Opinión
Ramón Reig
El vicio de pedir lecturas, la virtud de no dar
“Siempre tengo el empeño de llevar la lectura y los personajes, que me cautivaron un día, a mis alumnos, que son las personas más jóvenes con las que trato cada día desde hace 23 años y están bajo mi responsabilidad educativa. Les pido que no dejen nunca de viajar o leer, si pueden dar ‘La vuelta al mundo en 80 días’ mejor, abrir la mente a otras realidades y ser, al fin y al cabo, ciudadanos del mundo, es una ‘Utopía’ a la que no renuncio fácilmente”. Eso dice la profesora y creadora Teresa Guzmán. Lo sé por una entrevista que en este mismo diario le hizo hace poco Antonio Puente Mayor.
Deseo que los dioses le sean propicios a la autora de diversas obras sobre la Semana Santa de Sevilla y del último de sus libros, Buenas, Malas y Peores (Alfar) en el que se detiene especialmente en la literatura escrita por mujeres. Como se ve en las dos viñetas de El Roto que he seleccionado, el tema no es nuevo ni siquiera es nuevo en este siglo, lo que ocurre es que lo digital está matando la lectura sistematizada en libros, la buena lectura que no es lo mismo que, simplemente, leer.
En opinión de Jesús A. Salmerón Jiménez, “la lectura es un instrumento fundamental para el crecimiento personal y social de los individuos; y esto, desde mi punto de vista, es algo irrebatible, pues hay muchas razones de peso y una sólida base científica para explicarlo: estimula la convivencia, contribuye a aumentar el vocabulario, fomenta el razonamiento abstracto, potencia el pensamiento creativo, estimula la conciencia crítica, etc. Pero además constituye una fuente inagotable de placer”. Lo recoge en su artículo de 2015 “No es país para lectores” al que encabeza con este texto de Cervantes: “En algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle un sentido a la existencia”. Todos los días me llegan frases similares a la de Cervantes, copiadas de la red, frases de aspiraciones, de poses, frases lindas, las llamo.
Ojalá Teresa Guzmán tenga suerte y sus alumnos le hagan caso. Los míos no me lo hacen -es la regla general- y son del último año de la carrera de Periodismo. No estudian ni siquiera las diapositivas que les subo a la plataforma de enseñanza virtual de la Universidad de Sevilla, las mismas que utilizamos en clase para explicar una materia que es la vida misma: cómo influye el poder en la existencia y en los medios de comunicación. Leer exige codos y concentración y estamos en la sociedad del ocio y del escaso esfuerzo. Los más flojos echan mano de esos sofismas de la pseudoizquierda que dicen criticar la teoría del esfuerzo por ser propia de los ricos. Ya está, por ahí se escapa uno de tener que dar el callo, queda como progresista y los demás como reaccionarios, ya lo dijo Nietzsche, los mediocres siempre ganarán porque son más. Y algo similar sentenció Ortega y Gasset.
El cerebro humano tiende a no complicarse la vida. Echen cuentas: unas horas con el smartphone, otras con las redes, otras con la TV y algunas para divertirse en la calle. ¿Qué queda para la lectura con la concentración y el sosiego que exige? Los estudios indican que entre los 18 y los 25 años los jóvenes leen poquísimo, justo en el periodo universitario. Que Teresa Guzmán tenga suerte en su empeño, yo también seguiré en su línea.
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