Opinión
Manuel Bohórquez
Adiós al guitarrista Manolo Brenes
Antonio Nuñez Montoya, Curro Romero, Antonio ‘El chocolate’, Manolo Brenes y Beni de Cádiz. / Manuel Bohórquez
Ayer murió el veterano guitarrista Manuel Delgado Lara, Manolo Brenes, a la edad de 92 años. Nació en Brenes en 1928. Si no me equivoco era el decano de los guitarristas flamencos, y cantaba mejor que muchos profesionales de la cantelogía patria. Por ejemplo, el cante de la Moreno, aquella cantaora jerezana que se buscó la vida durante años en la Alameda y que murió pobre y olvidada acabando la década de los cincuenta. Una noche, el Brenes, como le llamaban los artistas, se metió en uno de los cuartos de Torres Macarena y tuvimos que rompernos la camisa recordando a la Moreno. Como cantaor, llegó a grabar con el Niño Ricardo, pero su vocación era la guitarra. El artista fallecido era hijo del guitarrista El Mico de Carmona y de la cantaora Niña de Brenes. Creció, pues, entre artistas flamencos y le tocó a todos los grandes, siendo fundamental en la carrera del cantaor morisco José Menese o del Beni de Cádiz, entre otros. Era, además, un hombre de una gracia inteligente, mamada en la vida, que será difícil de olvidar. Con Franco todavía vivo, aprovechando que iba de guitarrista con Menese a una sonada actuación en el Olimpia de París, miembros del Partido Comunista de España en el exilio hablaron con él para que pasara un papelito a nuestro país, porque a Menese lo podían registrar en la frontera. Era un papelito que, enrollado, cabía en un bolígrafo, y el Brenes les dijo: “Mirad, yo hago lo que haga falta, ya me conocéis, pero en mi maleta ya no cabe nada más”. Su gracia era nacida de las vivencias, porque se buscó mucho la vida en los cuartos y en las fiestas, además de en tablaos como El Guajiro y El Patio Sevillano, hasta que llegaron los festivales de verano y se hizo un sitio en ellos con Menese, Diego Clavel o el Beni. Era un gran guitarrista en la faceta de acompañamiento por sus conocimientos del cante, al ser también cantaor. Con Menese grabó grandes discos, como Cantes para el hombre nuevo (1971) o el directo en el Olimpia de París (1974), una verdadera joya de guitarra y, por supuesto, de cante. Hablabas con él de las dos facetas y se podía llevar horas contando anécdotas y vivencias con los más grandes, desde Marchena a la Niña de los Peines, Pepe Pinto y Antonio Mairena. Además, con un sentido muy fino de la crítica, sin herir pero metiendo siempre el dedo en la llaga. Por todo lo expuesto, se ha ido uno de los grandes del acompañamiento y lo ha hecho casi de puntillas, sin muchos reconocimientos, solo el de las peñas flamencas, como Torres Macarena, que era como su segunda casa.
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