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Actualizado: 10 dic 2020 / 09:26 h.
  • EFE
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Este jueves se cumplen 25 años de la alternativa mexicana de un torero singular llamado José Tomás Román Martín. Aquel doctorado se cumplió en la plaza Monumental del D.F. un 10 de diciembre de 1995. El entonces joven paladín madrileño recibió los trastos del oficio de manos de Jorge Gutiérrez, torero azteca que había tenido que sustituir a David Silveti, impedido para torear por prescripción facultativa. El testigo de la ceremonia fue Manolo Mejía y el toro de la ceremonia, bautizado como ‘Mariachi’, pertenecía a la ganadería de Xajay.

Un cuarto de siglo más tarde, el diestro de Galapagar ha vuelto a ser más o menos noticia por sus cuitas sentimentales –muchísimo más discretas que las de su antiguo rival Enrique Ponce- pero, especialmente, por los dos contratos de 2020 que la pandemia ha convertido en papel mojado. Los aficionados franceses y sus más fieles seguidores se han quedado sin verlo en el doble pase que había firmado con Simón Casas en el coliseo de Nimes entre Pentecostés y la Vendimia. En ambos bolos tenía previsto reeditar la fórmula de Granada, matando cuatro toros en solitario y encajando un rejoneador de intermedio –Hermoso de Mendoza y Lea Vicens respectivamente- para convertirse en estrella única de ambos acontecimientos.

No sabemos que deparará el futuro. Parece difícil que en las actuales circunstancias se pueda avanzar nada en una hipotética contratación del silente diestro de Galapagar de cara a 2021. Hay demasiados cabos por atar y una sensación absoluta de incertidumbre en torno al desarrollo de las casi todas las ferias del calendario taurino que, a punto de concluir 2020, permanecen en el limbo, pendientes de aforos, normas de higiene y seguridad y los plazos de una vacuna que, hoy por hoy, es el único asidero actual para adivinar el fin de la pandemia y con él, la vuelta a una verdadera normalidad que pagará un alto tributo. Una cosa está clara para pros y antis: el retorno puntual de Tomás volvería a animar el cotarro aunque su crónica alergia a las cámaras de televisión hurtaría gran parte de la necesaria trascendencia de una de esas esporádicas reapariciones que se han quedado sin fecha. Dios dirá...

Un poco de historia

José Tomás también cumplirá pronto el aniversario de otro lance de tintes más trágicos. El 18 de enero de 1996 –dentro de poco más de un mes también hará 25 años- sufrió una gravísima cornada en Autlán de la Grana, en el estado mexicano de Jalisco, que necesitó de varias transfusiones de sangre y, de alguna manera, marcó el signo cruento de una carrera atípica que no se parece en nada a la de ninguna figura del toreo precedente. Entre aquel sangriento percance y la tremenda cornada de Aguascalientes sufrida casi tres lustros después pasaron muchas cosas, muchos triunfos, algún fracaso, no pocas cornadas, y la sensación de encontrarnos ante un torero intransferible que supo mitificar su propia figura gracias a un largo eclipse profesional del que salió convertido en tótem.

Pero es conveniente ir por partes. La carrera de José Tomás podría dividirse claramente en ¿tres? tramos diferenciados. Dejando a un lado su etapa novilleril, que también se cimentó en ruedos mexicanos, podríamos trazar una primera etapa de importante figura más o menos convencional que abarcaría desde esa alternativa del D.F. que ahora conmemoramos hasta su inesperada retirada temporal después de torear en Murcia, el 16 de septiembre de 2002, a media plaza y después de escuchar una fuerte bronca. Son siete campañas en las que el diestro madrileño tocó la gloria con los dedos, lanzándose definitivamente después de su gran faena a un toro de Alcurrucén en la isidrada de 1997. Tomás se convirtió en el triunfador sucesivo de las ferias madrileñas hasta 1999 aunque hay que anotar un trascendental cambio de apoderamiento y estrategias desde 1998 al trocar a Miranda y Moreno por Enrique Martín Arranz, forjador de la carrera de Joselito.

En 1999 llegan los rumores de rivalidad –y hasta veto- con Enrique Ponce pero, sobre todo, implicó su tardío y muy esperado debut como matador de toros en la plaza de la Real Maestranza de Caballería que sí le había visto pasar –sin dejar excesiva huella- en su etapa como novillero. Son los años más fecundos profesional y artísticamente del madrileño, que ya empieza a convertirse en un torero de culto navegando aún lejos de la divinización que acabaría por llegar. En 2000 hay que anotar su cruzada contra la emisión televisiva de las corridas de toros abonando un terreno que volvió a enfangarse hace algunos años a raíz de la creación del polémico y efímero G-10 bajo la comandancia de El Juli. Pero ésa es otra historia. Nos interesa recordar que esa cruzada dejó solos a Tomás y Joselito bajo el paraguas común de Martín Arranz. En aquel tiempo comenzó también su crónica mudez ante los medios de comunicación, sólo rota eventualmente en alguna declaración en México, una tierra de referencia que, como veremos, volvería a cruzarse en su destino.

Las tornas comenzaron a cambiar en 2001. La sucesión de golpes y percances, la presión mediática y el desgaste profesional hicieron mella en el torero, que llegaría a dejarse vivo un toro en la feria de San Isidro de aquel año. Pero Tomás fue capaz de firmar su penúltimo capítulo de gloria en esa Feria de Abril, saldada con dos Puertas del Príncipe que no fueron tres por culpa de una inoportuna cornada que le impidió salir a hombros. Al año siguiente, acusando la inevitable erosión de un largo lustro en la cima llegaría el largo eclipse.

Nueva etapa profesional

La hipotética reaparición de José Tomás se convertía en la comidilla de todos los inviernos hasta que, sorprendiendo a todos, decidió volver a vestirse de luces casi cinco años después de desaparecer de la escena pública. Lo hizo llenando hasta los topes la Monumental de Barcelona el 17 de junio de 2007. Se iniciaba así una nueva etapa de su trayectoria marcada por la elección cuidada de los escenarios, el ganado y los compañeros y el escaso número de paseíllos cumplidos desde entonces. El diestro madrileño no se prodigó en este intervalo en las plazas de mayor trascendencia y se mantuvo siempre lejos del coso de la Real Maestranza de Sevilla donde –entre algunos tiras y aflojas- sólo se estuvo cerca de ser contratado para la Feria de Abril de 2012.

Pero hay que retroceder a ese 2007 en el que se anotó dieciséis corridas de toros acá a las que sumó una excursión americana de cinco paseíllos. En 2008 fueron otros 21 contratos, con cuatro de aperitivo americano y, sobre todo, su tremenda, impresionante, vuelta a la plaza de Las Ventas que terminó de convertirlo en leyenda viva del toreo.

Las cifras y el tirón de Tomás –con llenazo asegurado- se mantuvieron en 2009. Pero al año siguiente se produjo un punto de inflexión que sirve de llave para cerrar esta segunda etapa. Se trata de la gravísima cornada de Aguascalientes, el 24 de abril de 2010, que le llevó a las orillas de la muerte, marcó su propia vida y abrió su última versión en los ruedos a la vez que ensanchaba una leyenda que ya estaba escrita.

Nueva etapa taurina y vital

Antes de la brutal cornada del toro ‘Navegante’, que pudo ser su verdugo, José Tomás ya era un torero de culto que había manejado como nadie los tiempos y hasta una extraña -y efectiva- política de comunicación basada en no decir nada. Desde entonces es una leyenda viva que ha espaciado al límite sus comparecencias públicas para seguir convirtiendo cada una de sus salidas a la palestra en una ocasión única.

Reapareció en la valenciana feria de julio de 2011 en medio de un clima de impresionante expectación. La temporada, reducida a nueve funciones, no fue pródiga en triunfos y se cerró clausurando la plaza Monumental de Barcelona. Toreó mucho menos en 2012, tan sólo tres corridas de toros, incluyendo la mitificada encerrona nimeña en la que indultó al cuarto –un gran ejemplar de Juan Pedro Domecq llamado ‘Ingrato’- en medio de una impresionante apoteosis que se tradujo en el corte de once orejas y un rabo. Ésa es la cumbre indiscutible de este penúltimo tramo de su vida torera que, desde ese momento, entró en una minuciosa dosificación. De hecho, 2013 quedó en barbecho y cuatro fueron las corridas apuntadas en 2014, que se redujeron a una sola –la demorada reaparición en Aguascalientes- en 2015.

2016 comenzó sin demasiado tino en la Monumental de México y terminó sumando siete funciones, incluyendo la gran faena al ‘cuvillo’ de Jerez y el doble –y polémico- pase por la feria de Valladolid que se saldó con la salida de Enrique Ponce de la corrida de seis matadores –y de todo el ciclo pucelano- que se había organizado en homenaje a Víctor Barrio. En 2017 sólo anotó una actuación, de nuevo en México y en otra corrida coral celebrada el día de la Virgen de Guadalupe a beneficio de las víctimas de los terremotos que asolaron el país azteca. En 2018 se limitó a volver a aparecerse en carne mortal en la plaza de Algeciras, de la mano del empresario José María Garzón y en un mano a mano con Perera en el que no medió sorteo del ganado reseñado. Ambos matadores llegaron con sus toros bajo el brazo y brillaron a gran nivel pero fue el extremeño, a la postre, el que logró los titulares más rutilantes al indultar un excelente ejemplar de Jandilla. En 2019 se produjo la que, hasta ahora, es su última actuación en público. También su última apoteosis. La cumplió en el Corpus de Granada logrando una impresionante comunión con el público que abarrotaba la Monumental de Frascuelo bajo la batuta, de nuevo, de José María Garzón. El maldito virus ha impedido que vuelva a encarnarse bajo el traje de torear en el bimilenario coliseo de Nimes mientras el mapa del toreo multiplica sus frentes abiertos. ¿Dónde será la próxima? ¿Habrá próxima? Pues quién sabe...