En la temporada de 1921 pesaba como una losa la ausencia elocuente de Gallito. El coloso de Gelves había caído el año anterior en la plaza de Talavera marcando un antes y un después en la propia historia del toreo. Pero la vida seguía y el toro tenía que salir... Belmonte se había quedado solo en la cúspide del oficio, vagando como una sombra de sí mismo y rumiando una primera retirada que –por amor propio- se haría esperar hasta 1922 en la plaza de Lima. Habían llegado unos cachorros y otros estaban por llegar mientras el hilo del toreo se preparaba para culminar su definitiva revolución pagando un alto precio de sangre en la dura, luminosa y fundamental Edad de Plata, verdadero laboratorio e ideas de toreo que estaba por venir.
Granero y Chicuelo, entre otros toreros de la nueva hornada, ya eran matadores. Al primero, valenciano, le habían colgado la exigente medalla de sucesor de Joselito pero un toro de Veragua llamado ‘Pocapena’ acabaría con su vida dos años después del ocaso del dios de La Alameda, el mismo día que iba a confirmar su alternativa Marcial Lalanda, un novillero puntero –inminente figura antes, durante y después de la Guerra- que tomó la alternativa en Sevilla hace justo un siglo. Pero fue el sevillano –Chicuelo- el que acabaría completando el definitivo legado gallista cimentando la piedra angular de la tauromaquia moderna: el toreo ligado en redondo, encadenando los muletazos a modo de estrofas y sobre un solo pitón.
Chicuelo, precisamente, fue el encargado de inaugurar la temporada hispalense el Domingo de Resurrección de 1921. Lo hizo encerrándose en solitario con un envío de Curro Molina y con más pena que gloria. Una semana después se celebró una curiosa corrida en ‘Homenaje a la historia del toreo’ en la que no faltaron cabaleiros, alabarderos y hasta mojigangas y en la que más allá de la hojarasca destacó la labor de un torero que no pasó a la historia, Alcalareño, que se ganó un puesto en la Feria de Abril, meollo de la temporada maestrante. Fueron cinco tardes en las que alternaron El Gallo, el propio Belmonte y su hermano Manolo además de Chicuelo, Granero y el mentado Alcalareño que despacharon un representativo muestrario del campo bravo de la época: Rincón, Santacoloma, Guadalest, Miura y los ‘murubes’ de Carmen de Federico.
Fue la peor temporada de Belmonte en Sevilla. El trianero, además, recibió una cornada junto a la boca en la tarde del 19 de abril. La herida tardó en sanar y le marcaría el rostro para el resto de su vida. También fue la única campaña completa que pudo completar Granero, que había tomado la alternativa el año anterior en la plaza de la Maestranza. El valenciano, que dio algunas de cal y otras de arena, alcanzó su mayor éxito con los toros de Guadalest. Pero el mejor de abril iba a ser el más viejo: Rafael El Gallo logró las mayores glorias, recrecido después de la muerte de su hermano José.