Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 02 may 2023 / 15:28 h.
  • El matador cigarrero pasea el rabo del toro de Domingo Hernández. Foto: Arjona-Pagés
    El matador cigarrero pasea el rabo del toro de Domingo Hernández. Foto: Arjona-Pagés

Hay que invocar la célebre ley de Guerrita: después de mí, ‘nadie’, clamó el altivo califa cordobés en la soledad de su trono. La máxima califal podría aplicarse a la impresionante actuación de Morante de la Puebla que marcó una raya en el agua cortando un rabo, máximo trofeo que un matador de toros no paseaba desde 1951 en la plaza de la Maestranza. A partir de ahí podríamos proclamar que después de nadie –en la cúspide de este ciclo de acontecimientos- podemos situar a Roca Rey, Daniel Luque, Emilio de Justo, Manuel Escribano y hasta Ginés Marín. Un paso por detrás, con o sin los trofeos que cortaron y las puertas que abrieron –que darán para reflexión aparte- hay que ubicar a El Juli y el joven Tomás Rufo pero hay que volver al impacto, el poso, la trascendencia y la emoción de aquella tarde del 26 de abril en la que Morante de la Puebla inscribió su nombre en los mejores anales del coso maestrante.

El recital morantista no dejaba de ser el quinto –o sexto movimiento- de una larga sinfonía que comenzó a tocarse el primero de octubre de 2021. Después llegaron los conciertos de 2022 y en este 2023, reinvestido como diestro base de la Feria, pasó sin demasiadas opciones por la decepcionante corrida de Núñez del Cuvillo en la tarde del Domingo de Resurrección. El día 24, con los toros de la casa Matilla, comenzaron a calentarse los motores. El diestro de La Puebla se encaró con el presidente Fernández Rey –había faltado petición en honor a la verdad- después de haber estado sencillamente perfecto con el primero de la tarde. Pero lo mejor estaba por llegar en forma de concertino secreto –fue una faena alada, armónica, cadenciosa, imaginativa, perfectamente ligada y escenificada- premiado con una oreja que –con otro público, en otro tiempo- habrían debido ser dos.

Morante: después de mí, nadie...
El diestro peruano logró su sueño de abrir la Puerta del Príncipe. Foto: Arjona-Pagés

Un rabo diferencial

Y en esas andábamos –la feria seguía navegando a todo trapo- cuando llegó la tarde del 26. Morante hacía el paseíllo a la izquierda de Diego Urdiales y Juan Ortega para estoquear los toros de Domingo Hernández. Fue la tarde de las verónicas oníricas de Ortega que, es un poner, pudieron espolear a Morante para, a la salida del cuarto, condensar en poco más de 20 minutos una tauromaquia global –auténtico puente entre todas las épocas del toreo- en la que se encadenaron varios esplendores: desde los dos faroles con los que saludó al toro, pasando por las maravillosas verónicas, las tafalleras convertidas en toreo fundamental, la hondura de los lances de frente por detrás, la excelencia de una faena rabiosamente clásica y la estocada que rubricaba el milagro. El palco, presidido por José Luque Teruel, estuvo a la altura concediendo ese rabo diferencial que subrayaba el acontecimiento. Después de mí, nadie...

Morante: después de mí, nadie...
Daniel Luque cuajó una de las mejores faenas del ciclo a un gran toro de El Parralejo. Foto: Arjona-Pagés

A Morante aún le quedaba otra tarde, con la declinante corrida de El Torero, que no permitió reeditar el milagro pero sí mostrar su preciosista envoltura y su grandioso fondo técnico con un manso de El Torero. Pero en la feria hubo otros acontecimientos que, sin el despliegue del cigarrero, estarían ahora pugnando por llevarse los premios más encopetados. Hay dos toreros de Gerena que podemos echar a pelear en ese primer nivel. Son Daniel Luque y Manuel Escribano, que han cuajado un ferión. El primero echó arte cuajando de cabo a rabo a un gran toro de El Parralejo al que instrumento una grandiosa y armónica faena y luego aplicó ciencia sacando hasta la última gota del remoto fondo de un costoso ejemplar de La Quinta con el que demostró su alta capacidad.

Su paisano Manuel Escribano se iba a encontrar con un importante ‘victorino’ de embestidas lentas y dosificadas al que entendió a la perfección cortando dos orejas inapelables. Es el mismo premio que habría obtenido –la plaza rugió por naturales- si la espada hubiera caído en su sitio en la miurada de clausura. Conviene subrayar el dato: Escribano lo ha hecho con un toro de Victorino y otro de Miura. Sale más que revalorizado.

Morante: después de mí, nadie...
Escribano, a alto nivel con sendos toros de Victorino y Miura, sale revalorizado del ciclo. Foto: Arjona-Pagés

La lista de excelencias se engorda y deja a un lado criterios meramente numéricos o esa Puerta del Príncipe que, tantas veces, sirve de contador aritmético en vez de testigo de lo excepcional. El propio Roca Rey, sin opciones en Resurrección, se había empleado con estrategia e inteligencia para sumar los manidos tres trofeos el día 21 de abril cumpliendo el sueño que le envenenaba sus noches: traspasar a hombros el famoso arco de piedra. No se le quita ni un ápice a la importancia de ese triunfo pero la verdadera, la definitiva dimensión, la auténtica medida de figura del toreo la iba a dar con el último toro que estoqueaba en la Feria, seguramente el ejemplar más serio que ha saltado en todo el ciclo. Ahí surgió el líder del gran escalafón; ya no podía haber dudas.

Pero hay más: si Emilio de Justo fue capaz de cortar dos orejas rotundas a un gran toro de Matilla –seguramente el más completo del ciclo- su paisano Ginés Marín hizo lo propio cuajando al mejor ejemplar de El Torero. También hubo una Puerta del Príncipe ramplona para un eficaz Tomás Rufo –más efectista que rotundo- que certifica los vaivenes del palco y la devaluación del raro honor. Seguimos: El Juli cortó dos orejas excesivas en Resurrección y estuvo a punto de lucrar una tercera, sin meter la directa, al mejor toro de La Quinta. El Cid volvió mejor que se fue y Hermoso de Mendoza volvió a ganar a los puntos en la tarde del retorno de Diego Ventura, que hizo el mejor rejoneo sin rédito. Dejamos aparte el recital capotero de Juan Ortega que le coloca entre los sucesos memorables del ciclo. Sin toros a favor, no logró redondear nada pero dejó mejor imagen global.

No hay que olvidar la oreja que mereció –y se quedó sin cortar- José Ruiz Muñoz deslumbrando con un toreo personal y cadencioso. Fue en la tarde de la oportunidad, que no fue tal para el resto de la tropa. A partir de ahí hay, en la corrida de Santiago Domecq, hay que recordar a un Garrido responsabilizado; la oreja más o menos olvidada de Álvaro Lorenzo y el naufragio inevitable de Alfonso Cadaval.

En el capítulo de decepciones hay que situar, un año más, la decadencia irrefrenable de Manzanares, lejísimos de sí mismo y sus mejores fueros en esta misma plaza. El alicantino estaba colocado en el escaparate de una Feria en el que también figuraba Talavante, tan indefinido estilísticamente como lejano del alto concepto que tiene de sí mismo. Despertó a medias con la corrida de Justo Hernández pero no está al nivel que pretende y quiere defender en los despachos. La memoria apenas rescata momentos de otros toreros de los que se esperaba más como Diego Urdiales o Pablo Aguado. Sebastián Castella volvió a Sevilla con dignidad y dejamos en el limbo a Miguel Ángel Perera o Francisco de Manuel. Ferrera apenas tuvo opciones con la miurada; del resto, si los hubo, ni nos acordamos...

Morante: después de mí, nadie...
Filósofo, de Matilla, fue la guinda de un largo elenco de toros excelentes. Foto: Arjona-Pagés

Excelente nivel ganadero

Dejamos para el final, a riesgo de ser reiterativos, el excelente nivel ganadero de la Feria por más que se echara en falta una mejor presentación en algunos de los encierros estrella. La corrida de mayor presencia, con mucho, fue la de Victoriano del Río. Pero hay que ir al fondo más que a la fachada. En la corrida ideal figuran los cuatro toros a los que se le ha dado la vuelta al ruedo póstuma: fueron ‘Patatero’ de Victorino Martín, que lidió una de las mejores corridas del ciclo; ‘Filósofo’, de Hermanos García Jiménez, que también echó un encierro completo; ‘Ligerito’ de Domingo Hernández y ‘Príncipe’ de El Parralejo. La mereció también ‘Choricero’ de Miura y seguramente algún ejemplar más –como el tercero de Jandilla- en una larguísima lista en la que figuran toros sueltos de Fermín Bohórquez, Santiago Domecq, Núñez del Cuvillo, Justo Hernández, El Torero y La Quinta.

En la Feria que se fue, la mejor del siglo, también se habló de los criterios erráticos del palco, de la comentada devaluación o inflación de la Puerta del Príncipe y hasta de la definitiva mudanza del público que ya nada tiene que ver con ese senado que daba carácter a una plaza que muda por completo de piel de una tarde a otra sin dejar de beber compulsivamente los quintales de gintonics que engordan los ingresos atípicos de la empresa. Todo cambia pero todo sigue igual, siguiendo la máxima del Gatopardo. Fue una feria histórica. Tuvo el nombre de Morante.