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Actualizado: 31 ago 2018 / 07:00 h.
  • Impresionante panorámica de Ronda, con el puente del Tajo que vertebra la ciudad. / El Correo
    Impresionante panorámica de Ronda, con el puente del Tajo que vertebra la ciudad. / El Correo

Para entender la Goyesca hay que bucear en la historia, más allá de los festejos consagrados por Antonio Ordóñez que, de alguna manera, suponen todo un guiño a esa época fundacional del toreo en la que la dinastía rondeña de los Romero ofició de piedra angular. La feria de Ronda, precisamente, toma el nombre del mejor de su casta, el gran Pedro Romero. El torero, inmortalizado en una estatua de piedra en los jardines contiguos a la plaza de la Maestranza rondeña, presumía de haber matado a estoque más de 5.000 toros sin haberse dejado jamás ninguno vivo ni haber derramado una sola gota de su sangre.

Su irrupción en los ruedos corre paralela a la profesionalización del trabajo de aquellos matatoros que empiezan a organizarse en cuadrillas lucrando fama por las plazas del reino. Pedro Romero, era nieto de Francisco Romero, al que la tradición le otorga el papel de inventor o difusor del uso de la muleta para estoquear a las reses. Fue Francisco el que dio inicio a esta dinastía taurina que, taurinamente marca el siglo XVIII, una centuria en la que se marcan las bases definitivas del oficio.

Pedro Romero nació en la ciudad del Tajo el 19 de noviembre de 1754. Su padre, Juan, también era matador de toros que, persuadido de la vocación del hijo, le llevó consigo en calidad de media espada desde muy jovencito. José María de Cossío sostenía que en 1772 se había presentado en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, que a esas alturas del llamado Siglo de las Luces ya ocupaba el antiguo vertedero del monte Baratillo y había dado inicio a la construcción del coso actual.

En 1775 se presenta en Madrid -en la plaza de toros que se levantaba junto a la Puerta de Alcalá- iniciando una competencia con otro diestro fundamental para entender la arqueología del toreo: el célebre Joaquín Rodríguez Costillares, nacido del vivero taurino que prestaba el viejo matadero de la Puerta de la Carne en Sevilla, nudo fundamental en la creación de los primeros balbuceos del lenguaje taurino. Esa competencia profesional se renovaría de forma encarnizada con otro torero famoso y también sevillano: el célebre José Delgado Pepe Hillo, muerto en el ruedo de la corte en 1801.

La larga carrera taurina de Pedro Romero se prolongó hasta 1799, retirándose a Ronda hasta que, en 1830, la iniciativa del rey Fernando VII alumbró la efímera Real Escuela de Tauromaquia, con sede en el viejo matadero de Sevilla. El puesto de director había sido concedido a Jerónimo José Cándido pero Romero reclamó para sí mejor derecho para ocupar el cargo. En el brevísimo tiempo de actividad de la escuela pasaron por sus manos dos toreros fundamentales como Paquiro y Cúchares. En 1831, con 77 años cumplidos, aún tuvo arrestos para matar un toro delante de la infanta Isabel, futura reina de España. Falleció en 1839. En 1954, la conmemoración del bicentenario de su nacimiento fue el germen de la actual Corrida Goyesca de Ronda.