Opinión

Manuel Bohórquez

Con el corazón partío: adiós a Manolo Sanlúcar

Con el corazón partío: adiós a Manolo Sanlúcar / Manuel Bohórquez

Anoche estaba en el Generalife de Granada viendo la obra de Eduardo Guerrero y un mensaje al móvil me puso en antecedentes: el maestro Manolo Sanlúcar agonizaba en el Hospital de Jerez. Sabía que dependía de una máquina y a pesar de la certeza de saber que se iría en cualquier momento, quería retrasar ese duro instante, el de tener que ir mañana a darle el último adiós al genio y al amigo. Esta misma mañana visitaba en Granada la tumba de otro genio y amigo, Enrique Morente, y me acordé de Manolo porque se adoraban. Cuántas vivencias con los dos grandes maestros, cuántos momentos de charlas y arte, y cuántos ratos de emoción desbordada. Entre la turbación de esta mañana en el camposanto granadino y la muerte de don Manuel Muñoz Alcón, confieso muerto de pena que tengo el corazón como un tomate maduro que se estruja contra la tierra de un pisotón. Nadie ha sido más grande que el autor de Tauromagia o Medea, y lo he escrito muchas veces. Manolo no era solo un genial guitarrista y compositor andaluz: era mucho más que eso. Si no hubiera nacido, el arte flamenco sería de otra manera, porque ha enseñado a muchos guitarristas actuales, verdaderos fenómenos también. No se limitó solo a ganar dinero, que hubiese estado en su derecho, sino a investigar, enseñar y formar. Nos ha dejado una obra musical de tal valor que nunca se lo podremos pagar, porque es impagable. Ni siquiera con esa Llave de Oro de la Guitarra que andan pidiendo para él estos días a sus espaldas, por no decir mendigando. Tendría que haber un conservatorio de Música con su nombre en cada provincia andaluza o española, pero no es así. No es que se haya ido sin ser un artista reconocido, que no es eso. Pero no lo suficiente. No es el momento de dar un puñetazo en la mesa y decir las verdades del barquero, pero habrá que decirlas algún día. Solo es momento para las lágrimas, el dolor, la tristeza y la rabia. ¡Qué día más triste y más duro, Dios! No todos los días se va un artista tan grande y un amigo tan leal y puro, que supo estar siempre ahí con una humildad increíble. Manolo era un genio de la música y como todos los genios, era a veces quisquilloso, raro, esquivo. Pero si te daba la llave de su corazón podías entrar en él sin llamar cuando quisieras, de día o de noche. Me mataba verlo cómo estaba, consumiéndose, como una momia, sin luz en los ojos y triste como un pájaro sin alas. Ha sufrido lo indecible y tengo la sensación de que todos podríamos haber hecho algo más por él. No solo por el genio de la guitarra, por el músico, por el compositor y el artista. Por Manuel Muñoz Alcón, de Sanlúcar de Barrameda, el niño que hizo realidad el sueño de convertir la música flamenca, andaluza, en un arte universal. Nacerán más guitarristas, seguro, pero es probable que nunca más vuelva a nacer uno como el hijo de Isidro Muñoz, tan generoso, tan apasionado y con tanto corazón. Buen viaje, maestro. Mil gracias por todo.