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Actualizado: 15 feb 2021 / 13:27 h.
  • Sectarismo ideológico en Espartinas

Un apodo y una tierra

Hay mucha, muchísima gente, que pone Espartinas en el mapa invocando a un torero que llenó con su nombre la segunda mitad de los ochenta y los primeros 90 del pasado siglo XX. Se llamaba, y se llama, Juan Antonio Ruiz Román pero todo el mundo lo conoce como Espartaco. Es una de esas figuras que lo eran en el ruedo; también lo sigue siendo en la calle. Espartaco vivió esos tiempos en los que la profesión aún detentaba la cotidianidad, presencia y popularidad que la torpeza del sector –la autocrítica es necesaria- y la deriva de lo políticamente correcto le ha arrebatado hoy.

Juan Antonio Ruiz había heredado ese apodo de su padre, Antonio, al que El Pipo –ese taurino genial que convirtió a El Renco en El Cordobés- bautizó como Espartaco asemejando el eco de la famosa película protagonizada por Kirk Douglas a la fonética de la localidad natal de esta saga aljarafeña. No debe ser casual que una gran estatua en bronce del gran torero presida la explanada de la plaza de toros levantada en la cresta del apogeo ‘pepero’ en la localidad. Algo habrá hecho para merecerla...

Pues bien... Hay un tal señor Calado –que ha quedado ídem- que es segundo teniente del ayuntamiento de Espartinas y ha otorgado a dos de sus vecinos –toreros para más señas- la condición de ciudadanos de segunda categoría por mera discrepancia ¿ideológica? con ese oficio tan estrechamente ligado al pueblo en particular y la inmensidad del Aljarafe en general, antiquísimo vivero de toreros, banderilleros, picadores y hombres del toro.

Repasando...

La secuencia ya es conocida: el matador de toros Juan Leal y el banderillero Agustín de Espartinas, que entrenaban en condiciones precarias en algún lugar del pueblo, recibieron indicaciones de un empleado municipal para optar a hacerlo en el pabellón deportivo, como cualquier hijo de vecino. A partir de ahí se desató la antología de los disparates. Primero recibieron la negativa de un tal Iturralde que, como el famoso segundo teniente de alcalde José María Calado, tiró de ideología para negar el uso de esas instalaciones a los toreros. El tema se enfangó y de qué manera...

Calado sabía que el asunto podía estallar y le debieron entrar las siete cosas. Quiso poner el parche antes que la herida llamando al diario ABC para desautorizar a Agustín de Espartinas pero sólo consiguió mancharse de marrón. A partir de ahí la polémica estaba servida pero la bola sólo había empezado a rodar. La alcaldesa, señora Los Arcos, aceptó recibir a ambos lidiadores en la mañana del pasado viernes para aplacar los ánimos aunque sólo ha conseguido que la indignación de la grey taurina suba como la espuma. Hay que recordar que el gobierno municipal de Espartinas se apoya en los cinco concejales socialistas apuntalados con los dos de Adelante, una de las marcas blancas de esa insufrible extrema izquierda que se apunta a todos los bombardeos habidos y por haber. ¿Cuál tocaba esta vez? Tocarle las narices al mundo taurino pasándose por el forro ideológico la legislación vigente hasta el punto de rozar la prevaricación. Ni más ni menos... Y la regidora sólo acertó a ponerse de perfil en una cobarde equidistancia que no ha dejado contento a nadie, dejando todo a mitad de camino.

Historia de la plaza

El asunto, más allá de los rescoldos de la polémica, de evidenciar el dudoso concepto de libertad que maneja la extrema izquierda de este país o de aventar la protesta convocada en las redes sí ha servido para señalar nítidamente el calamitoso estado de la plaza de toros que, en honor a la verdad, comenzó su abandono antes de la llegada del actual ayuntamiento después de que Diego Ventura cerrara su historia taurina–hasta ahora- encerrándose en solitario el 15 de abril de 2018 en medio del pulso que sostenía con la empresa Pagés.

El coso de Tablantes, que ahora duerme sus esplendores rendido al abandono y los jaramagos, no deja de ser hijo de aquella efervescencia taurina que se enhebró con la fiebre urbanística que cambió el paisaje de este país. De hecho, su construcción fue posible gracias a la tremenda liquidez que otorgaron al ayuntamiento –como a medio Aljarafe- los jugosos convenios urbanísticos que poblaron de urbanizaciones los antiguos olivares.

Había sido inaugurada por Espartaco, Rivera Ordóñez y Morante de la Puebla el día de San José de 2005 en un festejo que tuvo carácter de gran acontecimiento. Los primeros años fueron de esplendor, acompañados de iniciativas como aquella ‘Feria del Toro y la Luna’ y hasta la pretensión de acoger la Feria Mundial del Toro que empezaba a griparse en FIBES. Con el crack inmobiliario llegaron las curvas, que acabarían cerrándose –no sabemos si definitivamente- con los cambios políticos al frente de un Ayuntamiento que, una vez más, hizo buena la sentencia orteguiana: no se puede entender la historia de este país sin conocer la de las corridas de toros.