Opinión | CALEIDOSCOPIO
Frases cortas
Te acostumbras a escribir con pocas palabras y te acostumbras a pensar así: con simplicidad. Después, cuando quieres comunicar lo que piensas o sientes, ya no sabes hacerlo
A pensamiento simple sintaxis simple. Eso han pensado las evaluadoras de la EBAU (¿o es EVAU?, uno ya no sabe bien, porque de las dos formas lo ve escrito) que recomendaban esta semana en la prensa a los estudiantes escribir con frases cortas para no cometer errores. No deja de ser un reconocimiento de su fracaso como profesoras y de la enseñanza en general por más que justifiquen su consejo en la excepcionalidad del trámite. Quienes tienen como misión enseñar a sus alumnos, entre otras cosas, a escribir deberían preocuparse de que lo hicieran con brillantez y no con simpleza máxima. Pero así están las cosas, parece. Por si ese consejo no fuera demoledor, las mismas evaluadoras (de Madrid, el País Vasco y Castilla-La Mancha, no todas) aconsejaban a los alumnos rehusar también las palabras que pudieran ofrecerles dudas ortográficas y sustituirlas por otras sin peligro, aunque fueran menos pertinentes, como en el chiste del guardia civil que escribía un atestado sobre un accidente de tráfico en el que había un cadáver en el arcén. El guardia empujó al muerto con la bota a la cuneta y así solucionó su problema.
De un tiempo acá, dicen los especialistas, la expresión escrita se ha ido empobreciendo hasta extremos inimaginables por la falta de práctica de la escritura entre la mayoría de las personas, especialmente las más jóvenes, y por el abuso de la brevedad lingüística a la que obligan las redes sociales y otras aplicaciones de comunicación telefónica como Whatsapp, que son hoy las principales formas de comunicación en el mundo. Te acostumbras a escribir con pocas palabras y te acostumbras a pensar así: con simplicidad. Después, cuando quieres comunicar lo que piensas o sientes, ya no sabes hacerlo.
El problema no es exclusivo, pues, de los estudiantes sino de toda la sociedad. La televisión, como espejo de esta, nos lo demuestra continuamente reduciendo sus mensajes a simples eslóganes da igual que sea en la publicidad o no. Sobre la premisa falsa de que los espectadores ya no estamos capacitados, se supone que por empobrecimiento intelectual y cognitivo (lo que no dicen es si ese empobrecimiento es culpa de la televisión también), para escuchar a nadie durante más de medio minuto por más interesante que sea lo que nos cuente, animan a los invitados a hablar breve y sin profundidad, da igual que sea un filósofo o un concursante de Masterchef. Yo mismo he vivido ese consejo junto con la recomendación añadida de que no hablara de literatura porque (sic) “este programa es para un público joven y a los jóvenes no les interesa la literatura”. ¿Entonces por qué me llamáis a mí?, contesté educadamente ante la sorpresa de mi interlocutor, que, a esas alturas, como era joven, quizá ya había dejado de escucharme.
Puede parecer una exageración, pero es así. Cada vez es más difícil en una conversación, ya sea verbal o por escrito, elaborar una frase con una oración subordinada porque nuestro interlocutor se pierde o simplemente no tiene tiempo de escucharla, no digamos ya si la conversación es por Whatsapp, donde se considera una provocación elaborar las frases correctamente o escribir las palabras enteras. Incluso hay quien te llama la atención por atreverte a poner puntos y comas y no digamos ya tildes donde corresponde. Visto este panorama, uno entiende cada vez mejor el nivel de elocuencia verbal de nuestros políticos, que, salvo excepciones, suman a su mediocridad la mala intención y se dirigen a nosotros como si fuéramos tontos y no personas con capacidad de expresarnos y entender: "El que pueda hacer que haga" (José María Aznar), "Me gusta la fruta" (Isabel Ayuso), "¡A la mierda!" (Yolanda Díaz), "¡Hala Madrid! ¡Viva España!" (Abascal)... Y así.
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