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Actualizado: 07 may 2022 / 22:18 h.
  • Ya pueden ir tapiando la Puerta del Príncipe

Que la tapien sí. Será la mejor manera de enseñar que el toreo y su memoria no es cosa de números, de amontonar orejas o sumar dos más uno. El mítico arco de piedra que se mira en el Guadalquivir dejó hace mucho tiempo de subrayar lo sublime por una sencilla razón: perdió su naturalidad, la espontaneidad de lo irrepetible, el verdadero dictado de aquel público que se echaba al ruedo a aclamar a sus héroes sin llevar calculadora. El conteo de tres trofeos es eso: tres orejas que no siempre pueden subrayar lo excepcional por más que algunos quieran sujetar el entusiasmo a un reglamento que debe servir para otras cosas...

Lo dejamos ahí, porque una vez más toca cantar, contar y glosar una grandiosa obra efímera que ya crece en nuestro recuerdo. El toreo nunca es como fue, sino como algún día lo contaremos a los nuestros en el crepúsculo de nuestra propia vida. Quiera Dios y la vida que este cronista pueda evocar algún día a los suyos que un siete de mayo contempló al mejor Morante en la plaza de la Maestranza hacer el toreo...

El diestro de La Puebla –verde el vestido, las vueltas del capote y hasta la camisa del torear- se había apuntado a los ‘torrestrellas’ dentro de esa política de apertura de encastes y apuesta por ciertos hierros a la que tanto hay que agradecer. Desgraciadamente los toros de don Álvaro Domecq –elegante bajo su sombrero en la barrera del tres- no iban a estar a la altura del acontecimiento. El propio Morante lo había comprobado con el primero, un mulo sin un pase al que salió a torear dispuesto a cortar por lo sano. Si la espada no se hubiera atascado aquello habría durado un suspiro...

Mosqueado a tenor de como iba saliendo la corrida forzó con alguna perrería la devolución del cuarto. Viejo zorro, sabía que en los corrales aguardaba un sobrero de Garcigrande, la ganadería de mejor rendimiento –en espera de la miurada- en el serial abrileño. Ese sustituto hizo cosas de manso desde que salió del chiquero. El matador cigarrero le perdió pasos con el capote y llegó a andar apurado cuando le apretó contra las tablas. A partir de ese momento casi todo parecía sentenciado con el manso cantando su querencia y Morante apostado en la barrera de sombra esperando que su fiel Lili lo trajera del lado opuesto.

Y se puso a torear... Primero por intemporales ayudados por alto y, definitivamente, cuajando una soberbia serie diestra, muy en redondo, que puso a todo el mundo de acuerdo. Si la faena del día anterior había sido un tratado de sutilezas, la de este sábado de fuegos fue un vendaval de intensidad, cada vez más fajado y reunido con el animal mientras el público berreaba en los tendidos. Aquello iba a más, a mucho más, con el manso roto en la muleta del diestro de La Puebla que se subió a la Giralda después de un maravilloso cambio de mano, un puñado de naturales largos como un río y, definitivamente, una tanda diestra que desató la locura. El propio torero, satisfecho de su obra, se dio un paseo con la plaza rota. Pero había más, mucho más mientras quitaba el nudo de la tensión con un molinete de otro tiempo, nuevos naturales, marchosería, torería eterna, yo qué sé... La espada cayó feo pero el presidente Luque Teruel tuvo el sentido, la sensibilidad y la afición de premiar con la segunda oreja aquel recital. La vuelta al ruedo fue un clamor.

Van a permitir al cronista que no se explaye en muchos más detalles de este penúltimo festejo de una Feria de Abril que está a punto de entrar en la historia. Sí hay que subrayar que El Juli se inventó una faena de maestro con el pajuno tercero y no pudo darle ni un pase al marmolillo que hizo quinto. Manuel Perera había aceptado el regalo envenenado de tomar la alternativa en medio de dos colosos. Hay que agradecerle la voluntad de enfrentarse al durísimo ejemplar que hizo primero y que se entregara a tope, portagayola incluida, con el más posible sexto. Le queda un largo camino.

FICHA DEL FESTEJO

Ganado: Se lidiaron cinco toros de Torrestrella y un sobrero de Garcigrande que saltó en cuarto lugar y fue, pese a su mansedumbre, el toro más potable del encierro. Los del hierro titular decepcionaron por completo por más que tercero y sexto se dejaran muy a medias. El resto fueron una calamidad.

Matadores: Morante de la Puebla, de albahaca y azabache, silencio tras aviso y dos orejas

Julián López ‘El Juli’, de coral y oro, ovación tras leve petición y palmas

Manuel Perera, de aguamarina y oro, palmas y ovación tras leve petición y aviso

Incidencias: Se puso el cartel de ‘no hay billetes’. Dentro de las cuadrillas destacó el banderillero Javier Perea pareando al sexto