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Actualizado: 15 ene 2022 / 10:26 h.
  • Ostos receta una de sus impresionantes estocadas en la plaza de la Maestranza. Foto: Aplausos
    Ostos receta una de sus impresionantes estocadas en la plaza de la Maestranza. Foto: Aplausos

La vida taurina de Jaime Ostos, fallecido el pasado sábado cuando se encontraba de viaje por Colombia, es infinitamente más interesante que la imagen distorsionada ofrecida por la prensa rosa en sus últimas décadas. El gran matador de Écija, al que el periodista Gonzalo Carvajal etiquetó de Jaime ‘Corazón de León’, fue un torero valiente; dentro y fuera de los ruedos. Su valor espartano –ayuno de cualquier efectismo- tapaba cualquier carencia artística y sus estocadas fulminantes tumbaban patas arriba a los toros en unos tiempos marcados por una de las barajas de toreros más extensa y brillante de la historia.

Ostos ya había estremecido a todo el país después de ser herido de máxima gravedad en la plaza de Tarazona de Aragón en el verano de 1963. La historia es sabida y ya ha sido contada en estas mismas páginas pero hay otro suceso trascendente que permanece en la memoria de los aficionados más veteranos que sirve para dibujar la personalidad del diestro ecijano, un hombre sin pelos en la lengua –algunos dirán que chapado a la antigua- que supo echarse para adelante cuando la ocasión lo requería.

Los ‘sobrecogedores’

Para ubicar el lance hay que retratar la situación ventajosa –y ventajista- del periodista Manuel Lozano Sevilla. A su condición de taquígrafo personal del mismísimo Franco unía la enorme influencia que le confería su condición de crítico e informador taurino en Radio Televisión Española. Eran unos años, los 60, en los que la prensa taurina tenía que pechar con el sambenito de los llamados ‘sobrecogedores’. ¿Y qué era el sobre? Se llamaba así a las mordidas de distinta categoría y alcance que algunos periodistas de la época concertaban con los toreros del momento para templar sus juicios críticos. La escena puede pintarse con paleta costumbrista: el mozo de espadas de turno, repartiendo los distintos ‘sobres’ engrosados en función de la importancia, trascendencia y, sobre todo, la falta de escrúpulos del plumilla en cuestión...

El asunto nacía viciado. En aquellos años aún se mantenía la costumbre de alquilar las páginas taurinas de muchos de los periódicos a los distintos cronistas que tenían que apañárselas con manejos publicitarios para poder sacar la cabeza y arañar algunas pesetas. Era una puerta abierta a una corruptela que, en función de los remilgos del interesado y la altura de su tribuna, podía ofrecer suculentos beneficios. Pero no debía haber sido el caso de Lozano Sevilla, que percibía un jugoso sueldo del ente público y de las numerosas colaboraciones que mantenía con otros medios del momento. Resumiendo: se ‘arreglaba’ con los toreros para suavizar el tratamiento de sus actuaciones en las distintas retransmisiones. Y les cobraba un dineral.

El propio Ostos, fiel a su proverbial locuacidad, lo ha contado en numerosas ocasiones: “A Lozano Sevilla le pagábamos los toreros del momento dos millones de pesetas por temporada, para que nos pusieran bien. Pero por lo visto al señor le parecía poco y un día apareció el niño, su hijo, que era un chico muy guapo que se pasaba las horas muertas jugando en el casino, y me dijo que su padre quería más dinero...”. El torero quedó en contestarle a la vuelta de un viaje a América pero, a su vuelta, se encontró con informaciones sesgadas y hasta omisiones deliberadas de algunos de sus triunfos. Ostos le cortó el grifo y comenzaron a llover los palos...

Va por usted...

Al torero de Écija le había hervido el agua y se dispuso a destapar los manejos del periodista. Fue en 1968, en el transcurso de una corrida televisada desde Marbella. Hay que advertir las limitaciones técnicas en las que transcurrían aquellas retransmisiones. El locutor –el propio Lozano Sevilla- comentaba la corrida en solitario sin más apoyo que un micrófono instalado en el callejón para reproducir los brindis de los espadas que él no podía oír. Y con esas cámaras y esos medios, llevando en directo a todos los hogares la corrida de Marbella, Ostos se dirigió al mentado micrófono para brindar el toro al ínclito don Manuel.

Del célebre brindis –lo escuchó la inmensa audiencia de la época mientras el locutor permanecía ajeno a sus palabras- hay distintas versiones: “Tengo el gusto de brindar la muerte de este toro a don Manuel Lozano Sevilla que es el trincón más grande y más sinvergüenza que ha habido nunca en la crítica taurina”, es la más difundida. “Si quiere el dinero de los toreros póngase el vestido de torear y deje de robarnos” es la versión aportada por el mismísimo Ostos. Acababa de colgarle el cartel de ‘sobrecogedor’ en una España bien distinta de la actual.

La bola empezó a rodar. Manuel Fraga aún detentaba la cartera del ministerio de Información y Turismo. Había que actuar y, lógicamente, pidió consulta al propio Caudillo. Se imponía tramitar el asunto con tacto y el político gallego le habló a Franco de “un crítico taurino muy conocido”. Y el viejo general hizo de la suyas para dejar caer al periodista corrompido. “Yo no conozco a ningún crítico taurino” fue la respuesta del dictador dando vía libre a Fraga para defenestrar a Lozano Sevilla en su tribuna televisiva. Eso sí, el periodista corrompido siguió al frente de la jefatura de prensa de Franco hasta su muerte, el 20 de noviembre de 1975. Pepe Alameda, uno de los mejores analistas del toreo de todos los tiempos, fue su efímero sucesor. Después entraron Campos de España y Federico Aguilar, encomendando las retransmisiones a Matías Prats. Aún quedaban algunos años para que Mariví Romero -la hija de Emilio Romero, el todopoderoso periodista de Pueblo- y Manolo Molés –que continúa en activo con más de ocho décadas de vida- llevaran a la televisión un supuesto integrismo taurino con ínfulas de regeneración. No hubo tal. Ésa es otra historia...