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Actualizado: 03 ago 2020 / 17:51 h.
  • Javier Conde en Osuna. / Jesús Barrera
    Javier Conde en Osuna. / Jesús Barrera

Pistoletazo de salida

Las citas de Osuna y Estepona sirvieron para reactivar la temporada al Sur de Despeñaperros en esta era pos-covid que algunos han querido llamar “nueva normalidad”. Ya lo hemos dicho otras veces: este tiempo nuevo será lo que se quiera que sea pero es de todo menos normal. En cualquier caso sí se ha demostrado una cosa: a media plaza se puede dar perfectamente un espectáculo taurino sin que el aspecto de los tendidos sea desolador. Otra cosa, evidentemente, son las cuentas. Hay que respetar, lógicamente, las medidas de seguridad elementales pero el espectáculo puede –y debe- continuar. A partir de ahí podemos hacer algunas consideraciones, comenzando con el agridulce espectáculo que deparó la mixta televisada por Canal Sur desde Osuna. Hay que darle las gracias al empresario, Antonio Osuna, por tirarse a esa piscina que no siempre tuvo agua. A partir de ahí también hay que agradecerle a Enrique Ponce –perejil de todas las salsas veraniegas- las facilidades prestadas para que el festejo pudiera ser retransmitido. Lo que no se puede entender, maestro y empresario, es que las ruinas de Javier Conde se colaran de rondón en el cartel. El malagueño prestó una mala, pésima, imagen a un evento que a priori contaba con la audiencia asegurada. ¿Por qué no se contó con un matador emergente que podría haber tenido una inmejorable oportunidad de reivindicarse? En esa misma comarca, a pocos kilómetros de la ciudad ducal, tenían a un torero en sazón. Se llama Ángel Jiménez.

La reactivación del negocio

Pero más allá del ridículo cósmico de marido de la Morente –imposible de tapar a pesar de la amable actitud de los comentaristas- hay que insistir en un dato. Son las empresas a las que toca dar toros y sacudirse tantas dudas. Y para ello deben contar con el concurso y la ayuda de todos los actores del espectáculo, especialmente los más grandes, echándole los agujeros que haga falta al cinturón. El futuro está en juego; el más inmediato. Aquí no se trata de que nadie pierda dinero a espuertas pero, posiblemente, tampoco de ganar un céntimo en un empeño que debe tener altura de miras. Algunos están contando los duros que dejarían de sumar este año sin darse cuenta del panorama que se pueden encontrar el que viene. El negocio debe reactivarse en todos sus rincones: en plazas grandes y pequeñas; en los pueblos y las ciudades. Hay que reconocer y agradecer la valentía de la empresa Pereda al tirar hacia delante con esas Colombinas que han mostrado el camino a seguir. También la actitud de otros gestores como José María Garzón en El Puerto, Francisco Rivera Ordóñez en Ronda o los Matilla en Mérida. Ahora mismo –crucemos los dedos- se pueden dar toros. No sabemos que depara el futuro a medio ni corto plazo pero debemos aprovechar los cauces abiertos por las autoridades para refrescar la maltrecha y particular economía de este mundillo. Las ansiadas prestaciones, quién lo duda, deben cumplir su labor pero lo que no hagamos nosotros por nosotros mismos no va a venir nadie a suplirlo. Y ese papel, repetimos corresponde a los profesionales con o sin el loable y azaroso empeño de la Fundación del Toro de Lidia que, seguramente, no le compete. La llamada “reconstrucción” –la filtración del proyecto agrió el almuerzo a más de uno- debería girar en torno al sumidero de las novilladas. Ahí sí hay mucho trabajo por hacer.

Una Goyesca de mucha altura

En Huelva rayó a alto, altísimo nivel, Miguel Ángel Perera en una corrida que se había montado en torno a la poderosa aura de Pablo Aguado, que anduvo lejos de sí mismo. El cartel lo completaba Cayetano, espeso de ideas y con la cabeza en otra parte. Su nombre había sonado con fuerza para encabezar el cartel de la Goyesca de Ronda pero sus cuitas personales y familiares –dicen- podrían haber pesado en la decisión de no prolongar esta peculiar temporada que ha reducido a las citas de Estepona y las Colombinas después de prestar la fuerza mediática de su imagen en la defensa de los intereses del sector, vapuleado por un gobierno que coloca estrellas de David a los taurinos. El frente más urgente del menor de los Rivera, eso parece, está ahora en otra parte que no nos compete. Nos interesa mucho más el precioso cartel que ha logrado montar su hermano Francisco en esa Maestranza de piedra que no verá pasar en blanco su festejo más emblemático. Nos consta que el empeño no ha sido fácil. Ni en el marco sociopolítico ni en el taurino. Ya adelantamos en su día que Rivera había reseñado una corrida de Núñez del Cuvillo. Sin solución de continuidad, el compañero Álvaro Acevedo avanzó que Roca Rey y Pablo Aguado volverían a verse las caras, casi quince meses después de aquel suceso del 10 de mayo de 2019 que acabó marcando esa temporada. Finalmente será Morante –y no Cayetano- el que encabece esa terna de campanillas que volverá a celebrarse en una fecha temprana: la del 29 de agosto. Todo ello y mucho más lo explicará el propio empresario en la rueda de prensa que ha convocado este mismo martes en la Casa de los maestrantes rondeños. Y en su día, si Dios quiere, allí estaremos para contarlo.

Adiós a Joaquín Ramos

Los siete días que quedaron atrás, en su vertiente taurina, ofrecieron otros titulares. El más triste y llamativo fue la sorpresiva e inesperada muerte de Joaquín Ramos, ese sabio del toreo al que le quedaba chico el dudoso apelativo de ‘taurino’. Ramos forjó su personalidad sirviendo las espadas de Joselito antes de convertirse en uno de los hombres de máxima confianza de la órbita de Enrique Martín Arranz y, por extensión, de José Tomás. Joaquín conocía perfectamente los engranajes de este mundillo, desde el sótano hasta sus estancias más lujosas. Pero su pasión era el toro, verdadero eje de este universo maravilloso. Eligió operar en la trastienda, lejos siempre de los titulares y ejerciendo una elegante pero firme alergia a las grabadoras y las libretas de los chicos de la prensa. El que firma estas líneas tuvo la oportunidad –absolutamente casual- de conocerlo en una mañana, casi madrugada, en el aeropuerto de Sevilla a finales de octubre de 2015. Ramos dirigía entre bastidores el complejo embarque de cuatro corridas de toros –Miura, La Quinta, Daniel Ruiz y Zalduendo- que tenían que lidiarse en la feria del Señor de los Milagros de Lima de aquel otoño. Las preguntas eran obligadas pero acabaron convirtiéndose en una larga, provechosa y reveladora conversación que Joaquín no quiso que se tradujera en entrevista. Descanse en paz.