Gimnasia
El día que Simone Biles fue la más grande estando en el suelo
Nunca hubo impostura alguna en Simone Biles.
Cuando tuvo que declarar en el Senado contra su abusador, Larry Nassar, lloró. Cuando se bloqueó en Tokio, primero desnudó su vulnerabilidad, y después lo dejó todo hasta que se sintió preparada. Cuando se colgó sus tres oros en París (uno con su equipo, otros dos individuales), lo disfrutó como la niña que siempre fue. Cuando se cayó de la barra de equilibrio y vio cómo comenzaba a escaparse aquello de igualar a las mujeres con más oros (la exgimnasta soviética Larisa Latýnina y la nadadora Katie Ledecky), torció la sonrisa. Y cuando dejó en manos de la brasileña Rebeca Andrade el último momento de gloria que le tenía reservado París, en la que, quién sabe, podría ser su última aparición en unos Juegos, hizo una reverencia a quien le había ganado. Junto a ella, Jordan Chiles, a quien Biles se había abrazado con locura tras alcanzar un bronce que ya no esperaba.
Era el segundo oro olímpico en la carrera de la fabulosa Rebeca Andrade, una brasileña que comenzó a zurcir sus sueños en la favela, y que, mientras duró la competición de gimnasia en París, nunca perdió esa alegría competitiva que la ha convertido en sensación en estos Juegos. En Tokio, cuando Biles colapsó y se vio incapaz de afrontar la final de salto, fue ella quien se llevó el oro, el primero de una mujer en gimnasia de la historia de Brasil. Y ya en Bercy, Andrade, pese a ser consciente de tener frente a ella a la mejor gimnasta de todos los tiempos, nunca se rindió. Y obtuvo el premio.
En un gesto que permanecerá por siempre en la memoria del olimpismo, Biles se arrodilló ante Andrade. Y en uno de los momentos de su vida, mostrando al mundo que su lucha, en realidad, nada tenía que ver con los triunfos ni con las medallas, sino con la supervivencia, con la necesidad de vivir. Y con el reconocimiento de quienes compartieron camino con ella, en su bando o en el contrario. Ya fuera Chiles, ya fuera Andrade.
Biles, con siete oros olímpicos, cerró otro círculo. Miró hacia un horizonte indefinido, y suspiró: «Voy a relajarme. Ylo haré con fuerza».
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