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Actualizado: 23 jun 2021 / 11:43 h.
  • EL joven Manzanares entre Luis Miguel Dominguín y El Viti el 24 de junio de 1971 en Alicante, fecha de su alternativa. / Foto: Cano-Aplausos
    EL joven Manzanares entre Luis Miguel Dominguín y El Viti el 24 de junio de 1971 en Alicante, fecha de su alternativa. / Foto: Cano-Aplausos

1971 fue pródigo en noticias taurinas. Luis Miguel Dominguín había reaparecido el 10 de junio de aquel año en la plaza de toros de Las Palmas de Gran Canaria después de una larga década de alejamiento de los ruedos. Era una primera toma de contacto, con todo a favor, para iniciar el último tramo de la vida profesional de un gran coloso –seguramente el mejor torero que ha dado Madrid- que ya había navegado por épocas muy distintas del toreo: desde el reinado de Manolete hasta la irrupción de esa generación setentera a la que le tocaría lidiar con el toro del guarismo y los difíciles años que precedieron a la transición política.

Pero Dominguín, que no terminó de verse al cien por cien en las islas, aún tenía que pisar la península para lucir aquellos trajes de bordados minimalistas que, dicen, le había diseñado el mismísimo Picasso. El veterano diestro –figura grande dentro y fuera de los ruedos- estaba anunciado el 24 de junio en Alicante para dar la alternativa a un novillero de la tierra, hijo del célebre ‘Chocho’, que había encandilado a los aficionados. Se anunciaba como José María Manzanares. El cartel, segunda corrida de la feria de Hogueras, lo redondeaba Santiago Martín ‘El Viti’, as indiscutible de la rica baraja de toreros que había llenado los 60, aquella década prodigiosa que ya estaba pidiendo la cuenta...

Una nueva generación de matadores estaba a punto de desembarcar en la fiesta. Uno de ellos, precisamente, era el joven Manzanares. Se había currado el oficio espiando el trajín de vestidos y capotes que veía en su propia casa. Pepe Manzanares, su padre, ejercía de banderillero por el entorno levantino pero más allá de su modesta condición profesional era un auténtico teórico del toreo que supo inculcar en su hijo Josemari todo el abecedario del oficio antes de que llegara la prueba definitiva delante de las reses bravas. En 1969 había llegado su presentación en público en la placita de Andújar.

El 15 de junio de 1969 se escenificó el debut del joven aspirante alicantino, que vistió su primer traje de luces –regalado por Palomo Linares- en la placita de Andújar. El telón de fondo era aquella extraña temporada -el toreo siempre como reflejo de la propia sociedad española- que pasaría a la historia por la célebre guerrilla’ que condujo a El Cordobés y Palomo Linares a las plazas del tercer circuito para plantar cara a la todopoderosa clase empresarial de la época.

Un año después, en 1970, ya toreaba con picadores. No tardó en hacer pareja novilleril con José Luis Galloso con el que se presentaría en Madrid, ya a las puertas de la alternativa, el día 6 de junio del mismo año. Antes de eso ya se había despedido como novillero ante sus paisanos encerrándose con seis utreros a los que cortó nueve orejas y un rabo. Estaba preparado para el doctorado, el 24 de junio de 1971. Ahora hace 50 años.

Las cosas de Benítez

El ciclo alicantino había comenzado con polémica, convenientemente aventada por el semanario El Ruedo, convertido en martillo de herejes del reinado de Manuel Benítez ‘El Cordobés’. Benítez andaba apurando su primera y más intensa etapa profesional después de pulverizar todos los records habidos y por haber y revolucionar el negocio taurino desde sus cimientos. Pero las cosas no le habían rodado al ‘Pelos’ en aquella víspera de San Juan.

Las cosas ya estaban calentitas. El diestro de Palma del Río había protagonizado un polémico enfrentamiento con un espectador –las crónicas hablan de agresión- el día del Corpus en Toledo. El día 13 pudo resarcirse con la apoteósica Corrida Mundial del Siglo organizada en Jaén y el día 23, finalmente, se dejó un toro vivo en Alicante en medio de una gran polémica aprovechada por El Ruedo para cargar las tintas contra aquel ciclón que no tardaría en tomarse un largo descanso.

El doctorado

Todo había ocurrido en la víspera de la alternativa del jovencísimo Manzanares, que había desbordado todas las previsiones en medio de ese caldo de cultivo que, en definitiva, no dejaba de añadir más sal a la fiesta. El mismo semanario ‘El Ruedo’ daba cumplida información de aquel doctorado que se resolvió triunfalmente para padrino y ahijado, que empataron a un rabo. Se lidiaron toros de la recordada divisa charra de Atanasio Fernández que también se sumaron a la fiesta.

“Por todo Alicante no se hablaba de otra cosa. De un torero que llega, y que es de la tierra, y de otro torero... que ‘rellega’: José María Manzanares es el joven y Luis Miguel Dominguín es el... veterano” refería la crónica del recordado semanario de la Prensa del Movimiento haciéndose eco del llenazo de la plaza alicantina. Pero había que escudriñar, más allá del favor triunfalista del paisanaje, la verdadera capacidad del neófito para andar por la cima del toreo. “La faena al toro de la alternativa fue de calidad. Desde los estatuarios con que la inicia, pasando por las series templadas que con la derecha y la izquierda instrumenta...”, señalaba la misma crónica.

Josemari cortó los máximos trofeos al toro de su alternativa pero iba a tener un padrino contestatario que también se llevó un rabo del segundo después de la preceptiva devolución de trastos. La crónica de El Ruedo reseña “una vistosa y meritoria faena de muleta, dominando el burel de cabo a rabo. Fue fundamentalmente derechista y justa en medida y ritmo. Mató bien y vino la apoteosis”. Pero aún quedaba la actuación de El Viti, al que El Ruedo consagraba en ese papel de testigo “del toreo que llega y del que retorna”. No tuvo suerte con su lote, el peor de la corrida de Atanasio, pero la reseña periodística alababa “la porfía, el conocimiento y los recursos de un torero maduro” para “sacar agua de un pozo seco”.

Eterno Manzanares: Medio siglo de una alternativa
Manzanares abrió la Puerta del Príncipe a hombros de sus compañeros en su última tarde en Sevilla. / EFE

El legado

El joven matador alicantino fue figura desde el mismo día de su doctorado y ya no se apeó de esa condición a pesar de los vaivenes de una carrera en la que hubo cimas y simas; idas y venidas; travesías del desierto; faenas inolvidables y hasta fracasos estrepitosos pero siempre, siempre, la fidelidad a un concepto que se revelaba en fechas, plazas y toros que se han convertido en referente. Podríamos anotar muchas faenas pero hay un trasteo, cuajado a un nobilísimo ejemplar de Gabriel Rojas en la feria de Málaga del 93, que podría definir el punto de armonía al que llegó el toreo de José María Manzanares en su definitiva madurez. Aún le quedaba más de una década para despedirse definitivamente. Los últimos años toreó con el alma y de forma descarnada; despojando a sus muletazos del último resto de composición. Posiblemente había llegado a rozar la utopía, el definitivo toreo puro, que un día le enseñó Pepe Manzanares, aquel empleado del puerto de Alicante, banderillero ocasional en los festejos del circuito levantino, que forjó una dinastía.

Manzanares puede ser considerado uno de los mejores intérpretes del toreo de todos los tiempos. La cadencia natural de su tauromaquia, que viajó de la retórica de sus inicios a la expresión naturalmente barroca –puro mediterráneo- de su madurez, es una referencia inexcusable que siempre se movió dentro de los cánones del clasicismo. No siempre quiso pero casi siempre pudo y hasta aquella última tarde de Sevilla mantuvo intacta la capacidad de cuajar a los toros a los que atisbaba un mínimo de posibilidades o por simple empeño personal.

Convertido en referente, el maestro se marchó sin avisar una tarde soleada de octubre de 2016. Fue encontrado muerto en su recóndita finca cacereña. Un fulminante paro cardíaco había acabado con su vida. Pero entonces ya era eterno... El viejo maestro mediterráneo había escogido ese opuesto rincón extremeño como refugio de algunos naufragios íntimos. En el momento de su muerte vivía una segunda vida taurina y personal proyectada en la eclosión de su hijo Josemari como gran figura del toreo después de los primeros titubeos. La indecisión del hijo había sido la espoleta de la última etapa profesional del padre. Estuvo sembrada de lecciones inolvidables: como la dictada en Antequera; como la faena de Almagro o aquella de Algeciras... La memoria escoge ahora la foto fija de esa salida a hombros de la flor y nata de la torería para traspasar la Puerta del Príncipe en aquella tarde crepuscular de la primavera de 2006 en la que decidió cortar por lo sano. Los suyos estaban certificando esa condición de torero de toreros, el mejor título que se llevó a la otra orilla.