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Actualizado: 19 may 2022 / 10:49 h.
  • Litri: dinastía y trascendencia

Ha muerto Litri. Lejos de Huelva, su verdadera patria chica, por más que le nacieran en Gandía por vericuetos familares. La evocación del grandioso diestro choquero, de su ‘litrazo’ inimitable, pertenece a una generación de españoles que ya anda en retirada. Pero su aura de figura indiscutible se ha perpetuado a través del tiempo. Miguel Báez nació al toreo en pleno manoletismo y estoqueó su último toro vestido de luces cuarenta años después para darle la alternativa a su hijo Miguel –y un soberano repaso- en aquella tarde nimeña en la que Paco Camino también dictó su última lección después de doctorar a su hijo Rafael.

Fue Camará, el apoderado de Manolete, el que lo puso a circular junto a Julio Aparicio mientras la década de los 40 se despedía sin olvidar el aura poderosa del ‘Monstruo’ de Córdoba, caído trágicamente en Linares. Ese modelo, de alguna forma, pudo alentar la formación de la personalidad taurina del torero de Huelva que hizo del llamado tremendismo un modelo de puesta en escena que enardecía a las masas. Pero el Litri no era –no podía ser- un torero de generación espontánea. Hay que retroceder hasta la figura de El Mequi, un modesto torero limitado al reducido ámbito de las tierras de Huelva y el Condado, para encontrar el germen de esta dinastía de toreros que encontró la gloria en el primer Litri, Miguel Báez Quintero, nacido en Huelva en 1869 y alternativado en Sevilla en 1893.

Fue el padre de otro Litri, Manuel, fallecido prematuramente en 1926 después de sufrir una horrenda cornada en Málaga, hace casi un siglo. Se la pegó de un toro de Guadalest en presencia de los reyes Alfonso y Victoria Eugenia, que asistían al evento. Se trató de salvarle la vida amputándole la pierna herida pero el final fue irremediable. El viejo Litri, desconsolado, borró todos los recuerdos taurinos de su casa pero después de enviudar acabaría matrimoniando con la propia novia de Manuel, madre de Miguel Báez Espuny, el gran Litri de los 50 y 60 que acaba de morir en Madrid que, no podía ser de otra forma, acabaría escogiendo el camino de los suyos a pesar de la inicial y férrea oposición paterna.

Su irrupción en el mundo del toreo, formando pareja con Aparicio, fue un auténtico acontecimiento que desplazó la atención de los públicos a las novilladas, convertidas en base de aquellas ferias, bisagra de dos décadas. El doctorado no tardó en llegar: el mítico diestro Cagancho convirtió en matadores a ambos el 12 de octubre de 1950 en la plaza de Valencia. Ya eran figuras antes de tomar la espada y la muleta que les ofrecía el torero gitano... Y el Litri no se apeó de esa condición de gran figura a pesar de que se fue y volvió cuando quiso, sin dejar de enardecer a los públicos con sus alardes de valor, su toreo impávido, la virtud de conectar con los tendidos... Se puede considerar que su definitiva retirada de la contienda taurina se produjo en 1967. Pero el viejo Litri aún volvería puntualmente: en 1968 para inaugurar la efímera Monumental de Huelva; en 1984, para la reinauguración del viejo coso de La Merced y, definitivamente, para dar la alternativa a su hijo Miguel en Nimes, que reverdeció la gloria de los Litri.

Aquel día se arrancó el añadido prometiendo no torear más. Lo cumplió, retirándose a Peñalosa, aquella finca cercana a Escacena del Campo en la que reunía a sus íntimos para ejercer de gran cocinero. Esa bonhomía y sencillez fueron algunas de las virtudes de un grandioso torero, de una impresionante figura que nunca se dio importancia. Su gente, su familia, su campo... La dictadura de la edad le obligó a volver a Madrid a pasar el último tramo de su vida. Hacía tiempo que no se sabía casi nada de él. Tampoco pudo asistir ya a la segunda boda de su hijo Miguel, el Litri de los 90, celebrada el pasado sábado. Descanse en paz...