Opinión | La Recogía

El rojo Salustiano y la Semana Santa racional

El rojo Salustiano, verdaderamente, se presentó como un mal presagio. Una vez más habrá que quitarles la razón a quienes decían que no representaba a la Semana Santa de Sevilla

Salustiano García con su hijo, delante del tondo que inspira el cartel de la Semana Santa de Sevilla 2024

Salustiano García con su hijo, delante del tondo que inspira el cartel de la Semana Santa de Sevilla 2024

Hubo quien, nada más ver el cartel de la Semana Santa, afirmó que la polémica suscitada a su alrededor era un mal presagio. No importaba que el rojo Salustiano se sumase al morado Gran Poder, al azul Carretería o al rosa Subterráneo. El Resucitado neoplatónico del pintor villaverdero generó estupefacción, especialmente entre quienes sentían que aquella obra se alejaba de toda una forma de entender las cofradías. Quienes más duramente lo criticaron sostenían su argumentación en una axioma sencillo: "será una buena obra de arte, pero no representa a la Semana Santa de Sevilla".

La singular celebración de este año ha estado determinada por las inclemencias meteorológicas. Ciertamente, las procesiones requieren de una cierta climatología para que éstas puedan desarrollarse como las entiende la ortodoxia y todo lo que no contribuya a esto, desde este enfoque, debe ser automáticamente descartado. La hipérbole de esta perspectiva ha sido la anulación de las estaciones de penitencia con varias horas de antelación, un hecho que sienta un anómalo precedente y un contrasentido para las propias hermandades, puesto que en la esencia de éstas se encuentra tomar la calle e intentar salir a toda costa. Buen ejemplo de ello son las conocidas prórrogas, las alteraciones en el orden de paso, las modificaciones del recorrido, la posibilidad de procesionar a base de refugios o, incluso, el cambio de día, como fue el caso de la Amargura en 1945. Otros dos ejemplos de salir a toda costa lo protagonizaron Santa Marta, en 1976, cuando salió con su Cristo de la Caridad a hombros, y la Vera Cruz, en 2012, procesionando solo con la reliquia del Lignum Crucis. En aquella ocasión, incluso, los cruceros fueron elevados a los altares de la esencia cofradiera.

Sin embargo, en esta ocasión, la experiencia ha sido muy distinta. Aludiendo a un determinado ‘sentido común’, cimentado sobre la protección del patrimonio -material y humano- y la creencia dogmática de que las procesiones solo pueden darse bajo unas condiciones climatológicamente favorables, se ha extendido la opinión de que suspender las cofradías no supone, en absoluto, un hecho dramático aunque con ello se esté privando a bastantes personas de ejecutar el principal acto religioso que existe en sus vidas. Incluso, según las palabras del hermano mayor de una conocida hermandad de la Madrugá, la suspensión de la estación de penitencia supondría algo positivo porque ayuda a entender el verdadero sentido de esta celebración. Estas palabras conectarían directamente con la opinión de los obispos: que la Semana Santa es un realidad de la Iglesia que necesita ser ‘purificada’. En última instancia, este nuevo y extraño ‘sentido común’ ya no se entiende la procesión como el acto esencial de cualquier hermandad, como el leit motiv de su existencia, sino como un evento circunstancial en la vida cotidiana de las corporaciones. El mensaje que se transmite es que tomar la calle deja de ser un hecho existencialista para las cofradías y que se puede vivir al margen del conjunto de rituales que las sostienen.

La nueva Semana Santa

Explicar y entender la Semana Santa actual se ha convertido en un reto. Todas las lógicas conocidas hasta ahora se han fulminado y la conversación gira alrededor del miedo. ¿Estaremos destruyendo la fiesta? Sin embargo, una visión más amplia sería útil para comprendernos mejor. Por ejemplo, ¿existe alguna relación entre la nueva bulla estática y las suspensiones anticipadas de las procesiones? Es decir, este desafío pasa por encontrar la conexión entre los cambios para las cuales solo existen respuestas muy difusas.

Una hipótesis más que probable es que la Semana Santa haya dejado de ser una celebración emocional, sostenida sobre los rituales y la identidad, y se esté introduciendo en el ámbito de la ‘racionalidad religiosa’. Es decir, esa fiesta «perfectamente inútil», como la describió Isidoro Moreno en relación a su capacidad evangelizadora, a su capacidad de transformación social y su rentabilidad económica como contraprestación a la inversión de tiempo, esfuerzo y dinero, se estaría encaminando hacia una nueva celebración utilitaria: lo importante, ahora, sería la protección patrimonial a toda costa, la ordenación de las masas y la bulla a base de vallas y líneas rojas en el suelo, el control de los placeres dionisíacos gracias a una nueva ‘ley seca’, el cumplimiento estricto de los horarios -al minuto y contabilización de nazarenos mediante-, el comportamiento escrupuloso de los nazarenos bajo un rigor inaudito como expresión de una religiosidad neoinstitucional o el control de las emociones descalificando cualquier exaltación espontánea bajo la acusación de la búsqueda de protagonismo.

Todo lo que sea necesario para elevar el ‘sentido práctico’ de la Semana Santa, es decir, producir un evento milimétricamente calculado cuya perfecta celebración sea la mejor expresión de lo sagrado y que, sin duda, resulte agradable a los ojos de la Iglesia, que es como afirmar que lo sea a ojos de Dios. Una celebración utilitaria donde las gracias sobrenaturales se obtienen por la vía de una escenografía excelente y cuasi inmarcesible, que no se alcanza a través de la cooperación colectiva y espontánea sino mediante la disciplina individual. De ahí esta nueva policía del rigor que anda entonando constantemente el esto ya no es lo que era.

Como han demostrado diversos tuiteros, la Semana Santa de 2024 no es más desmedida, emocional o alocada que las anteriores. Sentarse en cualquier sitio -sillita, bolardo o bordillo-, lanzar pétalos ante la puerta cerrada de un templo desde donde no salió la cofradía que estaba prevista, cantar saetas al aire sin la presencia de ninguna imagen sagrada o procesionar incluso con un alto riesgo de lluvia -como fueron los casos de la Paz, la Cena, Jesús Despojado o las cofradías del Martes Santo- no han sido novedades de este año. Ya ocurrieron antes y no precisamente hace cuatro décadas. Lo que sí es una novedad es suspender procesiones con horas de antelación o no intentar salir a la calle cuando hay un cielo azul y la previsión de lluvia es para dentro de seis horas. Simplemente, lo que antes se veía como una expresión natural de la identidad colectiva de ser cofrade -o como una frikada, según cada opinión-, ahora constituye un ataque a la dimensión religiosa utilitaria de la Semana Santa.

Epílogo

El rojo Salustiano, verdaderamente, se presentó como un mal presagio. Una vez más habrá que quitarles la razón a quienes decían que no representaba a la Semana Santa de Sevilla. Contrariamente, aquel Resucitado apolíneo se ha mostrado como la mejor evocación de esta nueva Semana Santa sacralizada, donde procesionar es lo de menos y el utilitarismo religioso es lo de más.

Esta nueva Semana Santa racional continuará su andadura Dios sabe hasta cuándo, sobreviviendo a base de tensiones entre quienes desean imponer este nuevo ‘sentido común’ y quienes pretenderán ser fieles a la esencia propia de la Semana Santa, que es la desmedida, la exageración y la expresión de las emociones. Como los sindicatos, la esencia de la cofradías es tomar la calle, es hacer del espacio público un lugar de celebración y de conflicto, donde se dirimen las tensiones. Esta nueva Semana Santa intramuros y utilitaria, a la medida del individualismo global, no es ni mejor ni peor. Solamente es la Semana Santa de nuestro tiempo.

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