Opinión
José Carlos Carmona
No ver la tele
No ver la tele / José Carlos Carmona
Ahora hay gente que lleva a gala no ver la tele. Y lo llevan a gala como si eso les hiciera más intelectuales. A mí eso, lo que me parece, es una forma de ignorancia.
El mundo es complejo, ya lo sabemos. Y cada vez es más difícil tener la información necesaria para mantener una vida digna en sociedad. Y eso, por lo tanto, nos lleva a requerir más esfuerzo en la captura de la información sobre el mundo. Pero adquirirla, ser ciudadanos informados, es también nuestra responsabilidad.
¿De dónde se provee hoy en día la ciudadanía para saber sobre el mundo? Los que no ven la televisión dicen que ven las noticias en el móvil o lo que les llega por las redes sociales o, directamente, dicen que no quieren saber nada del mundo.
Pero no sólo hablo de las noticias, de lo que estoy hablando es de todo lo que aporta la tele en sí. Si no se ven series o películas, no se construye una idea del mundo histórico, de tradiciones de otras culturas, del sufrimiento que han tenido los seres humanos para salir adelante en el pasado, de los conflictos intergeneracionales; no se ven otros paisajes, otras culturas, otras razas, otros sentimientos; no se detecta la existencia de minorías, no se recibe información suficiente para conocer el alma de la especie humana.
Y si hablamos de información, los que se informan por el móvil: ¿se han dado cuenta de que la selección de temas ha constreñido mucho su percepción? Alguien que ha seleccionado sólo Noticias de la sección Sociedad o Cultura y que desecha día a día, por ejemplo, todo lo relativo con el fútbol o el deporte, ¿sabe que se está perdiendo algo importante de lo que pasa en su sociedad? Ya sé: detestan el fútbol y la testosterona de los señores que hacen deporte (baloncesto, tenis, ciclismo) y se han decidido a cerrar esa puerta para siempre, pero «Nada de lo humano nos debe de ser ajeno». Los Deportes (que es la buena noticia de cada día: gente coordinada con un objetivo común que trabaja por mejorar y superarse y que dan ejemplo a la sociedad y animan con su gesta a los pueblos) mueven a millones de nuestros conciudadanos: son nuestros familiares, amigos, compañeros los que se alegran o sufren con lo que pasa en los deportes. Ellos se emocionan, comparten conversaciones, organizan planes para disfrutarlos. Y, mientras, los intelectuales, los desprecian. Piensan que son la plebe abducida por mecanismos de alienación colectiva. Ay, la Cultura, cuántos intransigentes ha creado, justo lo contrario de su intención Primera, que debería ser la Tolerancia.
Muchos de los que no ven la tele dicen que leen libros. Creo que habría que recordar que los libros son la tele del siglo XIX. Los libros fueron entretenimiento, propagaron mentiras, manipularon a la gente. En los libros, como en todas las artes (y en la televisión), la mayoría de sus frutos han sido basura. Hay millones de libros basura, y obras de teatro basura, y música basura, y cuadros basura. Sólo que entre tanta producción se han creado piezas sublimes. Y, al final, en el cómputo de cada Arte pareciera que sólo contaran las obras sublimes, pero en el Arte hay tanta mierda como en la tele, sólo que el tiempo ha permitido decantar resultados artísticos que han llegado a considerarse excelsas obras de arte. Igual que empieza a pasar con el cine: de entre todos sus productos mediocres ya se pueden destacar un centenar de magníficas e imperecederas obras de arte. Pues igual pasará con las series y hasta con los programas de entretenimiento de la televisión.
Para mí, cuando oigo que alguien dice que no ve la tele sé que estoy ante un ignorante con ínfulas. La televisión —perdonen el tópico— es una ventana abierta al mundo. Hay que saber elegir, por supuesto, pero no clausurarla. El mundo alberga una diversidad infinita y poder otearlo desde la distancia de un sofá es una de las grandes maravillas del siglo XX. Aferrarse al libro, a las charlas con compañeros, a alertas informativas en el móvil, es estar fuera del mundo. Mucha gente empieza a optar por estar fuera del mundo, lo que oyen les abruma. Y dejan de votar y de opinar y de participar. Para mí eso es la muerte en vida.
Pero el contenido de las televisiones puede ser peligroso si se deja uno bombardear sin reflexión, sin análisis y pensamiento crítico. Para mí ver la televisión es un acto de responsabilidad: sé que ahí se contiene lo mejor y lo peor del mundo. Lo mejor porque hay productos realizados por mentes privilegiadas, con medios hipertecnologizados, con equipos de centenares de personas que trabajan durante años para conseguir hora y media de metraje, con actores o comunicadores excelsos, auténticos creadores del arte más elevado y más reflexivo; pero también hay basura manipuladora, ignorancia que se pavonea de tal, comerciantes que negocian con el miedo. Pero que la televisión tenga contenidos negativos, insulsos, denigrantes, no puede llevarnos a resolver que para eso la apago o no tengo. No. Desde mi punto de vista, hay que tomárselo con responsabilidad, no sentarme «a ver lo que me echen». Ya sé que eso implica un trabajo, pero tampoco se alimentarían de lo que contenga el primer estante de un supermercado. Entran y, ante su ingente variedad —en muchos casos no demasiado sana—, seleccionan, buscan, leen etiquetas, se dejan aconsejar, preguntan al tendero. También implica un trabajo pero lo hacen por su salud.
Por eso yo creo que las secciones de televisión de los periódicos son mucho más importantes de lo que la gente (a veces, incluso, los propios periodistas) cree. Si echas un vistazo a un periódico, verás que un especialista al que pagan por hacerlo (con el tiempo te vas fiando más de uno o de otro) te avisa de nuevos programas, grandes series premiadas, especiales a tener en cuenta.
Pero la gente ve la tele al tuntún: seleccionan cuidadosamente lo que meterse en el cuerpo en el supermercado o en un restaurante; y dejan que les metan en la cabeza lo primero que toque y terminan hablando de First Dates.
No apagues la tele, busca alguno de sus maravillosos contenidos.
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