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Actualizado: 01 jul 2021 / 11:29 h.
  • Hemingway: a sesenta años de un tiro de escopeta

Un tiro de escopeta separó la vida y la muerte de Ernest Hemingway el 2 de julio de 1961, apenas cuatro días antes del ‘chupinazo’ que debía encender en fiestas su querida ciudad de Pamplona. El premio Nobel norteamericano, desengañado de sí mismo, había vuelto a su casa de Ketchum, en el estado norteamericano de Idaho, después de haber permanecido ingresado en la célebre clínica Mayo, sometido a una durísima e inapropiada terapia de electrochoque que terminó de destrozarle.

Ya había protagonizado alguna intentona anterior de suicidio pero aquel amanecer de verano no iba a errar el tiro. Escogió una escopeta del doce, colocó el cañón en su boca... el corto recorrido del gatillo detonó los cartuchos. Con ese leve movimiento culminaba una vida entera que había sido bebida a grandes sorbos... ¿Por qué se suicidó Hemingway? Bajo la fachada de masculinidad que había fabricado a través de su vida y su obra –cazador y pescador de piezas fabulosas, taurino, corresponsal de guerra, testigo de la Gran Guerra y corresponsal en la Guerra Civil- se encontraban muchos miedos, una personalidad atormentada y perdida en oscuros agujeros de su remota infancia que había encontrado un peligroso aliado en el alcohol. La espiral de delirios y la paranoia habían terminado por despertar demasiados demonios. Hasta que no pudo más...

Pero al creador de ‘El viejo y el mar’ o ‘Adiós a las armas’ le había dado tiempo de despedirse de España y los españoles, el país y las gentes que tanto amó. Había vuelto, fugazmente, en 1960 pero un año antes había estado presente y operante en aquel apasionante enfrentamiento taurino entre Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín que pasaría a la historia retratado primero en las páginas de la revista Life y en, definitivamente, en el libro ‘El verano peligroso’.

El descubrimiento de España

Su primer aterrizaje en España se había producido 38 años antes de aquel escopetazo, después de su participación en la I Guerra Mundial. El encuentro con el país que tanto amó se produjo en las fiestas de San Fermín de 1923. Y llegó el flechazo. Aquel viaje iniciático se vería reflejado en su libro ‘Fiesta’. No dejaba de ser un retrato fiel del periplo pamplonica del periodista veinteañero y su breve tropa pero también la radiografía de aquella “generación perdida” de entreguerras que compartió con otros autores como Dos Passos y Scott Fitzgerald.

Las visitas a España y su reencuentro con los sanfermines se prodigaron a través de aquella década prodigiosa pero hay que reseñar un encuentro crucial: la compleja amistad iniciada con Cayetano Ordóñez, el‘Niño de la Palma’, en 1925. El torero de Ronda también se vería retratado literariamente en ‘Muerte en la tarde’ con el nombre de Pedro Romero. Y don Ernesto, así le llamaban los pamplonicas, nunca olvidó a España ni a los españoles. El estallido de la Guerra Civil marcó su retorno a la piel de toro como corresponsal bélico comprometido con la causa perdida de la segunda república. Y aquellas experiencias vitales, una vez más, se iban a ver reflejadas en otro libro: ‘Por quién doblan las campanas’.

El retorno

Pero tuvieron que pasar casi tres lustros más para que el escritor, en plena decadencia física y personal, volviera al país que tanto amó. Fue en 1953, año de su redescubrimiento de Pamplona y las fiestas de San Fermín. Todo había cambiado pero todo seguía igual. Antonio Ordóñez, que había tomado la alternativa sólo dos años antes, propició una cita entre ambos que culminó con una cena en el célebre restaurante Las Pocholas.

Hemingway: a sesenta años de un tiro de escopeta
Ernest Hemingway mantuvo una peculiar amistad filial con Antonio Ordóñez hasta su muerte.

El recuerdo del Niño de la Palma, padre del genial diestro rondeño, gravitaba en ese reencuentro personal que suponía el inicio de una peculiar amistad filial que sólo detendría aquel cartucho del 12. Ordóñez siempre llamó al escritor ‘Papá Ernesto’ y lo paseó de plaza en plaza formando parte de su séquito. El autor de ‘El viejo y el mar’ volvería por última vez a Pamplona en 1959 transformado en una auténtica celebridad -en 1954 había ganado el premio Nobel- gracias a la extraordinaria difusión de su libro ‘Fiesta’, convertido en el cuaderno de bitácora de los primeros visitantes extranjeros.

El verano peligroso

Aquel verano del 59 marcó el fin de muchas cosas. Hemingway se había comprometido con la revista Life a reportajear el enfrentamiento en los ruedos de Luis Miguel Dominguín y Ordóñez que el escritor, de alguna manera, fabuló contribuyendo a la mitificación de aquella competencia que, en cualquier caso, fue real.

Ordóñez y Dominguín se encontraban en distintos puntos kilométricos de sus carreras mientras el toreo se preparaba para una nueva década, la llamada ‘Edad de Platino’, que vería emerger otros colosos. Pero los dioses se resistían a entregar sus cetros. Hay que recordar que el diestro rondeño había entrado en la órbita de la casa Dominguín por la vía del apoderamiento. Esa cercanía favoreció el noviazgo y posterior boda con Carmen, la hermana de Luis Miguel e hija del viejo Domingo Dominguín, el genial taurino de Quismondo que cimentó la saga. La relación entre los dos cuñados era compleja -eran dos gallos imponentes en el mismo corral- y el apoderamiento se rompió en 1956, volviendo Ordóñez al redil de la casa Camará.

Hemingway: a sesenta años de un tiro de escopeta
El premio nobel norteamericano, junto a Ordóñez y Dominguín en una tarde de 1959.

Fue en ese caldo de cultivo cuando se gestó el brevísimo maridaje profesional que pudo comenzar en oportunismo y acabó en competencia. El viejo Dominguín, en su lecho de muerte, quiso arreglar el distanciamiento entre los cuñados e hizo prometer a su hijo Luis Miguel que volvería a alternar con Antonio. El patriarca falleció al declinar la temporada y al alborear la de 1959 se anunció que Ordóñez y Dominguín iban a torear juntos -de nuevo bajo el paraguas de la casa- aunque, muerto el padre, sería Dominguito hijo el encargado de organizar la temporada.

Un enfrentamiento real

El llamado “verano peligroso” en realidad se limitó a diez corridas de toros en las que Ordóñez y Dominguín alternaron con toreros como Pepe Luis Vázquez -que había reaparecido fugazmente ese mismo año-, Bienvenida, Ostos, Mondeño o Gregorio Sánchez. Pero las chispas saltaron especialmente en los mano a mano que se programaron en las plazas de Valencia, Málaga, Ciudad Real y Bayona. No hubo trampa ni cartón: Antonio cayó herido en Aranjuez, Palma de Mallorca y Dax. Su cuñado Luis Miguel recibiría las heridas más graves en Málaga y Bilbao.

Hemingway: a sesenta años de un tiro de escopeta
El enfrentamiento entre los cuñados fue real. En la imagen, junto a Dominguito Dominguín, apoderado de ambos.

Algunas firmas quisieron rebajar -y aún discuten- la verdadera tensión de aquel enfrentamiento entre cuñados queriendo ver un mero y rentable alarde publicitario urdido en los despachos de los dominguines. Ésa pudo ser la intención primera pero el duelo fue real. El periplo, además, no estuvo exento de anécdotas. En el séquito particular de Hemingway figuraba un jugador de beisbol llamado Hotchner al que Ordóñez llegó a vestir de torero para hacer el paseíllo en Ciudad Real. El bateador yanky no osó salir del callejón aunque Juan de la Palma, hermano y banderillero del rondeño, le ofreció un par de banderillas que por poco le provoca un desmayo.

Después de torear en Ciudad Real, recuerda Alfonso Ordóñez, las cuadrillas y los matadores se disponían a cenar en el Rana Verde de Aranjuez, junto a la antigua Nacional IV. Luis Miguel, renqueante de una lesión, ya se encontraba allí y comentaba a los presentes sus dudas para viajar a Bilbao, donde debían torear al día siguiente. Al ver entrar a su cuñado -que le había oído- tronó que estaría en el Bocho. “Ese día se llevó la cornada en el vientre llevando el toro al caballo”, evoca el veterano lidiador, actual patriarca de la saga. Pero el verano peligroso no había acabado... Luis Miguel había cumplido su promesa y volvería a coincidir con Antonio en algunos carteles de la temporada del 60 pero con la muerte del viejo Dominguín aquello tenía los días contados. El apoderamiento se rompió y Luis Miguel se retiró del toreo aquel año. No volvieron a torear juntos...

La crónica de aquella temporada apasionante sobrepasó ampliamente los límites de espacio marcados por la revista norteamericana convirtiéndose, finalmente, en ‘El verano peligroso’, definitivo testamento literario de don Ernesto. Para entonces, el viejo escritor ya había rebasado un punto de no retorno marcado por la botella, el delirio y la paranoia. Hemingway aún volvió a España -fugazmente- en 1960 a la vez que se diluía el vis a vis entre Antonio y Luis Miguel. Sólo quedaba un año para que un seco disparo de escopeta espantara el amanecer en un rincón remoto de la América profunda.