Opinión | Mollete de calamares

Sectas, apariciones y jamón del bueno

Clarisas de Belorado

Bienaventurados aquellos que aman el jamón del bueno. Aunque bien podría serlo, no es un versículo de Mateo o de Lucas, sino de Camilo José Cela. Que el jamón ibérico es manjar de dioses lo sabía el premio Nobel, pero también lo llevó bien a gala alguien que decía ser la reencarnación de Dios. Cuentan quienes lo conocieron que el falso Papa Clemente se volvía loco por el jamón. Por el jamón del bueno. Y que se moría por unos langostinos de Sanlúcar regados con Tío Pepe bien fresquito para estar más cerca del cielo.

Estos días dedicamos horas y páginas en los medios a analizar el caso de las monjas rebeldes. Rompen con la Iglesia Católica y se acogen a las enseñanzas de un supuesto mesías que, como hizo Clemente en su día, dice ser quien verdaderamente sigue las enseñanzas de Dios: el que ya llaman falso obispo Pablo de Rojas. Era un viejo conocido de los medios de comunicación. Ya concedió alguna entrevista e incluso dejó entrar a un fotógrafo en su casa allá por 2008.

Cuenta el reportero gráfico que hizo aquel retrató que entrar en aquella vivienda fue cruzar una puerta temporal y saltar a 1950. Se adentró en un lujoso piso de 200 metros cuadrados recargado de ornamentos ostentosos. Fue recibido por un mayordomo y una doncella con cofia que le servía su manjar preferido: una tacita de té servida en taza de plata. Nada de jamón. Nada de langostinos. Nada de Tío Pepe. Hasta para fundar una secta, uno es rehén de su propia naturaleza. 

Tanto el lujurioso Clemente con la gula, como el soberbio de Rojas coinciden en la comisión de otro pecado capital común a todas las sectas: la avaricia. Tiempos distintos, pero un mismo fin. Clemente era un contable que llegó al Palmar de Troya al calor de una supuesta aparición mariana y comenzó a vender agua bendecida por la virgen a la pobre gente que allí acudía. Pablo de Rojas, financiado por poderosos mecenas, se dedica a vender y comprar propiedades para inflar su cuenta corriente. Del timo del agua milagrosa al pelotazo inmobiliario. Hasta para fundar una secta, uno es rehén de su propio tiempo.

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El Vaticano ha tardado una mijita pero ha reaccionado ante estos caraduras. Esta semana anuncian desde San Pedro que se van a poner serios con las apariciones. El prefecto para la doctrina de la fe reconocía ayer que hay mucho de “fantasía humana” en esto de las revelaciones marianas. Recordaba en rueda de prensa con una sonrisilla que “la sangre y el sudor que brotaba de una imagen eran del perro” del dueño de la imagen. Y suponemos que también dueño del perro, claro. Mientras se aplican las nuevas normas, para diferenciar una aparición de reglamento de lo que no lo es, algunos seguirán engañando a gente desesperada mientras se frotan las manos. Manos llenas de pringue de jamón del bueno o de dinero fresco. Como los langostinos de Sanlúcar.

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