Juegos Olímpicos de París
Cata Coll, la superheroína que salvó a España
La guardameta fue clave en la tanda de penaltis decisiva que le dio a España el pase a las semifinales
Cata Coll para el primer penalti de Colombia durante la tanda de penaltis / EFE
Esa máscara. Era lo único que veían las jugadoras de Colombia desde los once metros. Era la tanda, se lo jugaban a todo o nada. A sus espaldas más de 120 minutos y delante, Cata Coll. Con una máscara negra tras romperse los huesos propios de la nariz y la mirada clavada en ellas. No le iba a temblar el pulso. A la guardameta no le afecta la presión, le encanta vivir en ese limbo del peligro. Lo tiene escrito con tinta en su piel. En la misma línea esperaba a que las cafeteras engancharan el balón. Paró uno, el primero, que dio alas a la selección que se plantó en semifinales de sus primeros Juegos Olímpicos.
Los cuartos de final fueron desesperantes para España. No se encontró en ningún momento sobre el verde. El aturdimiento general fue un golpe duro e inesperado. España se estaba noqueando a ella misma ante una Colombia que tras marcar de inicio se replegó. Con un bloque bajo, compacto e imperturbable, España tuvo que buscar desde fuera. No llegaban las ocasiones claras, más allá de algún chut lejano que no terminaba de inquietar.
El fútbol parecía que no terminaba de aparecer. Se encalló España hasta que aparecieron las grandes referentes de este equipo. Primero Jenni Hermoso y luego Irene Paredes. Las dos han vivido momentos difíciles que nadie querría tener de pasar. La delantera madrileña está afrontando un cambio de rol, con un papel más secundario que la tiene relegada al banquillo. Paredes siempre ha sido la estela de este equipo. La capitana, la indiscutible, la que, pese a fallar en los goles de Colombia, nunca bajó los brazos. Irene Paredes es todo aquello que está bien. Es la garra, la fuera y la terquedad de aquellas que han tenido que luchar por todas. Lo ha hecho, lo hace y lo seguirá haciendo siempre.
Aitana y Cata Coll celebrando el paso a semifinales / EFE
Cuando la colegiada señaló el final del tiempo extra, Cata Coll cambió el semblante. Le gusta a la guardameta esos momentos. Esa adicción a la adrenalina. Todo dependía de sus manos, siempre proféticas bajo palo. La máscara no le molestó. Le dio esa aura de superheroína que intimidó a sus rivales. La atención se iba a sus ojos, que no apartó de ninguna de sus contrincantes en el duelo de los once metros. Se mantuvo a la espera de que sus rivales se acercaran al punto de penalti para ponerse bajo palos. Cata marcaba el tiempo, la forma y la estiraba la tensión imperturbable. Una vez plantaba los pies tras la línea de gol no se movía. Ni un solo salto, ni media gesticulación. Con la mirada clavada en su rival, esperaba a ejecutar.
El primero lo paró. Con el balanceo preciso para salvaguardar el balón entre sus manos. Se estiró a su derecha y alargó los brazos. Se convirtió en la heroína que España necesitaba. Plantó cara y adjudicó a España lo que era suyo. Con el último penalti acertado por Aitana Bonmatí todas corrieron hacia ella. Lo habían conseguido. Habían sufrido, se habían desgañitado para remontar un partido espeso como pocos. No dieron su mejor versión pero el carácter de las líderes del vestuario y el temperamento imperturbable de una guardameta de época le dieron al billete a su primera semifinal en unos Juegos.
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