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Cuando la vivienda no tiene techo
Imagen de archivo de nuevas viviendas / AYUNTAMIENTO DE MADRID
¿Se puede solucionar lo de la vivienda? Yo digo que no. Suena duro y sobre todo suena triste. Pero así lo creo. Basta con echar la vista atrás con un sencillo ejercicio. Introducir en Google la combinación “problema vivienda” permite comprobar como el asunto protagoniza el debate público en los medios de comunicación desde hace dos décadas. Es lo que más nos preocupa, de lo que más se habla, sobre lo que más se promete en campañas electorales. ¿Y ha cambiado algo? Sí, pero a peor.
El precio de la vivienda sigue subiendo cada año, cada mes, cada hora, cada segundo. En las grandes ciudades la dinámica es diabólica. La compra es un sueño imposible para una gran mayoría. Alquilar, un proceso hostil y descorazonador para acabar compartiendo un piso de mala muerte. De lo de alquilarse algo digno para uno solo, mejor ni hablamos.
Los que dicen que saben de esto repiten siempre que faltan viviendas. Que hay poca oferta y que la solución es que las administraciones públicas impulsen la construcción de viviendas protegidas. Que los ayuntamientos y las comunidades autónomas no construyen viviendas a precios razonables donde la gente pueda vivir sin gastarse más de medio sueldo en pagar el alquiler.
Y la gente que se gasta más de medio sueldo en pagar el alquiler dice que la vivienda es un derecho que viene en la Constitución. Que no se debe especular con ella y que el techo debería estar garantizado para todos. Y así, entre lo que dicen unos y otros, pasan los años y seguimos igual. Bueno, no. Igual no. Estamos peor.
Para ser justos no todos los políticos son iguales. Hay quien le presta más atención al asunto que otros. Hay quien lo tiene como prioridad en su programa electoral, pero no es suficiente. Ni alcaldes, ni presidentes autonómicos, ni ministros, ni presidentes del Gobierno. Nadie ataja de manera rotunda el asunto. No se construyen las viviendas que reclaman los expertos. Tampoco se exige a los grandes fondos y bancos que poseen viviendas vacías que las introduzcan en el mercado con buenas condiciones para los interesados, pero también para la propiedad.
Tengo la sensación permanente de que vivimos en un bucle infinito y repetitivo que solo conduce a la frustración y al fracaso. Porque si la vivienda sigue siendo el principal problema de la gente, hablamos de fracaso. Fracaso personal, familiar, profesional. Porque si no hay vivienda, no hay progreso, ni proyecto de vida posible.
Hace justo un año, el debate giraba en torno a una nueva ley de Vivienda que estaba a punto de aprobarse. Un texto que no ha servido para detener la escalada de precios. Impulsado por el Gobierno de España pero que debía hacerse cumplir por comunidades autónomas y ayuntamientos, que son quienes tienen las competencias y que han usado la ley para el enfrentamiento político. No para mejorar la vida de los ciudadanos.
Ni la inflación, ni las guerras, ni la inestabilidad política, ni siquiera una pandemia. Nada sirve para parar la subida del precio de lo más esencial que persigue un ser humano: un hogar donde desarrollarse como persona. No sé cuál es solución. Solo compruebo con tristeza que el precio de la vivienda no tiene techo.
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