Opinión

Manuel Bohórquez

Ha muerto Carmelilla Montoya

Carmelilla Montoya y Juan José Amador. / El Correo / Manuel Bohórquez

Uno tiene ya los suficientes años como para que determinadas noticias le pateen el alma, y esta es una de esas: ha muerto Carmelilla Montoya, la bailaora de Triana, de la familia Montoya, a la que he seguido desde que era una niña, desde los años setenta. Era ya entonces una princesa gitana con mucho porvenir. Cuando salió a los escenarios del mundo la Familia Montoya, lo que supuso una revolución en el arte jondo, Carmelilla causaba sensación porque en aquel cuerpecito tan diminuto y de cara angelical había tanto arte concentrado que mareaba los sentidos. Era enternecedor ver las caras de sus padres, Carmen Montoya y El Morito, y las de sus tíos Juan Montoya y Antonia la Negra. Carmelilla había heredado toda una tradición gitana del baile de Triana, de cuando había fiestas en sus corrales y aún se podía oír el sonido del martillo sobre el yunque en las fraguas de la Cava Nueva. La bailaora enfermó de cáncer y nos ha tenido años con el corazón en un puño temiendo que una mañana cualquiera encendiéramos la radio o compráramos un periódico y nos partiera el alma la noticia de su muerte, como nos la ha partido hoy aunque supiéramos de su gravedad. Estaba muy malita Carmelilla Montoya, tan dulce, tan buena gente, con tanto arte y una raza bailando que la convirtió en una artista única. Tenía el don de arte, del compás, de la frescura gitana y la comunicación. No era una bailaora que necesitara media hora para calentar al público: era capaz de hacerlo en medio minuto y ponía patas arriba un teatro con solo una pose. ¡Cómo la miraba su prima Lole Montoya! ¡Y cómo se le paraba la respiración al inolvidable Manuel! Lo que le habrá entrado, allí donde esté, al enterarse de la noticia. El de hoy es un dolor tan hondo como una seguiriya gitana de Triana. Se va un ángel moreno, una artista de una pieza, dejándonos el corazón como una fruta madura pisoteada en la tierra. Que Dios la acoja en su seno y que no se nos vaya jamás de la cabeza.