Opinión | Tribuna

Asco

 Las emociones están en «boca de todos» Reconocemos la tristeza, la rabia, la alegría, pero nos cuesta describir el asco, el desprecio o el resentimiento. El papel de lo emocional en predecir las actitudes y el comportamiento político está adquiriendo un protagonismo especial. Esta serie de artículos pretende ayudar a comprender racionalmente a uno mismo y al mundo a través de un conjunto de emociones básicas. Por ello, se analiza la importancia de estas emociones en la elaboración de opiniones y acciones políticas en la esfera pública actual. Es seguro que abrirá más interrogantes que respuestas definitivas  

Tribuna.

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El asco no es una emoción cualquiera. Forma parte del club selecto de emociones básicas y universales como el miedo, la ira o la tristeza. Antes de la pandemia fui a visitar la tumba de mi hermana y tres pelotones de gusanos se deslizaban por las letras de su nombre: las arcadas me sacudieron y, desde entonces, no he vuelto.

Las crónicas del ataque de Hamas a la población civil de Israel y la respuesta del gobierno hebreo con los gazatíes son vomitivas. Las investigaciones sobre los abusos del sacerdote español Luis María Roma Pedrosa a cientos de niñas indígenas de Bolivia revuelven las tripas. Los responsables de tales atrocidades son repugnantes. Dejan mal sabor de boca. Mal cuerpo.

El asco es aversión, rechazo; mientras que su contrario, la alegría o el deseo, acercan, unen, mezclan. El padre de la teoría de la evolución, Charles Darwin, consideraba que tenía un papel relevante en la supervivencia de la especie humana al evitar comer carne en descomposición o beber agua cenagosa. El asco como emoción defensiva nos aleja de la putrefacción, nos hace creer que una vida alargada es lo mejor que se puede tener en este mundo, pero dificulta la elaboración de la mortalidad: “Los niños sanos no temerán a la vida si sus mayores tienen la suficiente integridad para no temer a la muerte” (Erik Erikson dixit)

Con el paso del tiempo se ha convertido en una emoción estrella en la psicopatología fóbica, por ejemplo, la repugnancia como un elemento nuclear que complementa al miedo; en algunos trastornos alimentarios con una aversión a la gordura e, incluso, a las personas gordas; y en los trastornos obsesivos relacionados con la contaminación por microbios o la suciedad en los que aparecen rituales incontrolables de limpieza hasta dejarse las manos en “carne viva” o arrancarse “la piel a tiras”. Es también el asco ligado al flujo, al semen, a los pechos, al “paquete”, a la sexualidad: “huelo mal…estoy podrida, sucia… me doy asco…me da grima verme en el espejo”. Para Freud, el asco era un freno de mano para los impulsos y fantasías sexuales a punto de desbocarse.

El asco es una emoción desestabilizadora porque nos empuja a estigmatizar a quien aparece sucio, feo, deforme, contrahecho, inhumano, oculto, extraño, invertido, impuro, espeluznante, inacabado, incompleto, maloliente, baboso, desagradable, lleno de miseria o con enfermedades físicas y mentales sin atender o mal tratadas. La fuerza del concepto de aporofobia que desarrolla la filósofa Adela Cortina asienta, sobre todo, en el asco que provocan las personas pobres, las que transcurren por la cuneta de la vida. Además, una vez puesta en marcha, su efecto es persistente siendo muy difícil su declive y extinción.

Cuando Javier Milei se alza como el nuevo Moisés de la tierra ultraliberal lo hace con la nariz arrugada, levantando el labio superior y bajando las cejas. Su rostro de asco brama sentencias repulsivas que reescriben las Tablas de la Ley: “El Papa es la representación del Maligno en la Tierra”. “El cáncer de la humanidad es el socialismo”. “Una empresa que contamina el río, ¿dónde está el daño?”. “El control de capitales es una aberración”. “La venta de órganos es un mercado más”. “La justicia social es una aberración”. A Milei se le ve asqueado, pero él mismo es un generador de asco. Una dualidad fascinante. Otro gran rostro del asco es Donald Trump. Un nuevo aprendiz es Alvise Pérez, el líder supremo de Se Acabó la Fiesta, quien resume su ideario con una frase ejemplar: “Todo lo que tocan los partidos se corrompe” Y, lo corrompido, lo putrefacto es nauseabundo. Tres artistas del aborrecimiento que lo utilizan para aumentar los prejuicios hacia homosexuales, inmigrantes, feministas, activistas climáticos, científicos, expertos, políticos o hacia cualquier representante de un sistema en descomposición. El asco es una de las emociones privilegiadas de los populistas, especialmente los más ultras y racistas, porque envenena la tolerancia ante las diferentes formas de vivir.

Si bien algunas investigaciones sugieren que las personas más sensibles a esta emoción suelen ser conservadoras, nadie escapa a su influjo para moldear nuestra visión y conducta política. Estos “poderes naturales” del asco, junto con su capacidad para correr por las redes sociales a la velocidad de la luz, han permitido que se cuele en la esfera pública de la Emocracia en la que vivimos. Mi diagnóstico no alberga duda: los intérpretes políticos, y con ellos la ciudadanía, han convertido al asco en un mediador de primer orden de la radicalización y de la violencia política que vivimos. Para esta misión, el asco trabaja con otras emociones violentas como son la ira/odio y el desprecio. Paul Rozin, el gran sabio del asco, sostiene que esta triada de la hostilidad constituye la base emocional de la moralidad y forma una mezcla explosiva como la pólvora. Para otro ilustre del asco, David Matsumoto, la triada trabaja para unir a los miembros del propio grupo y para marcar distancias con los elementos de los grupos externos. Lo interesante es que el estado emocional que surge de la ira o el desprecio no suele acabar en conductas violentas organizadas por los grupos. Sin embargo, el asco, la repugnancia sí lo hará. El asco acelera el proceso psicosocial de radicalización porque deslegitima al otro, a los otros grupos y facilita la distinción entre puros y sucios, por ejemplo, en relación con las políticas públicas de interrupción del embarazo, inmigración, seguridad, justicia, enfermedad mental grave, igualdad e identidad de género y violencia contra la mujer, entre otras. Pese a que suponga poner en riesgo las reglas de juego de la democracia.

Mark Fisher, un finísimo crítico cultural, explica el atractivo que posee lo espeluznante al permitirnos huir a los confines de una realidad insoportable. Tal vez, el asco es la emoción que mejor interpreta las incoherencias de nuestra sociedad. Hoy somos testigos de cómo los populistas y los ultras la utilizan para acabar con las diferentes formas de ser en el mundo.

(Este texto es un homenaje a Eva Illouz, autora de La vida emocional del populismo y a Clint Eastwood director de Gran Torino, película repleta de personajes asqueados y repugnantes que encuentran diferentes salidas: ¿cuál es la suya?)

Rafael Tabarés-Seisdedos, es médico psiquiatra y psicoterapeuta, catedrático de psiquiatría en la Universitat de València, investigador en el CIBERSAM-ISCIII e INCLIVA

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