que anunció la salida del último toro que se ha lidiado en la mayera Feria de Abril. Ya se han fallado los principales premios del ciclo –en los que ha cundido el tacticismo- y la plaza de la Maestranza se prepara para el ciclo de novilladas picadas mientras la grey taurina mira a la plaza de Las Ventas, ese castillo famoso en el que se dirime la larga batalla de San Isidro. Hablaremos de ello... Pero antes hay que volver a entrar en el recurrente debate que ha rodeado la profusión de paseos a hombros en las corridas feriales.

Ya lo escribimos un día: la Puerta del Príncipe ha quedado reducida a una cuestión de números. Refleja que se han cortado, al menos, tres orejas. Dos más una. Nada más; y nada menos. Pero también hay que constatar que el privilegio no subraya lo excepcional, los verdaderos acontecimientos, si no se pliegan a los dictados de la aritmética... Que le pregunten a Morante, autor de tres trasteos emocionantes repartidos entre la pasada Feria de San Miguel y la cercana de Abril; tres faenas que sí han dejado surcos en la memoria y arañazos en el alma pero no cumplieron el moderno precepto matemático. Pues eso...

Pero el asunto da para más. Hay que añorar la espontaneidad y naturalidad de un premio excepcional que, hace cada vez más tiempo, implicaba la irrupción de los aficionados en el ruedo como verdaderos donantes del privilegio, coprotagonistas del triunfo. En realidad, esa protocolización del paseo bajo el célebre arco de piedra –hoy se verifica desde un ruedo desolado y a hombros de un tío a sueldo- es relativamente reciente y se forjó a la vez que Curro Romero y Espartaco competían en una estadística que ha fulminado El Juli. Pero el verdadero peligro está en convertir en fin lo que sólo debería ser una mera consecuencia de la apoteosis. Una vez más hay que hacer la prueba de la memoria. El ‘villamarta’ de Manolete, los ‘urquijos’ de Ordóñez, el ‘Escobero’ de Puerta, el Corpus de Romero, el toro ‘Buenasuerte’ de Espartaco, el ‘Jarabito’ de Muñoz, los faenones del mejor Manzanares, los ‘jandillas’ de Pablo Aguado... ¿Seguimos? Todos ellos son recordados por la trascendencia de sus obras. No todos abrieron la famosa puerta. Ni falta que hacía...

El toreo retoma la cotidianidad
Marín -confortado por su padre, picador en su propia cuadrilla- camina con naturalidad a la enfermería después de su grave cogida. Foto: Plaza de Las Ventas

Mirando a Madrid

Dejamos Sevilla y sus rescoldos girando el batiscafo para apuntar al largo serial madrileño que ya avanza a velocidad de crucero. La isidrada ya ha arrojado unos cuantos titulares pero entre el impresionante despliegue de El Juli y la impactante cornada de Ginés Marín –las imágenes retratan a la perfección la digna y serena grandeza de los toreros- hay otros sucesos que merecen ser comentados. Si hablamos en clave hispalense, además de la contrastada solidez de Daniel Luque, hay que reconocer que la imagen mostrada por Pablo Aguado y Juan Ortega no respondió a las expectativas. Ambos matadores necesitan recuperar la senda del triunfo pero, sobre todo, ganar en armadura técnica para rentabilizar todo tipo de toros.

Esa impresión se vio amplificada en la feria de Jerez, a la que viajó Ortega después del decepcionante mano a mano con Talavante. El sevillano pasó un indisimulado mal rato con dos duros ejemplares de Torrestrella que invitan a la reflexión. Este mundillo no puede permitirse el lujo de malograr tan maravilloso proyecto de torero. Pero el arte puro no tiene recorrido ni futuro si no se apoya en la técnica y la capacidad. Y hablando de Jerez, en la Feria del Caballo también se marcaron otras constantes: El Juli sigue caminando sobre las aguas; Roca mantiene su vocación de mandamás y Morante, ay Morante... Es uno de los mejores toreros de nuestras vidas.

El toreo retoma la cotidianidad
Ofrenda de flores en el monumento de Joselito, delante de la basílica de la Esperanza. Foto: Hermandad de la Macarena

Gloria al Rey de los toreros

Pero la vida no se detiene en el Foro, ese rompeolas de todas las Españas. Después de la escala en Jerez de la Frontera, el tren del toreo camina hacia otras ferias. La más cercana es la de Córdoba, una apuesta de la empresa Lances de Futuro –la firma taurina de José María Garzón- que también ha catalizado la cuarta reaparición puntual de Dávila Miura, que volverá a vestirse de luces en la plaza de Santander para conmemorar su XXV aniversario de alternativa en un cartel de campanillas.

También retorna, dispuesto a hacer temporada formal, el diestro francés Sebastián Castella. Lo hará en Manizales, encerrándose en solitario con toros de distintos hierros. Si lo de Eduardo es una corrida puntual, lo de Castella es un retorno con todos los avíos al que, por ahora, se le concede el beneficio de la duda. Eso sí, la ilusión que ha despertado su reaparición es perfectamente descriptible.

Concluye el Observatorio Taurino de hoy, que retoma su frecuencia semanal después del largo paréntesis ferial y las intermitencias semanasanteras. Pero no podemos marcharnos sin proclamar la gloria del rey de los toreros, caído hace 102 años exactos en el ruedo de Talavera de la Reina. La memoria de Gallito, piedra angular del toreo moderno, sigue siendo una puerta abierta para evocar aquella Edad de Oro en la que el toreo se comportó como una vanguardia artística. Era aquella España que se bañaba en una maravillosa efervescencia creativa sin dejar de mirarse en sus propios espejos. José Gómez Ortega es flor de la cultura de nuestra patria. ¡Viva Joselito!