Opinión
Manuel Bohórquez
Un país sin albañiles
Un país sin albañiles / Manuel Bohórquez
Resulta que no hay albañiles en España, con lo que éramos hace solo unas décadas. No solo albañiles, sino herreros, carpinteros, escayolistas, pintores, fontaneros o electricistas. Como he pasado por la mayoría de estos oficios, estos días sacaré las viejas herramientas del trastero, compraré las que hagan falta y me pondré de nuevo las botas y la gorra de visera. Tres años llevo esperando que un pintor y un herrero vengan a casa a darme presupuesto. Como hay tres millones de parados en España y faltan maestros de estos oficios tradicionales habrá que exigirles a esos desempleados que se reciclen o que se pongan al día con la paleta, la plana, el cepillo o la llave grifa. Dicen que los sueldos bajos son la causa del abandono de estos oficios, pero recuerdo que hasta hace pocos años si llamabas a un fontanero te cobraba 60 euros por poner un ralamillo, que se pone en diez minutos. No hablo ya de renovar los saneamientos de un cuarto de baño, esto es, cambiar una bañera por el moderno plato de ducha o renovar el grifo del fregadero, sino un simple ramalillo, que es lo menos que se despacha en fontanería. Una manera de combatir la crisis económica, la de ahora y la que viene, es aprender a hacer chapuzas en casa. En Facebook hay miles de páginas para aprender cómo se pone una moldura de escayola, se alicata un cuarto de baño o se coloca una mampara de aluminio. ¿Sabe lo que cuesta una chapuza de estas? Pintar una casa grande, por ejemplo, que no es precisamente una chapuza. Le tienes que perder el cariño a dos o tres mil euros. Tienes que elegir entre pintar la casa o arreglarte la boca. A un amigo le han pedido 11.000 euros para tener una boca sana y una sonrisa sanchista. Desde hace dos o tres años vengo viendo de nuevo a trabajadores desdentados, temerosos de que alguien cuente un chiste en el bar, la farmacia o la oficina del paro por no enseñar la mella. Algunos podemos poner una puerta o solar una cocina, pero no arreglarnos la boca. A no ser que cuando nos den el presupuesto en la clínica dental y veamos que no llegamos, le propongamos un intercambio: ustedes me ponen tres muelas nuevas y yo les llevo el mantenimiento de la clínica. Cómo no había caído antes. Es la ventaja de haber pasado por tantos oficios tradicionales como los nombrados, y otros muchos más. Que lo mismo planchamos un huevo que freímos un pantalón. Hoy mismo voy a la ferretería del pueblo a por una paleta, una plomada, un nivel y una picola. Si no hay albañiles en un país de paletas, con tres millones de parados, es que estamos mucho peor de lo que pensaba. A reciclarse toca.
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